Mohamidi Fakal-la (27/10/2008)
Cada año cuando el estío arbitra el otoño y la primavera en sus respectivos pasos estacionales, sentimos entonces más de cerca el octubre que nos sorprende inmersos en recuerdos que se viven con sabor propio y fuerza de cambio. La memoria en su dimensión de nostalgia y de fiabilidad va rodando por hechos insólitos que causaron deformidad degradante a la vista de todos, pequeños y mayores. Pues de aquellos episodios se destaca por excelencia esa eclosión de langostas gregarias, famélicas, que aparecieron un día de finales de octubre envueltas en nube oscura que se levantó del norte tan próximo a la luz de la traición de noviembre.

Era un desliz con tinte de imprudencia que caló en lo humano y en lo geográfico para dar paso a los insectos a que cuestionarán sus cuerpos alargados sobre piedras y matorrales del patio ajeno, nada importa, aunque la matriz paría dolor y aunque se removía en las entrañas a fin de ganar a costa de sufrimiento y dolor. No había condena justa, por ello no les quedaba más remedio que espantar y levantar humaredas que por desgracia arrojaron lágrimas y sueños por realizar.

Los intermediarios parciales e imparciales prometieron lo que nunca acataron y se afiliaron todos a sus colegas de antaño. Con la pasividad en marcha se marcó el inicio de la asonada de molinos de viento a roer como guerreros inmunes, desarmados de sables y armados de espejismo. Desafortunadamente la tierra se encogió bajo los pies, el gajo de viejo y de pobre esperaban atentos a la razón que tejió a la sinrazón que levantó el ánimo de la calaña que desfavoreció a padres e hijos.

El otoño de 1975 era amargo y duro. Sin embargo la gente, a pesar del vértigo, se mostró desafiante y mirando hacia atrás releían la sequía que precedió a 1970, un hecho inaudito que asociaron a la indignación de Sidi Ifni y a Bulelam el majestuoso, de modo que era el preludio de una acción malintencionada para no valernos todos de nosotros mismos y someternos a la acción de los insectos y olvidarnos de la nota musical flamenca que históricamente nos unió para siempre.

El escepticismo lesionaba a la gente, pero por mera casualidad las primeras gotas de lluvia llegaron en junio y se mezclaron con sangre que alcanzó el río. En esa confusión la armada metropolitana llevó el botín a un lugar desconocido y alguien oyó un tiro que confundió con silencio. Pocos fueron los que consintieron la ira de lo incierto y el paso desapercibido de la guerra fría que nunca fue nuestra aureola, pero el olvido permitió que se arrasara con Tifariti y Um Draiga. Desde aquellos momentos todo se había sumido en el desastre, nadie se alarmó ni presagió la próxima avalancha, aunque estaban convencidos de que sólo la voluntad de conciencia remediará el triste paso de los insectos por los cuerpos de los vivos y de los muertos. La gente tenía que sobrevivir pero sin adaptarse al juego de los insectos.

N. de la R.
El saharaui Mohamidi Fakal-la es miembro de la Asociación de la Amistad. Otros artículos del autor se pueden consultar en el bloq Camino de El Aaiun.