Mi Columna
Eugenio Pordomingo (4/8/2010)eugenio-pordomingo
Un estudio publicado en RIA Novosti, titulado «Focos del separatismo en Europa», sin firma, y editado allá por las navidades de 2007,  menciona a España, y lo hace así: «El ejemplo más «tradicional» del separatismo europeo es el País Vasco». Lo traigo a colación tras conocer la decisión de la Corte Internacional de Justicia acerca de la proclamación unilateral de la independencia de Kosovo.

En Europa se operan procesos tanto integracionistas como separatistas. Según expertos, en el siglo XXI en el Viejo Mundo en teoría pueden surgir más de una decena de Estados nuevos. El ejemplo más «tradicional» del separatismo europeo es el País Vasco. En España viven cerca de 2 millones de vascos, que pueblan tres provincias de la región llamada Vascongadas o el País Vasco. Éste posee más amplios derechos que otras regiones españolas, tiene el nivel de vida más alto que el promedio nacional, el vascuence posee estatuto de idioma oficial. Pero los partidarios de la separación de España exigen más y más, se afirma en el mencionado artículo.

Cuando se realizó este trabajo, todavía no se había producido la eclosión separatista de los políticos catalanes ni, por supuesto, el Tribunal Constitucional, había dictado sentencia respecto a la nación catalana; ni se reagrupaban presos etarras en el centro penitenciario de Nanclares de Oca, ni los beneficios penitenciarios estaban a la orden del día para los terroristas vascos.

En el mencionado estudio, se dice que «el brote del separatismo se debió a la política de Franco: a los vascos les prohibían editar libros y periódicos e impartir enseñanza en euskara (lengua vascuence), dar nombres vascos a los niños e izar bandera nacional. La organización ETA («Euscadi ta askatasuna» /País Vasco y Libertad/), fundada en 1959, en sus comienzos se planteaba el objetivo de luchar contra el franquismo. Franco hace mucho ya que no está entre los vivos, el País Vasco goza de la autonomía, más ello no los detiene a los separatistas. En la lucha por la «independencia» perecieron más de 900 personas».

Franco impidió todo eso y más, pero a cambio desplazó allí la industria, construyó puertos y aeropuertos donde técnicamente no era recomendable.

El autor de «El ejemplo más «tradicional» del separatismo europeo es el País Vasco» no hace referencia a que las apetencias de la burguesía vasca no son de ahora. Un simple vistazo a las cruentas guerras carlistas y a los prolegómenos de nuestra guerra civil, le aportarían datos más que jugosos para entender el asunto. Sin obviar el problema de la Iglesia en esa zona de España.  El laberinto Vasco de  Julio Caro Baroja le puede aportar reflexiones muy interesantes e inteligentes.

«Otro «dolor de cabeza» para Madrid es Cataluña, comunidad autónoma ubicada en la parte Noreste de España, que tiene su lengua y su original cultura. Los catalanes siempre han insistido en ser diferentes a los habitantes de otras regiones de España. La comunidad goza de una amplia autonomía en el Estado español, que es una monarquía constitucional. Las relaciones con el Gobierno central se regulan por una Carta. En 2005, en su nueva redacción fue anotado que los catalanes son una nación aparte. En la región funcionan decenas de partidos y organizaciones sociales, de carácter izquierdista en su mayoría, que se manifiestan a favor de separarse de España y insisten en celebrar un referéndum al respecto (lo prometen hacer hasta 2014). En julio de 2007, también la Comunidad Valenciana adquirió el estatuto de autonomía», señala sobre Cataluña. ¿Qué diría ahora?

No se olvida el autor de citar los problemas separatistas de Francia, Italia, Bélgica, Gran Betaretaña, las Islas Feroe (Dinamarca), Suiza y en menor medida una zona de Serbia, la Transilvania rumana, los griegos de Albania del Sur y los habitantes de las Azores de Portugal.

A mi el asunto del separatismo, la verdad, es que comienza a hartarme, sobre todo después de escuchar a Artur Más, Josep Antoni Durán i Lleida y Joan Laporta, ex presidente del Club de fútbol Barcelona, ahora metido en la olla política del independentismo. Mi opinión sobre los llamados líderes vascos es aún más dura, pues allí hay sangre en las calles y no hicieron mucho por evitarlo.

Quizás ha llegado la hora de decir ¡basta! ¡Queréis independencia, pues venga a votar! Pero con unas reglas mínimas. Por ejemplo, el resultado, sea del signo que sea, debe contar con más de un 51 por ciento de los votos, por ejemplo, y acatarse lo que decidan las urnas; y no al cabo de dos o tres años, otra vez con el mismo cantar, al estilo quebecua.