Nacional
torgaJosé Manuel G. Torga (21/5/2009)
De improviso, me he topado, en la página 451 de un libro, con la afirmación de  que alguna vez estuve situado «en órbitas políticas próximas al PCE». Pues, no. Nunca ha existido nada en ese sentido. Y esta doble negación, lo que pretende es elevar al cuadrado el simple no.

Me malicio que resultará inviable obtener un certificado de carecer de esos antecedentes políticos. Pero  como, además,  ni siquiera hay una concreción de pertenencia al partido citado sino una inconcreta alusión a navegar por «órbitas políticas próximas», tal vez habría que recurrir a la NASA por si posee datos de controles sobre tan etérea referencia espacial.

Habían pasado más de seis años desde la publicación del libro hasta que llegó a mis manos. La hegemonía, a lo USA, de los «best-sellers», esconde detrás  todo un cúmulo de libros, muchos difíciles de encontrar, incluso en librerías especializadas.

Mi interés permanente por obras sobre temas del Periodismo reacciona con  mayor,  y pienso que lógica sensibilidad, cuando encuentra asuntos con una vinculación directa y personal.

Trabajé  durante seis años largos en el periódico «Nuevo Diario» y, a través de los pasados meses, tuve conocimiento de la existencia y busqué dos libros que tratan sobre lo que significó aquella cabecera.

El título que acabo de leer salió antes que el otro aunque a mí me ha llegado más tarde. Es  «La comunicación social durante el franquismo»  y, reúne, entre los trabajos de distintos autores, el que trata sobre  «El Nuevo Diario de PESA. El fracaso de un intento de apertura (1967-1970)», firmado por Julio Montero y José Cabeza, de la Universidad Complutense de Madrid. Por tratarse este producto editorial de un fruto debido a la Asociación de Historiadores de la Comunicación, la tentación inmediata me hace exclamar: «¡Así se escribe la Historia!». Como tantas frases hechas, encierra un alto componente de escepticismo, tan acertado como cazurro.

Un periodista por otro
Entre algunas perlas se confunde a dos destacados periodistas que comparten el apellido Cebrián. Más allá de esa coincidencia, aparecen nítidamente diferenciados en la profesión: José Luís – numerario del Opus Dei – dirigió «El Alcázar» de PESA y «Nuevo Diario»; Juan Luís ha pilotado «El País», en cuyo conglomerado de medios sigue al frente.

Julio Montero, con quien he contactado, reconoce: «Mi única fuente de información sobre orientaciones ideológicas de la redacción de Nuevo Diario fueron dos largas conversaciones con Juan Pablo de Villanueva. Desde luego no puedo afirmar que lo que escribí respondía sin la menor duda a lo que me dijo porque cabe que se equivocara él al decir o yo al entender».

Villanueva falleció hace menos de un año, por lo cual no existe la posibilidad de recurrir a su testimonio.

Debió de pecar, desde luego, de parcial, por  cuanto nuevo-diario2queda incompleta la versión sobre su salida de la dirección del diario. Se lee que los nuevos propietarios le despidieron. Formalmente aparecería así, con lo que podría percibir la indemnización prevista en su contrato; pero la sucesión de un grupo del Opus ajeno al Gobierno por otro vinculado al superministro López Rodó, llevó consigo que el último  situara a Villanueva como subdirector de la agencia oficial EFE. Una salida que no rechazó pese a haber tenido a gala su independencia beligerante respecto a aquel régimen político.

Director interino
Como redactor  jefe de «Nuevo Diario», en vacaciones y otras ausencias de Juan Pablo de Villanueva, le sustituí como director interino o en funciones. Dudo mucho que me hubiera dejado en su lugar si pensaba que yo tuviera alguna proximidad con el Partido Comunista de España.

Siempre tuve ideas propias y un sentido crítico; sin embargo mi actuación estaba guiada,  básicamente,  por directrices de profesionalidad. Tampoco pertenecí al Opus Dei.  Primero trabajé normalmente con algún miembro numerario que tenía esa afiliación; luego terminé siendo incompatible con otros.

Llegué a tener discrepancias serias con gestores de la empresa; pero el origen del desencuentro estuvo en el intento fallido para aquellos de cambiar el sistema de retribuciones económicas al personal. Pretendieron, con periodistas que trabajábamos en régimen de dedicación exclusiva, minimizar la retribución fija y convertir en discrecional una parte importante de la mensualidad. Aquello sacudía las expectativas de estabilidad  económica  familiar.  En una jornada del «staff», desarrollada en Eurobuilding, polemicé frente a la sorpresiva propuesta. Esgrimí el lema «a igual trabajo, igual salario» y el cambio de las nóminas no prosperó.

No hacía falta una mentalidad de izquierdas para oponerse a aquello; también la regulación laboral entonces vigente, respaldaba la situación de partida, salvo que los afectados cedieran por puro entreguismo.

Carrillo y Calvo Serer: tango en París
El hecho de haber tenido que envainarse aquel proyecto no resultó ni digerido ni olvidado. Tuvo su repercusión con el tiempo. Cuando, al final, la confrontación llegó al tope y derivó a lo tribunales, nunca conté con el apoyo de nadie de Comisiones Obreras. Para entonces,  en el tramo final de Franco, la Junta Democrática, en París, agavillaba al comunista Santiago Carrillo (PCE),  con Rafael Calvo Serer,  del Opus Dei. A su manera, una especie de último tango político en París. Las extrañas compañías de cama conspiratoria repercutían sobre realidades de otra escala muy diferente.

Bueno, uno tiene que poner en claro las cuestiones que le afectan en la esfera personal. Y, además, de paso, contribuir a que la Historia, tanto con minúscula como con mayúscula, se escriba un poco mejor.