Severo-Matías Moto Nsá (11/12/2009)moto
En alguna de las reuniones que tanto han proliferado entre la oposición en el exilio, especialmente en España, he dejado caer con todo el peso de mi conciencia y experiencia, que nada podemos ni vamos hacer en el exilio. Quizás alguien podría añadir, con mucha razón: «Y menos, desde España…».

Precisamente este es el centro de nuestras desgracias. Estamos hablando de la  política de nuestro país y de oposición al régimen  ahí imperante, a cinco mil kilómetros de nuestro pueblo y de donde se cuece toda nuestra tragedia. Mi experiencia en ese sentido es concluyente. Si no estamos en el país, no molestamos a nadie. Menos a Obiang Nguema. Lo que no invita a los brazos caídos, sino a centrar la labor de fuera en forzar nuestro retorno en libertad a nuestro país.

A muy pocos países africanos se les puede achacar hoy en cara el delito de tener a toda la oposición en el exilio. Y entre esos pocos países, Guinea Ecuatorial marca el record. Y el viejo aforismo de «divide y vencerás» se ha constituido, ya no en una dificultad, sino en una norma de vida y de comportamiento. Desde la cúpula del poder, el régimen dictatorial de Obiang Nguema ha hendido la daga de la división, en el vestido telar -ya harapiento- de la sociedad guineana; ha seccionado, a placer, desde sus tímidos inicios, a los partidos de oposición, marcados tristemente por la presencia de una parte de la sociedad claramente débil, no tanto en su número, como en su calidad humana. En el mismo tejido y cuerpo de la oposición, no hace falta mirar mucho para constatar eso que desde el año 1992 bautizó Obiang Nguema, de consuno con su compadre Alfonso Nsue Mokuy, como «Otan» y «Pacto de Varsovia», para referirse a lo que a su vez se bautizó como «oposición radical» (OTAN) y «oposición concurrente» (Pacto de Varsovia). En otras palabras: La POC y los incondicionales de Obiang Nguema. Algunos de la POC se han sumado, tristemente, a los concurrentes y van a las elecciones con Obiang Nguema. ¡Esto es lo que hay!, gritan algunos.

Si tenemos en cuenta el terrible y selectivo barrido de valores humanos y de mentes pensantes, así como el brutal freno y anulación a los  que tiene sometido Obiang Nguema al mundo intelectual guineo, habrá que aceptar, resignados, el origen y raíz de nuestras tragedias.  Este barrido de valores y de inteligencias no fue casual, sino muy premeditado.

El análisis de nuguineanos-se-manifiestanestra profunda e inapelable realidad de pueblo cercenado y diezmado en sus,  antes numerosos, y ahora escasos valores humanos, nunca debería considerarse un menosprecio, sino un acicate para actuar, o dejar de actuar, pero a conciencia de la realidad.

Yo fundé en España (exilio) el Partido del Progreso, en 1983. Aceptado como miembro observador de la Internacional Demócrata de Centro y asentadas durante cinco años de exilio, las bases de un amplio cerco de amistades a nivel internacional, un buen día me dijo uno de los cofundadores del Partido del Progreso, Antonio Y. G., español y dinámico compañero: «Después de todo lo que has hecho fuera, es hora de ir al país; si no, no tiene sentido el Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial».

Así se tejió  aquel primero y arriesgadísimo viaje de «retorno en libertad», del 5 de Junio de 1988. Aquello era una auténtica hoguera de fuego. No fui recibido  más que por el Ministro del Interior, Eyi Monsuy, para aconsejarme, con «cariñosas» amenazas que «mejor dejar la política». Retomé el exilio; pero el Partido del Progreso fue premiado por la Internacional Demócrata de Centro, admitiéndonos como miembros de pleno derecho, por el arriesgado viaje que acabábamos de realizar a Guinea Ecuatorial.

Amarrados a la conveniencia y convicción del lema «Retorno, en Libertad, a Guinea Ecuatorial», el Partido del Progreso, retomó de nuevo la aventura de un nuevo viaje a Guinea Ecuatorial, al encuentro de nuestro pueblo. El día 2 de mayo de 1992 llegamos nuevamente a Guinea Ecuatorial para reforzar -más que implantar- el Partid del Progreso, que, por una decidida voluntad del pueblo guineano había marcado una profunda y amplia huella en todo el tejido nacional, para odio, rabia, indignación y desazón del régimen dictatorial imperante, que nos colocó en el punto de disparo.

