Mi Columna
Eugenio Pordomingo (16/5/2007)constitucion
El mercado de los comediantes de feria y de los líderes de salón ha comenzado. El «pistoletazo» de apertura, en esta ocasión, ha sido el día 11 del mes de mayo. Ese día se ha abierto la veda del insulto, la chabacanería y la agresividad. Con el subterfugio de los programas electorales, y de grandilocuentes frases, los partidos políticos e individualidades, buscan la prebenda, influencia, poder…

La meta es el 27 de mayo de 2007. Después vendrás más pistoletazos de salida y más metas, en una cadena interminable.

En estos tiempos que corren, de grandes conflictos geoestratégicos y en busca de recursos energéticos, de importantes corrientes migratorias, del deterioro del Medio Ambiente, de enormes diferencias entre el Norte y el Sur, de carencia de agua y de un sinfín de preocupaciones más, que embargan a una gran parte de la ciudadanía, la «clase política» española se encuentra enfrascada en pleno debate electoral, a la busca y captura del voto.

Desde hace unos días andan todos desgañitándose, no en ofrecernos sus «ideas», sino más bien criticando a los «otros». Todos tratan de vendernos por anticipado su victoria, a la vez que intentan hacernos ver los males del contrincante.

En consecuencia, los desa­guisados que a diestra y siniestra cometen esos «políticos», son épicos. Ya se sabe, hay que descali­ficar a todo ser viviente que no sea de nuestra tribu y cuanto más se repita y se grite la «can­ción» mejor se la aprenderá el probable votante, que para eso está.

Pero ya se sabe, lo dijo Ortega y Gasset, el grito es el preámbulo sonoro de la agresión, del combate, de la matanza. ¿Qué se puede esperar de aquellos que sólo buscan azuzarnos para que les saquemos las castañas del fuego sin ellos «que­marse» lo más mínimo? Dove si grida nom é vera scienzia, que decía Leonardo; o lo que es lo mismo, donde se grita no hay buen conocimiento.

Y uno llega a pensar que gritan tratando de despistarnos, para que no nos enteremos de lo que acontece con los dineros públicos y otras bagatelas. Pues es ese el verdadero quid de la cuestión: controlar y manejar los ineros públicos y si se puede los privados. Tener poder, en definitiva.

Se les llena la boca, por ejemplo, perorando de la ética, de la estética y de la moral, pero obvian lo evidente: la corrupción galopante que asola la piel de toro.

En definitiva, lo que se debate estos días no es nada relacionado con los auténticos problemas que invade a la sociedad de nuestros días; lo importante es lograr el poder. Sustituir la buro­cracia de los que vienen por la de los que se van. Ya lo decía Max Weber: «Todo poder se manifiesta y funciona como administra­ción».

Una burocracia es sustituida por otra, dijo Rosa de Luxemburgo cuando trataba de analizar  lo acaecido a los leninistas en sus peleas con sectores contrarios a la figura del líder comunista o al enfrentamiento de Trotsky con los bolcheviques.

El ciudadano español ha sido llamado a participar en estas elecciones para elegir a «sus» representantes en ayuntamientos y comunidades autónomas, con una enorme cantidad de interrogantes a la espalda. Por ejemplo, ¿existe libertad en un país donde algunos candidatos tienen que ir escoltados y encima son agredidos físicamente por personajes cercanos a grupos terroristas? ¿Cómo es posible que partidos minoritarios, de corte nacionalista, condicionen con sus escasos votos, la política nacional?  ¿Cómo pueden ser legales unos estatutos autonómicos que han sido aprobados por menos de un tercio de los votantes? ¿Por qué el Estado tiene que subvencionar a los partidos políticos? ¿Por qué  la Justicia es tan indulgente con los partidos políticos y con los «políticos»?. Y un largo etcétera…

Nuestro sistema electoral está caduco, anquilosado y es poco democrático. Anquilosado y caduco porque se elaboró en un determinado momento, teniendo presente la problemática que se derivaba del paso de una dictadura a un sistema democrático, pero que en la actualidad no es representativo.

Por un lado, se optó por el peor método, el D´Hondt. Y por otro, el tamaño medio de la circunscripción española es muy bajo; además, las «listas cerradas», que elaboran con escasa democracia interna los partidos políticos, no representan a la ciudadanía. Nuestra democracia no es participativa, es  representativa (democracia oligárquica), sin más. Se da el voto a un partido político y ya hasta dentro de cuatro años. Nuestro voto es, simplemente,  transferible.

Pero lo más grave es que el sistema se ha blindado ante posibles cambios. El artículo 87.3 de nuestra Constitución afirma que  «Una ley orgánica regulará las formas de ejercicio y requisitos de la iniciativa popular para la presentación de proposiciones de ley. En todo caso se exigirán no menos de 500.000 firmas acreditadas. No procederá dicha iniciativa en materias propias de ley orgánica, tributarias o de carácter internacional, ni en lo relativo a la prerrogativa de gracia».

Los partidos políticos siempre que han estado en la oposición han prometido por activa y por pasiva, que si llegaban al poder cambiarían la Ley Electoral, pero cuando ese cambio se produce nunca han intentado cambiarla. PSOE y PP han tenido ocasión y no lo han hecho. Ya ni lo piden. El cinismo al más viejo estilo cabalga por nuestros lares.

Friedrich Nietzsche, afirmó que «el individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo».

Yo, en estas circunstancias, ni asustado ni solo, no participaré en el evento del 27 de mayo, ni «con la nariz tapada», como en su día proclamó Indro Montanelli.