Internacional
Ana Camacho (17/8/2010)paul-kagame
A orillas del lago Tanganika.
Hay quien asegura que la movilización contra Paul Kagame cuando vino a Madrid fue fruto de una «sucia campaña de la Iglesia y las ONG española». Suena un poco a lo de la conspiración judeo-masónica con la que en los tiempos del Generalísimo era estigmatizado todo lo que no comulgase con el régimen pero, tanta contundencia con toque a cruzada, le dan un cierto toque de intriga a la capacidad de Kagame a movilizar a la sociedad civil española que, en cambio (por poner un ejemplo) no logran los saharauis en huelga de hambre en los territories ocupados por Marruecos. Sigo el rastro de los antecedentes y, efectivamente (como ya consta en este diario) el papel de genocida que se le atribuye a Kagame en relación a las matanzas de 1994 no es tan evidente como aseguran los denostadores del presidente ruandés.

La carnicería fue tan extremecedora (un millón y medio de muertos en tres meses) que la ONU creó el Tribunal Internacional Criminal de Ruanda para aclarar responsabilidades. Pero Kagame no está entre los perseguidos por esta instancia judicial, al menos por ahora. Aunque sus críticos insistan en que fue él que lanzó el misil contra el avión de los presidentes, a sabiendas que ello iba a prender la mecha al drama, esta corte internacional ha situado el origen de la tragedia en el grupito de extremistas hutus que entonces controlaba el Gobierno y que venían preparando una solución final al estilo nazi que consistía en acabar con el problema entre las dos etnias eliminando a la minoría tutsi. Tan en serio se habían tomado lo de imponer la pureza de su raza que acabaron llevándose por delante a los hutus moderados que por creer en la convivencia fueron asimilados a una infame categoría de traidores que puso la mitad de los muertos.

Donde se le acusa explícitamente a Kagame y a algunos de sus colaboradores por genocidio es en algunas instancias judiciales francesas y en la Audiencia Nacional donde quien lleva el caso en su contra es el juez Andreu, el que acusó al opositor guineano Severo Moto de intentar montar un golpe de estado contra el dictador Obiang Nguema con dos fusiles y un pistolón e inició con ello esa causa que, en lugar de ir a por el cleptócrata asesino, acabó metiendo en la cárcel de Navalcarnero al opositor.

También hay que decir que a quien detuvieron en Francia en marzo pasado no fue a ningún miembro del Gobierno de Kagame sino a la viuda del presidente hutu Juvenal Habyarimana (Agathe), que llevaba años viviendo una cómoda y sosegada vida de exiliada con la protección gala pese a que siempre fue señalada como una de los cerebros del grupito de preparaba la solución final contra los tutsis que se puso en marcha con el atentado del avión con un balance escalofriante, un millón y medio de muertos en tres meses, la mitad. Claro que ahora parece que Sarkozy quiere hacer las paces con Kagame, zanjando así años de bronca que han recortado mucho la capacidad de maniobra de Francia en una zona que fue tradicionalmente de gran influencia francófona. Vaya cambio con respecto a los tiempos de Chirac presidente en que a Kagame se le trataba en París de despreciable títere del imperialismo yanki en África…¿Tendrá que ver todo ello con la saludable amistad entre Sarkozy y Obama?

ana-camachoNo nos vayamos por las ramas y sigamos por donde empezamos, el fenómeno de la curiosa inquina española. Otro dato a tener en cuenta: los mismos que salen en defensa de Kagame (al menos los de versión inglesa) en relación a la tragedia de 1994, no son admiradores incondicionales del ex líder guerrillero. Por eso tienen muy claro (aquí lo podéis leer) que el presidente ruandés ha cometido, por ejemplo, el imperdonable error de aferrarse a la silla con métodos y objetivos dignos de un Mugabe y no del líder que, en 1994, se ganó cierto crédito internacional.

Y ya que estamos, como decía Fernando, con motivo de la reunión del African Progress que organizó el PSOE en Madrid también pasó por la capital algún dirigente con alergias y pecados similares a los de Kagame como el presidente de Etiopía (también antiguo guerrillero). No hubo movimiento social que lo hiciese notar.