Francisco Segura (9/9/2009)francisco-segura
Ecologistas en Acción, ante la presentación del proyecto Movele, discrepa de los datos de ahorro energético facilitados por el Ministro de Industria. Del mismo modo, pone en duda que la solución a nuestros problemas de movilidad venga del lado del coche eléctrico. Más bien al contrario.

El Ministro de Industria, Turismo y Comercio acaba de presentar el llamado Proyecto Piloto de Movilidad Eléctrica, Movele. En dicha presentación ha atribuido unas virtudes al coche eléctrico que están muy lejos de la realidad.

Efectivamente, los datos presentados no resisten el más mínimo análisis científico. Así, por ejemplo, el ministro Sebastián ha declarado que en caso de sustituir todo el parque automovilístico actual «se dejarían de emitir 81 millones de toneladas de CO2 anuales, cifra que representa el 81% de las emisiones el sector del transporte».

Olvida el Ministro que, por ejemplo, fabricar todos esos vehículos tendría un coste energético brutal. De hecho, se calcula que fabricar un automóvil consume tanta energía como la que gasta ese mismo vehículo a lo largo de 60.000 kms, un balance que a buen seguro no ha considerado el Sr. Sebastián en sus cuentas.

También llama la atención que el afán en reducir emisiones de CO2 no se vea correspondido con otras actuaciones del Ministro, como lo prueba el fuerte recorte que realizó sobre la energía fotovoltaica, una forma de generación eléctrica claramente reductora de emisiones.

También parece dar por hecho el Ministro que los nuevos vehículos eléctricos van a sustituir a los actuales automóviles diesel o gasolina. Está por ver. Más bien la situación será la de que las familias conserven su vehículo de combustión interna para recorridos largos e incorporen un nuevo vehículo eléctrico para recorridos urbanos, incrementando aún más el enorme parque móvil que ya tenemos.

Pero, además, los estudios demuestran que las mejoras en la eficiencia no suelen ir acompañadas de reducciones en el consumo total de un recurso, sino a menudo lo contrario. Así, la mejora en la eficiencia de los actuales coches con respecto a los de hace una década no ha supuesto una bajada en el consumo de combustible en estos diez años, sino su aumento por la mayor utilización de los nuevos vehículos. Es lo que se conoce como el efecto rebote. La «conciencia tranquila» que puede provocar el uso de un coche eléctrico en el consumidor -en especial con propaganda como la que se hace desde el Ministerio de Industria o desde los fabricantes, que los califican como vehículos limpios y de emisiones cero- a buen seguro llevará a una mayor utilización de estos automóviles.

En cuanto a los 8 millones de euros previstos en ayudas para impulsar la demanda de coches eléctricos, para Ecologistas en Acción estos fondos mejor se emplearían en programas como los que se impulsan desde algunos países europeos: promover el abandono del coche a cambio  de abonos de transporte público. Esto sí que provocaría, de forma drástica, un gran ahorro energético, menor dependencia energética y menores emisiones de CO2, además de facilitar una mayor calidad del aire en nuestras ciudades y una mejora de la habitabilidad urbana, sin hablar de la reducción de la siniestralidad.

Para Ecologistas en Acción es traficocierto que los vehículos eléctricos podrían generar menor contaminación acústica, de gases y de partículas en las ciudades. Pero los coches originan otra serie de problemas, como los relacionados con el modelo urbanístico y de transporte: expansión urbana, construcción de grandes infraestructuras, gran ocupación de espacio público, limitaciones a la movilidad de otros medios más sostenibles -la bicicleta, caminar o el transporte colectivo-, siniestralidad en conductores y peatones, y un largo etcétera.

El automóvil eléctrico avanza un paso más en mantener una situación de insostenibilidad, simulando todo lo contrario. Mantener y potenciar los desplazamientos privados en los entornos metropolitanos favorece el modelo disperso de urbanismo e impulsa la creación de más infraestructuras de transporte. Crea la ilusión de que es posible un sistema de transporte «ecológico» al margen del transporte público y de la reorganización urbanística.