Nada de valentías falsas. Ninguna capacidad material para responder al inmenso reto de un poder militar omnipresente y terrorífico. El Partido el Progreso puso, con toda evidencia, la única parte que podía: Trasladar a la comunidad internacional el más que genuino y legítimo deseo de estar en Guinea Ecuatorial con mi pueblo y ayudar con el  Partido del Progreso, vigoroso instrumento político, a luchar contra la dictadura de Obiang Nguema.

Eran -digámoslo con absoluta sinceridad y no poca nostalgia- otros tiempos. Era, sobre todo, otra ESPAÑA. Aquella que, a nuestra instancia, llevó al Parlamento Europeo el problema de Guinea Ecuatorial, arrancando de dicho foro europeo una resolución COMUN que comprometía a todos los países de la Unión Europea a forzar la apertura de las libertades, derechos humanos  y democracia, como condición imprescindible para la cooperación con Guinea Ecuatorial. Era aquella ESPAÑA que se movió acuciada por la honestidad, legitimidad y derecho que suponía nuestro propósito de ir a Guinea Ecuatorial a ejercer, ahí, la actividad política. Era, en definitiva, aquella ESPAÑA que, plenamente consciente de sus compromisos históricos, humanos y de toda índole con Guinea Ecuatorial, creyó necesario y apoyó el riesgo de mi segundo viaje a Guinea Ecuatorial; forzó la reforma de la Ley Fundamental, dejó -bien que momentáneamente- romas las afiladas uñas de la tiranía imperante y estuvo atento y cercano al dolor de un pueblo que se desangraba. Era aquella ESPAÑA, que, como tanto lo pedimos y exigimos se puso a la cabeza de ese proceso de apertura democrática de Guinea Ecuatorial, implicando a la Unión Europea. Hubo un momento que (¡Cómo no reconocerlo y denunciarlo!) llegó otra ESPAÑA. Dicen que llegados y cogidos  de laguineanos-se-manifiestan-en-madrid mano del descubrimiento del petróleo, el gas y otros recursos estratégicos, que, unidos a los ya existentes (madera, pesca y otros) descuidaron, abandonaron, o, quizás optaron, entre los compromisos humanos y honestos, y los llamados «intereses económicos» puestos en manos del temido tirano.

Cuatro años escasos, duros y escabrosos duró la atención y cuidado que ESPAÑA, liderando la comunidad internacional, prestó al pueblo guineano. Soy absolutamente sincero y leal cuando afirmo que si  aquella ESPAÑA no llega a creer legítimo el «retorno en libertad» y liderar a la comunidad internacional (UE) en esos cuatro años, ni se hubiera producido ese período de difícil paréntesis, y desde luego yo hubiera sucumbido incuestionablemente en el intento.

Se oyen y se leen en las páginas de internet, referidos a Guinea Ecuatorial, el grito de enfado de algunos, recriminando al pueblo guineano y a la oposición, su excesiva fe y esperanza en la ayuda de fuera.

Miren con qué presteza, rapidez y precipitación tomó el dictador Obiang Nguema su avión y se dirigió a Francia, en la noche del mismo 29 de noviembre, para pedir protección militar, apoyo político;  ofrecerse y ofrecer el oro y el moro, al ver que el pueblo le humillaba en las urnas, España ponía reticencias en aceptar el resultado y los Estados Unidos, ni siquiera decían nada.

En fin; quiero decir que partiendo de la base de la desolación que sufre nuestro país y pueblo en cuanto a los múltiples valores humanos, sociales y políticos barridos del suelo patrio por el régimen; si nos comprometemos a rellenar tanto vacío social, debemos partir desde la toma de conciencia de nuestra capacidad. Y si partimos desde la simple y llana virtud de la humildad sabremos que el reto de reconducir a nuestro pueblo por las vías de la normalidad tanto política como democrática, quizás necesitemos, para ello, tanto apoyo como lo necesita Obiang Nguema y su régimen para mantener su tiranía. ESPAÑA -lo decimos no tanto para animar y avivar su prepotencia y orgullo de octava potencia, sino para recordar sus compromisos…-, no debe bastarse con un pronunciamiento tibio sobre unas elecciones fraudulentas. Hay que plantarle cara a la dictadura. No existe, tristemente, una experiencia en ese sentido. Lo sé…

Y, puestos a pedir ayuda, apoyo y protección al mundo, en base a la legitimidad y deber que nos asiste, es necesario que pongamos de nuestra parte. Unirnos para lograr, juntos, el retorno, en libertad, (es decir, protegidos) a nuestro país. Este es el proyecto político en el que cabemos todos; los que nos esperan en Guinea y los que nos consumimos en el exilio. El apoyo de ESPAÑA y de la comunidad internacional servirá para evitar que este paso sea un simple holocausto humano ofrecido, gratis, al régimen de Obiang Nguema; tan hambriento, siempre, de sangre humana.