Mi Columna
11-m1Eugenio Pordomingo (18/3/2005)
El hombre tiende generalmente al reduccionismo, a simplificarlo todo. Las explicaciones, por ejemplo, para referirse a nuestra reciente Historia se despachan a menudo de la forma más simple. Veamos, por ejemplo, el análisis que, en esta línea, se suele hacer de los bandos en liza en nuestra guerra civil. Para unos, los rojos eran el diablo con rabo y los fachas, algo así como la reencarnación del bien supremo. Para los otros, los comunistas eran la revolución benefactora e igualitaria, que iba a cambiar el mundo; mientras que los nacionales eran, ni más ni menos, que unos militares fachosos, traidores al Gobierno de la República.

La disparidad de criterios y el enfrentamiento entre los partidarios de borbones o austrias se puede extender a los que defienden o son detractores declarados de la colonización española en América. Ya se sabe, del Bétis o del Sevilla… Los ejemplos son muchos.

Sobre la masacre del 11-M de 2004, seguro que hay unanimidad. Todos pensamos que fue una gran tragedia; un vil y cobarde atentado.

Un análisis de la sociedad, y de lo que en ella acontece, no se debe hacer desde el rencor, la subjetividad, ni tampoco desde la posición hermética de un partido político, ni, por supuesto, desde la cercanía del dolor.

El 11-M ha marcado un hito en nuestra reciente Historia, y también en la de Europa. Un punto de inflexión, de no retorno a lo de «antes». Del 11 al 14 de marzo (fecha de las elecciones legislativas) tan sólo van tres jornadas. Pero vaya tres días.

A la memoria me viene el asesinato (algunos lo denominaron magnicidio) del que fuera Presidente del Gobierno durante el franquismo. Me refiero al almirante Luis Carrero Blanco. Con su muerte muchas cosas cambiaron. Los que ordenaron su asesinato, no sólo querían acabar con él; querían acabar con algo más…

El catedrático de Sociología, Amando de Miguel, afirmó en uno de sus voluminosos estudios sobre España -en concreto sobre las familias del franquismo-, lo siguiente: «Somos un pueblo bastante siniestro, y aquí las grandes etapas políticas se determinan por el asesinato de un gran jefe político». Tras mencionar a Cánovas (1897), Dato (1921) y Calvo Sotelo (1936), manifiesta su opinión acerca de lo que representó la muerte de Carrero Blanco: «Asimismo, el franquismo desarrollista acaba con el atentado que costó la vida a Carrero Blanco (…). cada uno de estos atentados representa un punto de inflexión hacia una nueva fórmula política y hacia nuevas condiciones económi¬cas».

En efecto. En aquella ocasión, tras el frío y enigmático comentario de Fran¬co, «no hay mal que por bien no venga», se confirmaba un inicio de transición política y otro, un tanto incierto, de transformación económica.

No voy a tratar de desmoronar esa teoría, ni de desmentir a tan erudito cátedro, pero la oración la vuelvo por pasiva. Ese atentado ¿no se haría para que todo cambiase?

La tragedia del 11-M, no se puede analizar sin tener en cuenta los resultados electorales del 14-M; sin obviar la cuestión europea; sin dejar a un lado el fenómeno del terrorismo; sin marginar las alianzas de Aznar por aquellos días y las de Zapatero ahora.

Para un diagnóstico del 11-M, se precisan muchos análisis, muchas radiografías. ¿Hubieran sido los resultados electorales los mismos sin la masacre del 11-M? Nunca se sabrá… Lo que si está claro, al menos para mí, es que los que optaron por votar a unos u otros no cambiaron su opción política de forma radical, influidos por la gran tragedia. Todos eran votantes susceptibles de votar a quien lo hicieron; pero, muchos estaban indecisos. Incluso, el atentado animó la votación. Diríamos que el voto se radicalizó con aquella tremenda desgracia. El PSOE no ganó las elecciones; las perdió el PP.

Engaños, manipulaciones, tergiversaciones, promesas incumplidas, soberbia, altanería… tuvieron mucho que ver, también, con ese resultado. Ya se sabe: se puede engañar a uno toda la vida, a unos cuantos durante mucho tiempo; pero a todos durante toda la vida, no.

Después de un año, y a pesar de lo que digan unos y otros, no se ha sabido quién o quiénes fueron los autores intelectuales y materiales -de éstos últimos conocemos algo-, de esa tragedia. Reuniones, comisiones, foros nacionales e internacionales, convenciones multitudinarias…no han servido para esclarecer nada.

En la memoria colectiva quedará el enfrentamiento entre partidos políticos que se ha trasladado a las asociaciones de víctimas del terrorismo. Este desolador panorama ha servido para que nos demos cuenta de la incapacidad de nuestros gobernantes e instituciones. Después de transcurrido un año la ciudadanía sigue esperando los resultados de la Comisión del Congreso de los Diputados.

Los ciudadanos no precisan saber cuáles son las medidas recomendadas para evitar esto o aquello, ni del consenso habido entre la mayoría de los grupos parlamentarios. Los ciudadanos necesitamos saber, por encima de todo, quién ordenó semejante barbaridad; quién o quiénes fueron los autores intelectuales de semejante monstruosidad…