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Alberto Buela (10/8/2010)
Dicen que la ocasión es queda, así, la reedición de las obras de José Luís Torres nos es propicia para rescatar del olvido algunos datos sobre la vida y obra de un pensador del campo nacional.

Sus trabajos se destacaron por ser una «producción de denuncia» en torno a los grandes negociados que signaron la, bautizada por él,  Década Infame, aquella que va desde 1930 hasta la revolución de 4 de junio de 1943 que reemplazó al régimen político «falaz y descreído» de la oligarquía maléfica y los perduellis= enemigos internos de la Patria.

El motivo y motor de toda su vida fue la lucha contra la injusticia y con su producción periodística y de ensayista buscó su erradicación tratando de influir siempre sobre los acontecimientos que denunciaba para modificarlos.

La Gran Prensa internacional, los mass media diríamos hoy (la nacional es un epígono de ella) tiene dos armas contundentes: una, la propaganda mediante la cual vende lo que quiere, crea arquetipos de hombres e insufla ideales que solo benefician al poder financiero que las sustenta. La otra es el silencio. Silenciar la denuncia que la afecta, omitir una noticia que la daña, ignorar la voz de un hombre que dice: lo que todos quieren decir. Es esta última la mejor arma, la más poderosa de las dos.

Así, en el momento de la propaganda la Gran Prensa se mueve con soltura, con agilidad, es el momento del ataque a las conciencias, de su manifestación y consecuentemente, de idiotización del lector. En el segundo momento, el del silencio, ella se halla abroquelada. Ha sido afectada en su poder. Le han cortado algún tentáculo. Su detractor no ha podido ser sobornado de ninguna manera, pues él es un hombre con principios y que vive en función de un ideal. Luego, hay que evitar que se lo conozca, pues reconociéndolo, sus principios y sus ideales se tornarán peligrosos para el statu quo reinante, hoy expresado a través del llamado pensamiento único y políticamente correcto.

Es este, sintéticamente, el mecanismo de los embaucadores de conciencias y José Luís Torres con su vida y su muerte, es un ejemplo irrevocable de lo que este enfrentamiento acarrea. Sobre Torres escribió Arturo Jauretche: «No hay ningún periodista argentino que no haya querido escribir su necrológica. Pero no hay ningún periódico argentino que haya querido recogerla. Este silencio que ha habido para la muerte de José Luís Torres, prueba simplemente que murió en su ley. Esto es lo que se llama aquí «libertad de prensa». Libertad de los intereses antinacionales y antipopulares, para impedir que tenga medios de expresión lo nacional  y popular» ([1]).

Vida y obra de Torres
Nació en la ciudad de San Miguel de Tucumán el 21 de enero de 1901, fue su madre una mujer de condición humilde, siendo su padre, Domingo Torres, un ingeniero del ferrocarril que lo reconoció como hijo cuando el tenía ya treinta años. Sus estudios llegaron a cuarto grado del colegio primario, lo que habla a las claras del carácter autodidáctico de su formación.

«Ya a los 14 años, recuerda la señora de Torres, se unió a la acción anarquista para realizar la primera huelga violenta en el Ingenio Ledesma de Tucumán, a fin de conseguir el salario de 3 pesos para los obreros del surco». A los dieciséis años va preso por primera vez. La niñez y adolescencia de Torres están marcadas por la experiencia concreta de la mísera existencia y salarios de los obreros del surco azucarero. La primera influencia ideológica es la de un anarquista «Era mi compañero de lucha, en ese entonces, un anarquista, peluquero de profesión» ([2]).

Al poco tiempo comienza a trabajar para el periódico tucumano El Orden. Es allí donde aprende el oficio de periodista y desde donde empieza, ya a los 18 años, su primera campaña periodística contra los que serán sus enemigo de por vida: la oligarquía maléfica y los perduellis, como los identificará años más tarde en libros homónimos.

Pasados los 20 años se trasladó al norte donde contrajo enlace con una mujer del lugar de quién tuvo un hijo, llamado Domingo, como su padre. Ahí, nos cuenta Torres «En Salta y Jujuy fui director de diarios, obrero de ingenio, motorista de automóviles de alquiler (tachero, diríamos hoy), y siempre por temperamento, por vocación y por deber, agitador de rebeldías» ([3]).

