España
Cordura (31/7/2010)toros
«…Otras naciones europeas occidentales habían logrado tales metas de modo progresivo y a lo largo de mucho tiempo; el sueño de 1931 consistía en cambiar todas esas cosas a la vez y en pocos años…».
(F. García de Cortázar y J. M. González Vesga en Breve historia de España).

Andaba la España rancia, que no decrépita, exultante con la «patriótica» victoria jurgolera… Y tuvieron que llegar los catalanes -otra vez ellos- a aguarle la fiesta. Aún peor, a robarle la suya por excelencia, la «Fiesta Nacional». Aunque sólo fuera, de momento, en aquella región de la vieja piel de toro.

Esa respetable España, la de Menéndez Pelayo y José Antonio, la del «más vale lo malo conocido…», la de Torquemada y Aznar, la del «que inventen ellos», la de los Reyes Católicos y Franco, la que «…desprecia cuanto ignora», la de Fernando VII y Rajoy, la que desde siempre se creyó con el derecho a ser la única, la pura, la auténtica, la fetén (una, grande y libre… libre, sí, para pisotear a los discrepantes aunque hayan nacido en el mismo suelo patrio), esa respetabilísima España-tabú reacciona ahora como siempre lo hizo frente a cualquier atisbo de progreso: con ira.

Que por algo aquí, tras las dos efímeras repúblicas truncadas y pese a las pamemas felipistas y las banales audacias zapateriles, nadie pudo jamás con la Reacción (ver El único y premoderno referente identitario).

Esta vez la cólera de España estalla por un motivo básicamente simbólico, aunque muy pronto aliñado con toda la parafernalia españolera: la tauromaquia. Da igual. En realidad, (casi) todo cuanto concierne a las iras de España es siempre simbólico, por literal que parezca. Siempre es contemplado desde el sentimentalismo «patriótico» (esencialista, identitario) que subyuga cualquier consideración racional.

Además en este caso, pero no es la primera vez (ver, como ejemplos indiciarios, 1 y 2), son muchos los personajes en principio ajenos a España que se suman a las airadas protestas. Recogiendo el testigo de numerosos «taurinos» ilustres de la histórica izquierda española, nombres del área progre y aledaños coinciden con aquélla en sentirse afrentados o contrariados.

Naturalmente todos ellos, sean de la Derechosa o de la progresía, dejan de lado el meollo del asunto: la crueldad sobre unos animales que la tauromaquia ha revestido de arte. Dejan de ver, así, el mal disfrazado de bien, y ellos mismos participan en el carnaval del disimulo aportando, cada cual, sus propias máscaras y artificios.

En los próximos días, quizá semanas (es lo que tiene dedicarse a esto gratis y sin apenas tiempo…), deseamos abordar el asunto desde diferentes ángulos. Sin afán de agotarlo, sin pretensiones dogmáticas, pero buscando instilar en el debate unas gotas de racionalidad que tantas veces echamos de menos. Asimismo, desde el respeto y el derecho, trataremos de recoger las implicaciones y explicaciones patrióticas (o patrioteras) de toda esta historia.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura.

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