espacioseuropeos.com (23/5/20009)
Con este artículo de la profesora Ccarmen-jaulin1armen Jaulín Plana iniciamos un debate sobre la Declaración Bolon ia (nuevo plan de estudios universitarios de la Unión Europea) que tantos seguidores y detractores comcita. Este espacio, espacioseuropeos.com,  está abierto a recoger cuantas opiniones contribuyan a enriquecer los argumentos para un debate serio, inteligente y democrático, del que no deben quedar excluidos la denuncia de intereses personales, de grupo, o institucionales.  


Entender a Europa en su tragedia: El EEES

Carmen Jaulín Plana
Para la democracia clásica ateniense la tragedia liberaba -mímesis aristotélica-, pero con el paso de estos casi 25 siglos, el viejo continente ahogado en la incertidumbre de la guerra ha ido comprendiendo que la clave para gestionarla es desarrollar la confianza.

 

Después de la Segunda Guerra Mundial, la tragedia del pensamiento de la construcción política europea ha sido entender que «Europa es una entelequia que tenemos que hacerla realidad todos, todos los días». Esta exigencia de flexibilidad genera muchos inconvenientes a los Estados miembros, porque saca a flote las vergüenzas internas -desestructuración, desgobierno, corrupciones, etc.-, diluidas en la discreción institucional que envuelve el proceso de unificación; pero aporta muchas ventajas a la ciudadanía, no sólo porque le defiende de las miserias nacionalistas, religiosas y corporativistas que le oprimen hasta la extenuación; sino porque le convierte en «ciudadano del mundo» con capacidad para gestionar el drama de la frontera, en el contexto de incertidumbre que ha generado la globalización asimétrica. Pero sobre todo, esa flexibilidad saca a la luz, en cada país europeo, las resistencias ancestrales y las persistencias feudales que corroen las raíces de los sistemas monetarios, fiscales, productivos, educativos, etc., con el disfraz de corporaciones que buscan una modernidad deshumanizante. ¿Y dónde están las corporaciones? Está claro que en todas partes, pero sobre todo enraizadas en la cultura de especulación, de la intermediación, y en la existencia de organizaciones que no saben gestionar «lo público», como la Universidad.

El mercado y la producción no son peligros -construyen el contexto-, son los valores del consumo instalados en la representación de las elites-dietas abusivas, marcas fetiches, intereses financieros galopantes, títulos académicos ilusorios-. Hoy, el ciudadano puede aprender en cualquier sitio y momento de manera autodidacta -familia, empresa, calle, Internet, medios de comunicación, grupo de iguales-, pero sólo la Universidad puede ofrecerle confianza de que el conocimiento asentado en el esfuerzo garantiza placer.

Ese placer por aprender es la razón del logos platónico-socrático, que recuperaron los humanistas del siglo XIV, los ilustrados de finales del siglo XVIII, o los reformadores españoles a lo largo del trágico siglo XIX. A lo largo del siglo XIX español, las artimañas palaciegas, las crisis económicas, los golpes de estado militares, la inestabilidad de los partidos políticos y el miedo a las revoluciones hicieron inviable que la educación fuera un objetivo «público».

Como la tasa de analfabetismo era una de las más altas en Elos-estudiantes-catalanes-contra-boloniauropa, y no interesaba que existiera una clase media instruida, como ocurría en Alemania y los países centroeuropeos, la solución fue desarrollar elites políticas, económicas e intelectuales, a través de corporaciones que garantizase los lazos a la Monarquía y al dogma de la fe, la permanencia de monopolios, la paz política y la inamovilidad social. La Segunda República sucumbe en el intento de romper esas tensiones ancestrales, pero Franco vuelve a ellas porque la unidad de todos los españoles dependía de la fuerza de una educación elitista y de que se generalizase la fuerza del trabajo; tampoco la Transición democrática española puede vencer las inercias. Esos son los antecedentes del sistema educativo y del modelo universitario español actual, y que no tienen nada que ver con la de otros Estados miembros, pero que conviene tener en cuenta cuando estamos valorando los resultados PISA, el fracaso del primer grado de formación profesional, o el «No a Bolonia».

La flexibilidad como principio en la implementación de medidas europeas es indispensable para gestionar la rica diversidad de los Estados miembros. El enemigo del ciudadano no es el que está fuera de sus fronteras, lo llevamos dentro: en el interés posesivo que fortifica el aislacionismo dentro de la corporación, como mecanismo de defensa. El enemigo del ciudadano europeo no es La Comisión Europea, es La Corporación a la que sirve; y no todas organizaciones tienen ética corporativa, también las hay con ética de desarrollo organizacional -crecimiento sostenido y sostenible para la personas-. Aunque dicho sea de paso, desde que está Barroso los valores corporativistas se han instalado en Bruselas, y, de momento, detenidos por la izquierda del Parlamento Europeo. Por lo tanto, las elecciones europeas tienen mucha más importancia de la que le damos por el porcentaje de participación. Desde esta perspectiva, una participación aplastante podría entenderse como el final de la cruzada a los principios corporativos que impiden avanzar, y el comienzo de la confianza del ciudadano en sí mismo.

