José Catalán Deus (26/3/2008)

EN EL 49º ANIVERSARIO DEL LEVANTAMIENTO popular tibetano contra la ocupación china del Tíbet, realizada en 1950, y un par de meses antes de la celebración de las Olimpiadas en Beijing, el Dalai Lama pronunció un discurso muy duro que fue señal para iniciar una serie de protestas callejeras por parte de sus seguidores en la capital Lhasa y otras zonas del Tíbet, hoy convertido en simple provincia china.

Poca información fiable se ha filtrado al exterior de lo realmente sucedido. El gobierno chino inmediatamente aisló la región, rescatando a los pocos extranjeros que había en ella y prohibiendo toda entrada desde el exterior. «Los disturbios son los primeros desde 1989 y llegan tras cuatro años de espera a una reanudación de conversaciones con el gobierno chino». Su versión es que se trata de un intento subversivo del gobierno tibetano en el exilio que encabeza el Dalai Lama, destinado a fracasar por falta de apoyo interior. Afirma haber reprimido las protestas sin uso de armas de fuego y que la docena de muertos civiles se ha originado en incendios provocados por los amotinados.

Por el contrario, las fuentes de Dharamsala, territorio indio cercano donde tiene su sede los exiliados, empezaron hablando de decenas de muertos y ahora ya afirman que son centenares, sin que puedan ofrecer de ello pruebas fehacientes. Los disturbios son los primeros desde 1989 y llegan tras cuatro años de espera a una reanudación de conversaciones con el gobierno chino, que suspendió los primeros y únicos contactos a pesar de que los tibetanos han olvidado su reivindicación de independencia y se conforman con una simple autonomía.

LA POLÍTICA DE REPRESIÓN DE CHINA

«China ha reducido al gobierno en el exilio tibetano a poco más que una reliquia, y a su Dalai Lama a un líder espiritual respetado internacionalmente, pero sin capacidad política». La absoluta cerrazón china no deja el menor resquicio de esperanza a que la oposición pacífica de todos estos años pueda conducir a salvaguardar la identidad de un pueblo aislado en el Himalaya, que hasta hace sólo medio siglo era una teocracia gobernada por una reencarnación divina. China ha practicado durante estas décadas una sistemática política de represión contra la autoridad budista, sus monasterios y monjes, y todas las señas de identidad cultural tibetana, importando una fuerte inmigración foránea, implantando un sistema educativo ateo, e intentando suplantar la tradicional economía de subsistencia y las formas de vida tradicionales por una modernización forzada.

Todo ello no ha dado grandes resultados y se supone, aunque no se sabe con certeza, que la mayoría de la población permanece fiel al Dalai Lama y a la rama budista que representa. Bien es cierto, que las autoridades chinas han montado un gobierno fiel, que han conseguido controlar la última reencarnación del Panchen Lama (la otra autoridad tibetana que junto a la religiosa del Dalai Lama, venía ejerciendo funciones más terrenales), y que con su enorme influencia en los asuntos mundiales, ha reducido al gobierno en el exilio tibetano a poco más que una reliquia, y a su Dalai Lama a un líder espiritual respetado internacionalmente, pero carente de toda capacidad política.

UN EXILIO A LA ESPERA DE UN MILAGRO

«El budismo tibetano es tradicionalmente pacífico, lo que no ha evitado injusticias seculares en su sistema feudal de casi esclavitud». El exilio tibetano se encuentra ante la misma tesitura cruel de otras causas justas destinadas al fracaso. Su presión pacífica, su trabajo de proselitismo en la opinión pública internacional, el cariño y respeto que despiertan su causa y su líder, no sirven de nada si no se pone sangre y dolor encima de la mesa donde los medios de comunicación y los poderes globales reparten las prioridades. Cuanto más se repite que con la violencia no se llega a ningún lado, más falso resulta ante el ejemplo de los que la han empleado con éxito envidiable en los cuatro puntos cardinales de nuestro inestable mundo, ya sean los Balcanes o Timor Este, ya sea Irlanda del Norte o Darfur, ya sea Bagdad o el País Vasco.

«La uniformización social implantada desde Beijing parece haber quebrado la estructura social en torno a una religiosidad omnipresente». El budismo tibetano es tradicionalmente pacífico, lo que no ha evitado enormes injusticias seculares en su sistema feudal de casi esclavitud, ni que intentara ya antes el camino de las armas con grupos armados financiados por Estados Unidos hasta que se impuso la diplomacia del ping-pong con el peligro amarillo convertido en bendición consumista. El exilio, como todos los exilios, se cansa y amarga esperando un milagro. El mismo Dalai Lama es ya un hombre mayor al que se le acaban las oportunidades.

