Javier Perote (17/11/2007)
Otra vez Atocha y ¡cuántas van! Recuerdo hace bastantes años cuando estábamos en las catacumbas. Había pasado el optimismo de los  tiempos en que nuestras banderas enseñoreaban  calles y plazas llenando  las manifestaciones y los mítines; ahora ya no salía gratis acercarse a nosotros.

Era de noche; llevábamos una gran pancarta de acera  a acera; todo un record guinness:  «HASSAN II LOS DESAPARECIDOS SAHARAUIS ¿DÓNDE ESTÁN?», preguntábamos.  Hacia mucho frío, y el suelo húmedo reflejaba el amarillo pálido de la luz de las farolas.

 Metíamos mucha bulla aunque éramos pocos, «cuatro gatos» con  los mismos eslóganes, pero no conseguíamos calentar la calle, y ésta permanecía vacía.  A veces una ventana que se abría y un vecino curioso que  se asomaba rápido a ver que ocurría, pero que rápidamente se volvía a cerrar. Y la calle seguía vacía. La poca gente que pasaba lo hacía  a pasitos cortos y deprisa, por lo que  nuestros «vivas» y  demás gritos sonaban raros en el vacío.

Un señor parado en la acera se mostraba indignado  de que para la poca gente  que éramos se hubiera acotado la calle. Yo le dije: «sí, hoy somos pocos, pero Vd. verá como a no tardar llenaremos la calle».

El pasado día 10 ya éramos más y llenábamos la calle de estrellas y lunas rojas. Con nosotros portando la pancarta en la cabecera de la manifestación venía Sultana Jaya,  la joven estudiante de la que sin duda todos conocéis como fue golpeada bestialmente en la cabeza y herida de gravedad por la policía de Mohamed VI. De esta joven, como de tantas otras anónimas heroínas de la intifada saharaui  nada sabíamos. De pronto nos ha atropellado esta horrible  realidad.

Yo la veía avanzar pausada y serena  en medio  de la algarabía de voces que la acompañaban. A pesar de su juventud creí ver una persona que de repente se había hecho mayor. Ella sonreía, sí, pero se había hecho mayor. Yo en medio de aquel escenario festivo y alegre no pude evitar imaginarla  en su endeblez, humillada en el suelo,  indefensa, perdida en la baraja mareante de patas y clavos esquivando los vergajos; un guiñapito la pobre, y reducida simplemente al papel de víctima. Quizás, y  ya sin  sentido, sus labios balbucientes  aún siguieran desafiando a sus verdugos: «Sahara Sahara«, y en su manos temblonas la jena de sus dedos  trazaran  la V de la victoria; te han herido Sultana,  pero no te han rendido. Tu verdugo hasta el infierno llevará clavada tu mirada.

Sultana Jaya: altivo nombre el tuyo.  Sultana eres, pero  no  de azahares ni de  jardines, ni  tus cabellos se adornan con guirnaldas de flores, ni el murmullo  de aguas cantarinas entretienen tus oídos.  Tu mundo es otro; no hay mundo como el tuyo. No hay estrellas que tanto luzcan ni luna que tanto alumbre. Tu  horizonte es infinito porque eres de la estirpe de los halcones señores del desierto y, desierto, mar y cielo serán tu reino. Tu ya has vencido a la noche, hollarás las banderas enemigas y tuya será la victoria.  Sultana, ¡que nombre para la victoria!   Sultana de la victoria.

 

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