España
José Manuel González Torga (5/11/2008)
Cada vez resulta más difícil sentirse identificado con un diario nacional de los que podemos comprar en los quioscos. Las cabeceras son pocas  como consecuencia de las desapariciones habidas en los últimos lustros. Prácticamente ya no quedan diarios de la tarde y los matutinos están sometidos a un feroz darwinismo periodístico, con arreglo al cual sobreviven los más fuertes y no siempre los mejores. Fundar ahora un rotativo exige disponer de un capital inicial sólo en manos de plutócratas para financiar, directa o indirectamente, una iniciativa de ese género.

Si otras etapas históricas pecaron por exceso, la nuestra peca por defecto.

En el Trienio Constitucionalista (1820-1823), por ejemplo, aparecieron las más diversas  publicaciones periódicas, cuyos ecos constituían un verdadero guirigay. Como reacción, bien natural, entró a formar parte de aquella baraúnda el semanario «La Periodicomanía», con el objetivo de hacer crítica del amplio muestrario de sus colegas.

No se paraba en barras y trataba de cumplir, con desparpajo, su propósito inicial: «Se aplaudirá lo bueno; se criticará lo malo; se omitirá lo indiferente; se despreciarán las paparruchadas» (recogido, en su día, por Pedro Gómez Aparicio, con la aportación de un alumno de la Escuela Oficial de Periodismo: Román Pérez Muñoz).

Hoy, la escasez de diarios impresos trata de solucionarse con iniciativas alojadas en Internet, donde también cuentan con versiones los periódicos convencionales, de cara a un futuro incierto. Ítem más: multitud de «blogs» sí que sobrepasan cualquier proliferación de órganos informativos y de opinión sobre la actualidad, existente en cualquier otra época.

Actualmente, en España, los problemas públicos son, desde luego, muchos y muy graves. El conducto por el que discurre el flujo de la Prensa convencional resulta, a todas luces, estrecho, y las pulsiones para concurrir al ágora pública, llevan al ciberespacio, en el que cabe entrar sin abultadas acumulaciones de dinero. Esto ha permitido dar  vida, nuevamente,  a antiguos cabeceras con resonancia histórica, que tuvieron peso político. Desde planteamientos más o menos tradicionales, o de orden, han concurrido a la palestra «El Imparcial», «La Nación» y «Ya».

Rastros de «El Imparcial»
Con el título de «El Imparcial» hubo varios periódicos, tanto en Madrid como en provincias. Un reputado erudito en cuestiones históricas de la Prensa, como fue José Altabella, escribía sobre el primer «Imparcial» que ha dejado rastros, aparecido el 21de marzo de 1809. Duró algo más de un año, con una cadencia de dos días por semana. Bajo la directriz del canónigo de Toledo, Pedro Estala, mantuvo escasa imparcialidad ya que aquel clérigo afrancesado apoyó la situación establecida bajo el poder espúreo de José Bonaparte.

Con otras cinco publicaciones por medio que hacen campear como enseña «El Imparcial», será el séptimo el que cuente con vida más larga y con mayor significación. Va de 1867 a 1933, aunque su edificio de la calle Duque de Alba aún conserve el característico rótulo en la vetusta fachada.

La firma «Establecimiento tipográfico de los señores Gasset y Cía.» era una empresa familiar, con la participación de dos amigos más. Con un capital de 180.000 reales sacaron a la calle el periódico, que comenzó tirando 600 ejemplares y llegó a ser el de mayor circulación en España (alcanzó los 130.000 ejemplares). De inspiración monárquica y liberal, «El Imparcial» de los Gasset (Eduardo, el fundador, y los continuadores, Rafael, José y Ramón) destaca por éxitos resonantes y también algunas pifias, como resulta inevitable en cualquier rotativo. Obtuvo especial prestigio su página literaria –«Los lunes de El Imparcial»– en la cual firmaron desde Valera, la Pardo Bazán, «Clarín», «Fernanflor» y Antonio de Valbuena hasta Ramiro de Maeztu, Unamuno, Baroja, Valle Inclán, Pérez de Ayala, Benavente, «Azorín» y Ortega y Gasset; estuvo pilotada por el padre de éste último, Ortega Munilla, quien llegó a dirigir el periódico. Allí entroncaron, pues, los Ortega y los Gasset.

Con la llegada de la II República, «El Imparcial» sufre avatares que lo desnaturalizan. Los Gasset ya no permanecen al timón. En los talleres de «El Imparcial» se imprime también «Mundo Obrero». Aunque aquel veterano periódico no pierde la compostura, llega a lucir la autodefinición como «Diario republicano de la mañana» y el lema «Patria, patrimonio y patriotismo». Exhibe demostraciones de simpatía hacia Lerroux y termina en manos de un periodista brillante, sobre todo como corresponsal: Francisco Lucientes.

Emilio Romero adquirió la titularidad de «El Imparcial» y, después de la muerte de Franco, dirigió su recreación bajo el signo empresarial mayoritario del Banco de Valladolid, personificado por Domingo López. A Romero le sustituyó como director Julio Merino. La escalada crítica de aquel «Imparcial» lo va haciendo colisionar, una y otra vez, con lo políticamente correcto, hasta que descarrila, saliéndose de la vía estrecha tendida por la nueva democracia española.

Después de una larga, variada y brillante carrera profesional, Luis María Anson ha puesto «El Imparcial» en Internet (elimparcial.es). Él aparece como presidente y, como editor figura José Varela Ortega, cuyo segundo apellido evoca antecedentes de abolengo.