Y sobre todo, la uniformización social implantada desde Beijing parece haber quebrado la estructura social ligada a los monasterios y de una vida ordenada en torno a una religiosidad omnipresente.

UNA LUCHA BASADA EN LA NO-VIOLENCIA

«Dalai Lama: Si la ayuda internacional a favor de negociaciones significativas, con la cual estoy todavía comprometido, falla, no podré continuar está línea de acción por más tiempo con la conciencia tranquila». Las dificultades del budismo tibetano en el exilio se han agudizado en la última década. Su Santidad el Dalai Lama, al celebrar el 35º aniversario del levantamiento tibetano, en 1994, difundió una declaración en la que decía: Deseo hacer inventario de nuestros catorce años de esfuerzos por encontrar una solución pacífica y realista a través de honradas negociaciones con el gobierno chino. He tratado siempre de guiarme por el realismo, la paciencia y la perspectiva. He realizado concesiones extremas, una solución que no pide la independencia total del Tibet a pesar de la decepción y las críticas que muchos tibetanos han expresado contra mi moderada postura. No he olvidado que 1.200.000 tibetanos han muerto y que el Tibet ha sufrido enormemente. No obstante, había confiado en que mi moderado acercamiento pudiese llevar a un clima de mutua confianza y negociaciones fructíferas. Pero el gobierno chino ha rechazado todas mis ofertas, la gravedad de la situación ha aumentado dramáticamente, hay una intensificación del plan de acción chino dirigido a la supresión, a la marginación del pueblo tibetano dentro de su propio país, a la exterminación gradual de nuestra cultura y religión, y la destrucción y explotación del medio ambiente. Debo reconocer que mi postura no ha traído consigo ningún progreso, ha causado desilusión.

Y continuaba: Si la ayuda internacional a favor de negociaciones significativas, con la cual estoy todavía comprometido, falla, no podré continuar está línea de acción por más tiempo con la conciencia tranquila. Entonces debería consultar a mi pueblo acerca de la futura dirección de nuestra lucha. Sin embargo, es muy importante que esta lucha esté basada en la no-violencia.

Todavía el Dalai Lama ha aguantado casi década y media, hasta hace pocos días. A partir de ahora, todo es una incógnita.

EL OPTIMISMO DEL DALAI

El Dalai, en los últimos años, ha conquistado un lugar de honor entre todas las fuerzas y tendencias alternativas que trabajan por la transición a una sociedad ecológica planetaria y una nueva era en la evolución de la humanidad. «El Dalai aún no se ha pronunciado ante la violencia de sus partidarios en Lhasa, que han atacado bienes de inmigrantes chinos, equivocando el objetivo». Participando en 1994 en una conferencia internacional en Israel, convocada por la Sociedad para la Protección de la Naturaleza, decía: Una de las mayores lecciones para todos nosotros ha sido el cambio pacífico en la Europa del Este. En el pasado, las personas oprimidas siempre recurrían a la violencia en su lucha por la libertad. Ahora, estas revoluciones pacifistas, siguiendo las huellas de Gandhi y de Martin Luther King, han ofrecido a las futuras generaciones un gran ejemplo de cambio exitoso hacia la no violencia. Cuando en el futuro surja la necesidad de cambiar la sociedad nuestros descendientes podrán retroceder hasta 1989 como un momento paradigmático en la lucha por la paz: una triunfal historia real sin precedentes en la que están implicadas más de media docena de naciones y centenares de millones de personas.

¿Mantiene hoy este análisis? De momento, no se ha pronunciado ante la violencia de sus partidarios en Lhasa, que desgraciadamente han atacado comercios y bienes de inmigrantes chinos, equivocando el objetivo.

Me siento optimista ante el futuro, repite insistentemente como un disco rayado a juego con su sonrisa paradigmática. Existen una serie de tendencias recientes que muestran nuestro potencial para conseguir un mundo mejor. Ahora, tanto las personas como los gobiernos buscan un nuevo orden ecológico y económico. El próximo siglo -hablaba la década pasada- será más armonioso y menos dañino. La compasión, las semillas de la paz, podrán florecer. No lo hacen por el momento en su amado Tíbet.

N. de la R.

José Catalán Deus es periodista y escritor. En su larga trayectoria profesional ha escrito para muchas publicaciones, alternándolo con puestos de dirección en revistas y diarios. En la última década fue corresponsal en Londres y en Roma. Actualmente, publica «Infordeus» en Internet. Entre sus últimos libros figuran «De Ratzinger a Benedicto XVI, los enigmas del nuevo Papa» y «La cuarta guerra mundial: terrorismo, religión y petróleo en los inicios del tercer milenio».

Este artículo se publica gracias a la gentileza del auror y de de Safe Democracy.