Enviudó relativamente pronto, hecho que lo movió a retornar a Tucumán. La gran huelga azucarera de 1923, que estuvo dirigida por la FORA local de carácter anarquista, lo encuentra militando activamente.

De allí en más su figura comienza a adquirir dimensión política propia, y así lo vemos 1928 en una gira por Jujuy y Salta junto con Alfredo Palacios y Juan B. Justo investigando el accionar de la Standard Oil Company. Ese mismo año integró la comitiva que viajó con el General Enrique Moscón al campamento petrolero Vespucio sobre el que Torres escribe un informe ([4]) donde denuncia por primera vez con pelos y señales «al imperialismo situado» y enaltece la función industrial y tecnológica del Ejército como factor principalísimo de la recuperación nacional.

Lo vemos en 1932 cumpliendo funciones de ministro de gobierno de Juan Luís Nogués, quien a juicio de un oligarca de la talla de Juan Simón Padrós: «Renunció a la tradición legada por sus mayores, junto con su sangre y su apellido». Y ello por qué. Porque Nogués y Torres como su ministro, llevaron a cabo el único gobierno de provincia que defendió la autonomía federativa de la misma contra la voluntad inconstitucional del testaferro Agustín P. Justo y su patrón el requeteoligarca  Centro Azucarero Tucumano. Este enfrentamiento motivó la intervención de la provincia ante el silencio cómplice del Congreso de la Nación.

Después en 1933, el que va a ser reconocido como El fiscal de la década infame,  viaja a Buenos Aires donde se radica definitivamente, pues consideraba que «la cabeza de la hidra estaba aquí».

Llega entonces a la gran Capital munido de un raigal sentido popular-criollo, «siempre fue un demófilo», una formación anarco-socialista y un nacionalismo militar-desarrollista. Tres rasgos que no poseía en la época el nacionalismo urbano y elitista. En Buenos Aires consolidad su amistad con el senador por Salta,  Benjamín Villafañe a quien ya conocía de su primera estadía en el Norte cuando anduvo junto al poeta y gobernador Joaquín Castellanos, con Alfredo Palacios, y traba amistad estrecha con el radical yrigoyenista, Diego Luís Molinari, con el nacionalista popular Raúl Scalabrini Ortíz y con el General popularista Juan Bautista Molina quien fuera a la postre el padrino de su hija menor Julia.

Comienza entonces su período más fértil y combativo, pues junto con las denuncias del negociado de la venta de tierras de El Palomar; de la estafa de la conversión de la deuda pública externa de la provincia de Buenos Aires en 1935; del Instituto Movilizador; de la ley de Coordinación de Transportes; de los monopolios del gas y teléfonos, hace campaña periodística contra la CADE, el grupo Dreyfus, el engendro de creación del Banco Central por parte de Inglaterra y la denuncia de la Banca Bemberg, prepara el clima de lo que él llamaba la Revolución Nacional de 1943 y el posterior gobierno del General Perón.

En cuanto a su vida privada, el hecho más significativo por esa época es su enlace en 1940 con una mujer. Beatriz Sal ([5]), que lo acompañará hasta el resto de sus días y de quien tendrá una hija que agregará alegría a su carácter ya jovial.

Si bien en ese año publicó su primer libro Algunas maneras de vender la patria. Libro que agotó su primera edición en tres días, es en 1941 cuando «El Loco» Torres lanza tres manifiestos muy importantes que, de alguna manera, van a signar ideológicamente la revolución del 4 de junio de 1943: a) A las fuerzas armadas de la república (17/3), b) Carta (redactada por Torres) del general Juan Bautista Molina a la Alianza de la juventud nacionalista(25/5), y c) La nación debe ser salvada al presidente Castillo (9/7). El primero es un llamado al Ejército para que reaccione vigorosamente en contra de la desvergüenza organizada y que desobedezca como San Martín para salvar la patria. La segunda es un llamamiento a la juventud para que se movilice a favor de una revolución justa, libre y soberana. Y en la tercera le llega a decir al presidente de la nación, Ramón Castillo, con el que además tenía una buena amistad, que debe iniciar una indispensable acción liberadora que debe comenzar por «la liberación de Ud. mismo».