El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), como todas las propuestas de educación de la Unión Europea desde Delors hasta nuestros días, tiene una compleja química de «utopía y estrategia» que obliga a la ciudadanía a reflexionar sobre las oportunidades y amenazas de la inercia, la resistencia, y el cambio de los sistemas educativos de cada Estado miembro: ¿Cuáles son las persistencias?¿Interesan los cambios? ¿En qué medida? ¿A quiénes interesan y por qué?

Veamos algunas ventajas del EEES, entendiéndolo como inicio de razón dialógica. En primer lugar hay que destacar que en España está levantando un debate social de interés, por lo que las manifestaciones, protestas, quejas y reclamaciones tienen más de aportación que otra cosa, porque la solidaridad europea va a depender de la capacidad que tengamos para articular el disenso.

En segundo lugar el EEES estructura el sistema educativo por niveles, títulos y contenidos, garantizando las diversas necesidades  educativas y de profesionalización de los ciudadanos, en cualquier momento de su vida. De ahí el acierto que todos los títulos de grados universitarios con antecedentes y continuación en especialidades de formación profesional sean de cuatro años, porque la formación profesional permite adquirir un título en dos años para acceder al mundo laboral. ¿Pero es conveniente reducir el grado a cuatro años en carreras como la sociología, la filosofía, las ciencias políticas, las de educación? ¿Compensa el título de master la pérdida de contenidos del grado? ¿Tiene razón de ser títulos de profesionalización de un año? ¿Cuál es la finalidad del master: la profesionalización, la investigación, las dos cosas? ¿Se pueden homologar con los mismos criterios carreras de conocimiento diferentes? A día de hoy estas preguntas están sin contestar y la clase política ha tenido pocos aciertos acercando la reforma al ciudadano, e introduciendo los master con precios exorbitantes, pero está claro que son cuestiones solucionables si adecuan recursos a procesos y resultados.

En tercer lugar incide en lo esencial: la necesidad de cuestionar la validez de contenidos que estamos impartiendo en las aulas para compartir resultados, aunque de momento sólo haya comenzado por la cuestión «títulos, cursos, créditos». Es evidente que esta reforma no nace en el seno de las universidades europeas debatiendo los contenidos del curriculum; viene desde arriba con el formato generalista de «Libro blanco», limitando la capacidad de autogestión y dejándola en manos de fuerzas corporativistas como son los Departamentos de la Facultades. Este inconveniente hay que entenderlo como el principio de un proceso flexible que debe ir perfeccionado con el paso del tiempo, para lo que el sistema precisa una maquinaria administrativa eficaz.

 En cuarto lugar el EEES destapa las carencias del sistema universitario español, descubriendo fuerzas corporativos que hacen más sinuoso el proceso: el obsoleto Ministerio de Educación y el control panóptico de la ANECA, que en estos momentos no está acreditando la tarea docente del profesorado universitario limitándose como anacrónico criterio a la antigüedad; y limitándose a acreditar la tarea investigadora por publicaciones de dudoso rigor y valor para la comunidad de conocimiento universitario.

En quinto lugar, el EEES obliga a desarrollar el conocimiento en las universidades con metodología y didáctica, así que no es de extrañar descubrir que detrás del profesorado que abanderunion-europeaa la libertad de cátedra decimonónica, demonizando la pedagogía, se esconda una absoluta incompetencia por hacer comprensibles los contenidos -el esfuerzo que requiere aprender un contenido se triplica cuando el objetivo es transmitirlo a otros y asegurar que lo comprendan-, pero el esfuerzo de un profesor ni se acredita, ni se paga, ni se valora.

Y en sexto lugar el EEES propugna como estrategia prioritaria la movilización -cuestión clave para la UE-, pero llena de artificios: En estos momentos la movilización geográfica es relativamente sencilla debido a la modernización de las comunicaciones y de los transportes; la movilización profesional dependerá de las resistencia corporativistas en los Estados miembros; pero lo que resulta difícil de creer es que este EEES consiga la «movilización social», porque el viejo continente se sigue definiendo como un espacio de castas.

Cuando se intenta comprender el EEES hay que partir del esfuerzo de hombres como Monnet o Schuman y de aquella acuñada frase convertida en proverbio: «No unimos Estados; sino hombres». Así que no hemos hecho otra cosa que empezar.

N. de la R.
Carmen Jaulín Plana es profesora Asociada en la Facultad de Educación y Formación del Profesorado. Departamento de Sociología VI, Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad Complutense. Autora de varias publicaciones profesionales sobre Sociología, entre las que destacan «La competencia profesional. Perspectiva dialógica del Sistema Nacional de Formación Profesional», «La implicación de los agentes sociales en la formación profesional. El reto de  empresas y sindicatos en el contexto europeo», «Análisis de las organizaciones», » Sociología de la familia. La intertextualidad como recurso metodológico y didáctico de observación social»,