Inma Castilla de Cortázar Larrea (12/12/2008)
Llegamos a las siete y veinte de la tarde al funeral de Ignacio Uría Mendizábal en Azpeitia. El templo estaba abarrotado. Se rezaba en vascuence el Rosario, con contundente unanimidad. Esa cadencia me era familiar, entrañable, y sin embargo… desazonaba. Allí, en primera fila, estaba Juan José Ibarretxe. El que se indignara horas antes «porque este atentando no tenía sentido», como si lo hubieran tenido los casi mil precedentes. El mismo que se mostrara incapaz de condenar el asesinato sin apropiarse del muerto, «un hijo del pueblo», como si los mil anteriores no fueran hijos de nadie. Allí estaba también Javier Arzallus, que «no necesita un Valium» para pasearse por nuestros pueblos. Allí estaba Patxi López que aspira a ser Lehendakari, imitando a los nacionalistas, negociando con ETA, haciendo chapuzas preñadas de oportunismo, el que se avergüenza del espíritu de Ermua y le apestan sus compañeros de trinchera, dejando a su paso un reguero de constitucionalismo vasco hecho trizas.

Allí estaban también decenas de concejales populares, socialistas y de empresarios vascos y navarros con duplicadas decenas de escoltas en la puerta del templo. Allí estaba el presidente y la vicepresidenta de la AVT, y Pilar Elías y Mapi Múgica,… desafiando la avalancha de recuerdos de indignación, de sentimientos de dolor e injusticia. Estaban allí porque es más grande su corazón que la ignominia y porque allí entraba, sin consuelo tras el féretro, la familia de Ignacio Uría.

Allí estábamos todos cuando Monseñor Uriarte con inusual contundencia describió el motivo de tamaña concurrencia: «un hijo de Dios ha sido tiroteado como un criminal». Bueno, menos mal, la verdad es saludable, aunque sea cruel. Sentaba mejor que las tres menciones a «la muerte violenta» como si de un accidente se tratara. Pero la claridad dejó paso a la inexactitud, a la confusión, a las coordenadas difuminadas donde tan a gusto se desenvuelve el nacionalismo. Ese mismo nacionalismo que «educa» fanáticos o amedrentados. Ese mismo nacionalismo que atropella la libertad de los ciudadanos en nombre de los derechos de la tribu nacionalista, para seguir manifestándose siempre atribulada. Ese mismo que endurece el corazón de los suyos hasta «denervarles» el alma y hacerlos capaces de seguir con la partida de tute mientras el cadáver del que – como a diario- esperaban yacía a unos metros a la intemperie.

…»No basta la pura justicia; es necesario el amor …»-decía Monseñor Uriarte-, cuando la pura justicia brilla por su ausencia en un pueblo (como en otros 42) donde gobierna ANV, siglas de camuflaje de ETA, resultado de la negociación con la banda y del fraude a la ley de partidos por obra y gracia del socialismo de Rodríguez Zapatero. La sola justicia, la elemental decencia, bastaría para desalojarlos de las instituciones sin reforma alguna, como en Marbella. Pero no, les dejarán como ocurrió en Mondragón tras el asesinato de Isaías Carrasco. Les dejarán hasta después de las elecciones autonómicas vascas, porque hay que respetar «los derechos de todos, de todos».  Al ministro Bermejo también le va ese discurso cuidadosamente medido, con barniz de legalidad, que repugna a la elemental decencia. La pura justicia es la única antesala de la convivencia.

«Ha sido violentado un proyecto democráticamente decidido»,… ¿pero no es evidente que tenemos una sociedad humillada, impotente, sometida y sin resortes morales?, ¿acaso en el País Vasco se dan las más elementales condiciones para decidir algo?  Y… las referencias a la única «paz posible» como si fuera posible una paz a la que hay que amputarle la libertad.

Sin embargo, proseguía: «aquí cabemos todos menos los que se autoexcluyen por sus palabras o sus obras…»; como si no supiéramos que cerca de 200.000 vascos se han tenido que marchar de esa tierra nuestra por la actividad de ETA ciertamente, pero más cierto aún por las políticas impositivas y coactivas de ese nacionalismo de Ibarretxe y Arzallus, que sosegadamente escuchaban una homilía a su imagen y semejanza.

La noche era fría y oscura, muy oscura. La entrañable cantinela del Rosario en vascuence de la infancia congelaba el alma. Aquí no cabemos todos, Monseñor,… huele demasiado a podrido.

N. de la R.
Inma Castilla de Cortázar Larrea es Vicepresidenta del Foro Ermua y Decana de la Facultad de Medicina de la Universidad CEU-San Pablo.

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