Torres vive estos años en una vorágine político-ideológica extraordinaria, su vocación por influir sobre los acontecimientos políticos diarios está en su plenitud. Su domicilio de Perú 971 es visitado desde Perón a Ramírez y de Scalabrini a Molinari. Los jefes del GOU son sus amigos y discípulos. Torres es el verdadero ideólogo de la revolución del 4 de junio de 1943.

Pasada la revolución halla relativa tranquilidad  hasta 1955 para dejar por escrito sus experiencias, luchas e ideales. Así, Los perduellis (1943), La Década Infame (1945), La Patria y su Destino (1947), Seis Años después (1949), Nos acechan desde Bolivia (1952), La Oligarquía Maléfica (1953) son algunos de los títulos más salientes de su producción.

Pero José Luís Torres no es un hombre de partido sino de la Nación y ante la burocratización del peronismo, compuesta por esa camándula de adulones y alcahuetes que siempre rodearon a Perón, alzará nuevamente su pluma, o colaborará con sus pocos ahorros, como en la publicación de su último trabajo, en defensa de los intereses nacionales y populares.

Su relación con Perón es ambivalente, lo apoya y lo critica. Ejerció como nadie una de las mayores creaciones del peronismo, que él bautizó como: «el apoyo crítico».

Pero es, por lo demás conocida, la colaboración desinteresada que prestó al gobierno de Perón, quien incluso más de una vez lo mandó llamar a fin de que lo informara sobre temas de vital importancia para el país. Es plausible que haya sido Torres, quien redactó el borrador de la proclama del GOU del 4 de junio de 1943.

Con posterioridad a la revolución del 55 edita la revista Política y Políticos, que tenía como leyenda «ni con unos, ni con otros», de la que logran salir ocho números hasta que es cerrada por orden del almirante Rojas. En ella Torres, que era su único redactor y escribía con estilos diferentes para darle mayor relieve, estigmatizó la revolución triunfante desde todos los ángulos, bautizándola como «revolución fusiladora», nombre con que años más tarde se la identificó definitivamente. Es éste, otro de los rasgos del «Loco Torres» como lo llamaban sus amigos, el poder sintetizar en un nombre preciso y apropiado hechos, personas y épocas. Así, a él se debe la caracterización de «Década Infame» al período del 30 al 43; «Oligarquía maléfica», al sector social de mayores recursos que se enriqueció a costillas del pueblo en ese período y «Perduelio», al aparato financiero y legal montado por los enemigos internos de la patria para su liquidación.

Clausurada la revista viaja a España, «admiraba todo lo español» cuenta su mujer, pues sostenía que: la cabeza de la hidra está en Europa y yo tengo que ir a cortarla allá. Se entrevista con  Pío Baroja, el inconformista ibérico autor del inhallable ensayo Comunistas, judíos y demás ralea.

Sin embargo, a los dos meses, él que había sido un hombre todo vigor y dinamismo, regresa desanimado y sin fuerzas. Ya había comenzado a desarrollarse la larga y penosa enfermedad que le resultará mortal. Y así, mostrando un desinterés total, confiesa: Como Carlos Guido Spano, me corto la coleta y me meto en la cama a leer. No escribo más. 

Luego de casi una década de oscuridad y silencio, fallece en Buenos Aires, el 5 de noviembre de 1965, en la pobreza más absoluta. Sus amigos entre ellos Pepe Taladriz, realizan una colecta para comprar el cajón. Sus restos descansan en el osario público del cementerio de la Chacarita.

Mas, como el mismo lo previera, no murió del todo, pues «Hasta después de muerto ha de prolongarse en el tiempo la consecuencia de mi esfuerzo».


[1] Jauretche, Arturo: periódico «Prensa Argentina», Bs.As. 5-11-65

[2] Torres, J.L.: La década infame, Bs.As., Freeland, 1973, p. 25

[3] Torres, J.L.: La Década infame, Bs.As., Freeland, 1973, p. 26
[4] Torres, J.L.: La zona petrolífera del Norte argentino. Ligeras impresiones de un viaje, Boletín de informaciones petroleras, Bs.As., junio 1928
[5] Hay algunos ensayistas que la han bautizado como Brígida, pero nosotros la conocimos estando Torres vivo y poseemos varias cartas de ella y en todas firma como Bety Torres.

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