Raúl Sohr (19/12/ 2008)
EL HORROR Y LA NÁUSEA invadieron al planeta una vez conocida la magnitud de las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra mundial. Los campos de exterminio y de trabajadores esclavos del nazismo alcanzaron cotas de perversión desconocidas hasta entonces. Los abusos contra seres inocentes por las fuerzas de diversos Estados fueron frecuentes a lo largo de la conflagración.

«Casi al tiempo que se proclamaban las normas de respeto hacia las personas comenzaba la Guerra Fría; nada de fría para cientos de millones de ciudadanos». En un acto de voluntad política, por impedir la repetición de tales vejaciones, en 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos. En su preámbulo señala: La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias.

Recientemente se cumplieron 60 años desde que esta aspiración universalista fue propuesta al mundo. Desde entonces el respeto a los derechos humanos ha tenido sus altos y sus bajos. Casi al mismo tiempo que se proclamaban las normas elementales de respeto hacia las personas comenzaba la Guerra Fría. Ella no tuvo nada de fría para cientos de millones de ciudadanos. Numerosas dictaduras, bajo el signo del capitalismo, del socialismo o del mero abuso de poder ignoraron en forma total lo que sus propios gobiernos firmaron en 1948.

LA INTERPRETACIÓN DE LA CARTA
«Mediante leyes de excepción Estados Unidos legalizó la tortura». Fue sólo con la caída del Muro de Berlín, en 1989, o si se prefiere con el fin de la confrontación entre Este y Oeste que se aprecia un renacer de la valoración de los derechos humanos. Fue un pequeño lapso: el 11-S marcó un viraje de constante deterioro en el respeto de las libertades y derechos fundamentales.

Estados Unidos, que hasta entonces se presentaba como el líder en el campo, «El daño fue sepultar el principio de universalidad de los derechos humanos» asumió posturas reñidas con el espíritu y la letra de la Declaración. El más grave fue la prisión de Guantánamo, que creó un enclave al margen de la justicia. Los detenidos fueron tildados de combatientes enemigos extranjeros que no quedaron sujetos ni a leyes civiles ni a las marciales.

Mediante leyes de excepción, por la vía del Patriot Act, fue legalizada la tortura, y el Gobierno autorizó a la CIA a secuestrar personas que fueron llevadas a lugares de detención secretos. En estas operaciones participaron, en distintos grados, países europeos como Alemania, Italia, España, Polonia y Rumania entre otros.

«Países del Tercer Mundo impugnan el derecho de Occidente a imponer sus criterios». Estos hechos son graves pero no alcanzaron a un gran número de personas. Los abusos fueron realizados en forma discreta con el propósito de destruir las redes de sospechosos de estar vinculados con organizaciones terroristas. El daño, más allá del sufrido por las victimas, fue sepultar el principio de universalidad de los derechos humanos promovido por Occidente.

Hasta antes del 11-S, Washington acusaba a otros países por no cumplir con las normas internacionales. A partir de la guerra contra el terrorismo varios de los Estados introdujeron nuevas leyes represivas. Gran Bretaña, donde nació el habeas corpus, un recurso para garantizar la seguridad de los detenidos, ha extendido los periodos de detención a 40 días antes de presentar al sospechoso ante los tribunales.

¿VALORES UNIVERSALES?
«En lo que nos toca a los latinoamericanos las cosas van mejor: la crónica plaga de los golpes de Estado, con su secuela de abusos y terror, es por ahora algo del pasado». Los retrocesos en las libertades y respeto a los derechos humanos reabren el debate sobre si existen valores universales. Existe una amplia corriente en países del Tercer Mundo que impugnan el derecho de Occidente a imponer sus criterios. En el mundo islámico los temas de género, como es la opresión de la mujer en numerosas sociedades musulmanas, son considerados desde lo que se ha denominado una óptica multiculturalista. Cada cultura tiene sus particularidades y no cabe esperar que todas se comporten de la misma manera.

La igualdad entre las personas puede entenderse como sinónimo de igualdad de oportunidades. Pero en muchas sociedades asiáticas la edad prima sobre el mérito. El choque mas agudo ocurre en el plano político. China acusa a Occidente de utilizar los derechos humanos como un instrumento para imponerle sus valores y visión de sociedad.

En el tiempo de la Guerra Fría se habría dicho que formaba parte de la guerra ideológica y de propaganda para exaltar las virtudes y defectos de los respectivos sistemas. El socialismo puso el énfasis en los derechos económicos y sociales y acusó capitalismo de no asegurar el más fundamental de los derechos: el de comer y contar con los esencial para vivir. ¿En esas condiciones para qué sirve la libertad? Occidente replicó que la libertad es el principio rector. Los seres humanos libres sabrán elegir los caminos que conducen al bienestar. El debate tiene un horizonte infinito pero esta conmemoración marca un retroceso en relación a la década anterior.

En lo que nos toca a los latinoamericanos las cosas van mejor: la crónica plaga de los golpes de Estado, con su secuela de abusos y terror, es por ahora algo del pasado.

N. de la R.
Raúl Sohr es periodista y analista internacional de Chilevisión.
Este artículo se publica gracias a la gentileza del autor y de Safe Democracy.