En el historial de Anson  abundan los aciertos plausibles, aunque tampoco faltan los motivos para el disenso. Factores de uno y de otro signo continúan hoy. Publica artículos certeros con alguna frecuencia, que alterna con opiniones con un flanco desprotegido para la discusión. Tal ocurre cuando asegura que «El Franco real es el Franco de Preston». Y, sobre todo, cuando escribe, refiriéndose a si mismo y al propio Franco: << Me calificó en su diario personal como «el mayor enemigo del Régimen» (Franco Salgado-Araujo. Mis conversaciones privadas con Franco. Pág. 478)>>.

A uno le extraña mucho esa afirmación y recurre a la fuente citada. Allí encuentra el siguiente texto: <<Hoy comento con el Caudillo el secuestro del ABC, motivado por un artículo de Luis María Anson. Franco me dice: «Lamento mucho lo ocurrido, pero este artículo no podía ser más tendencioso, inoportuno e impolítico. El mayor enemigo de la monarquía y del régimen no hubiera escrito nada más lamentable»>>. Juicios de valor aparte, lo que encontramos ahí es una mera comparación con el mayor enemigo, puramente hipotético, tanto del régimen como de la monarquía y, obviamente la enemiga de Anson hacia la monarquía, matemáticamente tiende a cero.

Antecedentes de «La Nación»
A mediados del siglo XIX ya competía con una docena de periódicos en Madrid un órgano de Prensa que lucía en su mancheta «La Nación» y que ha recibido el calificativo de progresista.

Otra aventura periodística bajo la denominación de «La Nación» discurre entre 1864 y 1873, con un paréntesis de interrupción impuesto por O’Donnell, con ocasión de la sublevación de los artilleros del Cuartel de San Gil. Fundado por el navarro Pascual Madoz  y alardeando en el subtítulo de «Diario progresista» proclamaba un sistemático batallar frente al obscurantismo. Una nota distintiva de su Redacción fue el contar con un joven estudiante de Derecho, llamado Benito Pérez Galdós, cuya pluma se curtió en aquella casa en la crónica de actualidad.

Un par de iniciativas  más,  generadas bajo los auspicios del término «Nación», permiten ser pasados por alto hasta llegar, en tiempos de la Primera Guerra Mundial, al matutino germanófilo fundado por el Marqués de Polavieja, a quien secundaba un periodista con peso específico: Juan Pujol, alguien, que dejaría una huella bien definida tras los muchos años que aún le quedaban entonces por delante.

Desde mayo de 1991 utiliza «La Nación», para un semanario batallador, un equipo que lidera como editor, Félix Martialay, periodista y avezado crítico de cine, actividades que aúna con su formación de militar. Con él, firmas conocidas como Gómez Tello, Ruíz Ayúcar, Rafael Casas de la Vega, Juan Antonio Cervera, Emilio de la Cruz Hermosilla, Elena Flores, Manuel Garrudo, Pardo Zancada, «Kalikatres»…

El Grupo Intereconomía, presidido por Julio Ariza, retoma la mancheta «La Nación» (lanación.es) como portal de información general, entre sus medios. El editor, Alfonso Basallo, estuvo antes al frente de la revista «Época», del mismo grupo empresarial.

La sensatez de «Ya» entró en barrena
El «Ya» alcanzó 61 años de vida (1935-1996), con una última etapa -hasta 1998- de traspiés que nadie hubiera previsto cuando era el diario de mayor venta en Madrid, batía marcas en los anuncios por palabras -de rentabilidad bien conocida- y encabezaba una potente cadena: con «La Verdad» de Murcia; «Ideal» de Granada; «Hoy» de Extremadura; la agencia «Logos»; la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) y participación en otros medios periodísticos. Pero la transición política le resultó letal, en parte -aunque apenas se apunte por ahí- por su connivencia política con los hombres de la Santa Casa que permitieron formar Gobierno a Adolfo Suárez y en parte por la imparable ascensión de «El País».

Alumbrado como «diario gráfico de la noche», fue el hermano menor de «El Debate», que comandaron Herrera Oria y Gil Robles. La victoria de Franco prefirió dar continuidad al «Ya», que pasó a la mañana, y que «El Debate» sólo sobreviviera en las hemerotecas.

La Editorial Católica, titular de la cadena, con «Ya» como buque insignia, representó una fuerza informativa, guardando las distancias con el oficialismo, para en cambio, ser tildada de vaticanista. «Ya» no destacó por su brillantez, pero sí por una sensatez proverbial; sobre todo bajo la égida de Aquilino Morcillo, como director por más de cuatro lustros, y unos sesudos órganos de gobierno y de consejo.

Los últimos años de «Ya», en cambio, resultaron penosos. Desnortada la empresa, que quemó rápidamente a sucesivos directores, entró en barrena y cambió de manos varias veces, malbaratándolo casi todo. Los diarios de provincias sobrevivieron y mantienen su rentabilidad, en manos del grupo vasco que ahora dispone también de «Abc». El rocambolesco final de «Ya» llevó a mezclar su nombre con el del incalificable letrado Emilio Rodríguez Menéndez, ahora capturado de nuevo, después de su fuga con ribetes de historieta del TBO,  aprovechando un permiso carcelario.

Este último verano ha saltado a la arena de las pantallas de ordenador, diarioya.es, con editores bisoños que carecen de vínculos empresariales con el genuino «Ya» de papel aunque quisieran parecérsele algo. Dos ex directores del mismo, como Alejandro Fernández Pombo y Rafael González,  representan esa cierta aproximación.

En términos generales, el repaso efectuado a grandes rasgos pone de manifiesto las muchas vueltas que dan los títulos periodísticos. Recuperar una cabecera indica un grado de simpatía, una pretensión de afinidad; pero hay que esperar resultados. Sólo el tiempo permitirá verlos.

N. de la R.
Este análisis se edita gracias a la gentileza del autor, colaborador de espacioseuropeos.com, y de  «Cuadernos de Encuentro», nº 94 (Otoño 2008).