Sáhara OccidentaL
E. G. (7/9/2008)
Le Monde Diplomatique, número 155, publicaba el pasado día 5 de este mes, un artículo de Ignacio Ramonet, titulado «El polvorín de Marruecos», del que quisiera resaltar algunos de sus párrafos.

Empieza Ramonet así: «Se llama Zahra Budkur, tiene veinte años, es estudiante en la Universidad de Marrakech. Por haber participado en una marcha de protesta fue golpeada por la policía, encarcelada junto con centenares de compañeros en la siniestra comisaría de la Plaza Jamaâ El Fna (visitada a diario por miles de turistas) y salvajemente torturada. Los guardias la obligaron a permanecer desnuda, mientras tenía sus menstruaciones, durante días, delante de sus camaradas. Para protestar, Zahra inició una huelga de hambre, y se halla en estado de coma. Su vida pende de un hilo».

Tras preguntarse si alguien ha oído en Europa hablar de esta joven estudiante y sobre si nuestros medios de comunicación «han citado acaso la trágica situación de Zahra?«, Ramonet responde: «Ni una palabra. Ninguna tampoco sobre otro estudiante, Abdelkebir El Bahi, arrojado por la policía desde lo alto de un tercer piso y condenado para el resto de sus días a la silla de ruedas por fractura de la columna vertebral».

«Cero información también sobre otros dieciocho estudiantes de Marrakech, compañeros de Zahra, que, para protestar contra sus condiciones de detención en la prisión de Bulmharez, están asimismo en huelga de hambre desde el 11 de junio. Algunos ya no se pueden poner en pie, varios vomitan sangre, otros están perdiendo la vista y unos cuantos, en estado comatoso, han debido ser hospitalizados», prosigue el articulista.

Todo esto sucede «ante la indiferencia y el silencio general«. Sólo los familiares han manifestado su solidaridad. Lo cual ha sido considerado como un gesto de rebelión. Y también ellos han sido odiosamente apaleados.

Todo esto ocurre en «a tan sólo catorce kilómetros de Europa. En un Estado que millones de europeos visitan cada año y cuyo régimen goza, en nuestros medios de información y entre nuestros propios dirigentes políticos, de una extraña tolerancia y mansedumbre», afirma Ramonet.

Pero la realidad se impone: «desde hace un año, por todo Marruecos se multiplican las protestas: revueltas urbanas contra la carestía de la vida e insurrecciones campesinas contra los abusos. El motín más sangriento ocurrió el 7 de junio en Sidi Ifni cuando una apacible manifestación contra el paro en esa ciudad fue reprimida con tal brutalidad que provocó una verdadera insurrección con barricadas callejeras, incendios de edificios e intentos de linchamiento de alguna autoridad pública».

La respuesta de la monarquía alauíta fue de «una desmedida ferocidad», pero lo niegan todo. En Marruecos sigue todo igual: «Marruecos sigue siendo el reino de la arbitrariedad, una monarquía absoluta en la que el soberano es el verdadero jefe del Ejecutivo. Y donde el resultado de las elecciones lo determina, en última instancia, la corona que nombra además «a dedo» a los principales ministros, llamados ministros de soberanía«.

La estructura social sigue siendo la misma. Marruecos «sigue siendo un país feudal en el que unas decenas de familias, casi todas cercanas al trono, controlan -merced a la herencia, el nepotismo, la corrupción, la cleptocracia y la represión-, las principales riquezas».

Ante la posibilidad de hacer valer sus derechos por la vía democrática, sectores minoritarios optan por la «violencia» y el «terrorismo», que las autoridades «combaten con mano férrea. Con el apoyo interesado de la Unión Europea y de Estados Unidos».

Este panorama se traslada al Sáhara Occidental, donde la represión de Marruecos va en aumento con el consentimiento, también, de la Unión Europea y EE. UU.

La postura del PSOE, de Zapatero, la conocemos, que consiste en apoyar las tesis de Marruecos de no llevar a cabo el referéndum y conceder cierta autonomía al Sáhara Occidental.

Por su parte, el PP, según el diputado Gustavo de Arístegui, lamenta la «radicalización» del Frente Polisario y advierte que el conflicto «corre el riesgo de pudrirse»

En el mes de agosto de este año, el portavoz del PP en la Comisión de Exteriores del PP, Gustavo de Arístegui, declaró a Servimedia  que tanto el Gobierno marroquí como el Frente Polisario deberían abandonar su «maximalismo» y moderar sus peticiones. Para Arístegui, los marroquíes deben renunciar a «convertir al Sahara en una provincia como cualquier otra del país», mientras que  «el Polisario debe renunciar también a una independencia, sin ningún tipo de acuerdo con Marruecos».

Tras reconocer que «es evidente que la comunidad internacional se tiene que atener a lo  que diga Naciones Unidas, hay que aceptarla, guste más o guste menos a España y al resto de los países que forman parte de esta organización», el Portavoz del PP aboga por  tratar de buscar  una solución «estable, duradera y pacífica».

Arístegui opina que la autonomía «no es incompatible ni con el concepto de autodeterminación, ni con el concepto de un referéndum», postura contradictoria.

Sin lugar a dudas, la postura de PSOE y PP coinciden, pero con seguridad la situación en Marruecos y la inquebrantable postura del pueblo saharaui van a ser elementos determinantes en una solución definitiva.