España
Ana Camacho (28/8/2010)familia-saharaui
Es lógico que a Zapatero le mole mucho más hacer diplomacia buenista luchando contra el flagelo del hambre en el mundo que apoyando el respeto del derecho internacional en el Sáhara español o condenando la violación de los derechos humanos en Guinea Ecuatorial. Las reuniones de temática humanitaria, incluyendo las del African Progress (de las que ya hablamos), son ideales para la diplomacia de forillo, esa política exterior en realidad es esencialmente interior puesto que su objetivo no es ampliar horizontes sino cosechar puntos en las encuestas de opinión en casa.

Las ideales son las que tienen como tema principal los Objetivos del Milenio, ese plan internacional con el que la ONU se propuso reducir a la mitad para el año 2015 esa pobreza extrema que obliga a vivir a 1.200 millones de personas con menos de un dólar al día. Basta con poner expresión de consternación ante los dramas de los pobres y exhibir generosidad a golpe de chequera para lograr muchos aplausos y loas en los foros internacionales. La rentabilidad es doble: los aplausos crean la ilusión de que el líder en cuestión tiene prestigio internacional y ello, a su vez, justifica mucho primer plano en los telediarios en casa de la pública y medios afines.

Un ejemplo de las ventajas que ofrece esta diplomacia de forillo a líderes necesitados de subir puntos en las encuestas domésticas fue la cumbre que en verano de 2008 la FAO celebró en Roma, para llamar la atención sobre la crisis alimentaria provocada por la subida de los precios de las cosechas en el tercer mundo. Todavía no había estallado el tsunami financiero procedente de Wall Street.

4Zapatero se plantó allí, puso cara de «esto del hambre no puede seguir así» y prometió 500 millones de euros para acabar en especial con el drama de los africanos, los más pobres de los pobres. Sarkozy le ganó la mano al hacer lo mismo pero poniendo sobre la mesa el doble de pasta (1.000 millones de euros para África para los siguientes cinco año). Aún así, Zapatero dejó embelasada a la audiencia y rentabilizó su intervención como si hubiese prometido tres veces más que el hiperpresidente.

Hasta logró una mención especial en el discurso del propio director de la FAO, Jacques Diouf, que se refirió a España como el país que tuvo una respuesta más rápida a su llamamiento de «necesitamos más pasta para acabar con esta lacra». Zapatero estaba tan contento que le agradeció a Diouf en otro discurso el detalle de esa mención honorífica que le permitió volver a casa con un gran triunfo diplomático.

¡Menuda diferencia con los dolores de cabeza que puede provocar defender a los saharauis, con un Marruecos siempre dispuesto a responder a golpe de amenaza bélica en Perejíl, Ceuta y Melilla y, como les dejemos, hasta con las Canarias y Granada (que para lo de «recuperar» Al Andalus siempre tendrán a los de Al Qaeda de su lado)!

En esa reunión de la FAO, Zapatero quedó lo suficientemente bien situado para, en la Asamblea General de la ONU que siguió ese otoño, ser nombrado candidato europeo de la lucha contra el hambre por el cantante Bono. Seamos justos: no todos los gobernantes son capaces de sacar tanto provecho a 500 millones de euros. En ese tipo de reuniones, para lograr aplausos siendo líder de un país del Primer Mundo hay que tener la sangre fría de no salirse de los límites de la retórica de la pasta (el problema del hambre y la pobreza sólo necesita dinero para resolverse) y evitar hacer reproches a los dictadores con nombres apellidos, menos aún si es para reclamarles que dejen de saquear las riquezas de su pueblo y de violar los derechos humanos. Lo cual, además, se supone debería tener la enorme ventaja de evitar crisis diplomaticas con los Obiang y los Mohamed VI bajo el principio de «yo te dejo en paz a ti y tu, a cambio, no me molestas a mí».

Hay que hacer como que no existen organizaciones como las que ese mismo año de 2008 reflexionaban sobre lo bien que le vendría a la lucha contra hambre que se salvasen del pillaje y el despilfarro sólo el 10% de los ingresos anuales generados por la producción petrolera (los cálculos partían entonces de las cifras que para 2006 estimaron en 866.000 millones de dólares los ingresos de crudo en todo el mundo y de los cálculos con que la ONU fijaba en ese mismo año que en 73.000 millones de dólares el coste total para cumplir los objetivos del Milenio). Nada de ocurrencias que hurguen en la herida que supura de los datos que también por entonces denunciaron varias organizaciones y que apuntan a que este despilfarro es obra principalmente del voraz capitalismo de los cleptócratas africanos que se calcula han desviado entre 700.000 y 800.000 millones de dólares procedentes del petróleo a cuentas del extranjero y que, cada año, siguen inflando la cifra del robo sacando del continente unos 148.000 millones de dólares.

Es lo que hace posible que, por citar un caso cercano, el tirano de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema pueda ir a la ONU a lamentarse por «las diferencias que separan a los países ricos de los países pobres, cuyas consecuencias causan el hambre, la miseria, las guerras y la desestabilización» y pedir «una reforma del sistema económico mundial», sin que nadie le abuchee por el robo de los ingresos del petróleo con el que su hijo colecciona coches de a tres millones de euros la unidad.

Zapatero, por ejemplo, hizo como que no se había enterado de que Obiang estaba en Roma que es lo que se estila de las antiguas madres patrias cuando se va a estas cumbres dispuesto a salir en hombros. Toda esta exquisita prudencia además hay que complementarla, como hicieron Zapatero y Sarkozy, con un buen ejercicio de autofustigamiento, entonando un sentido mea culpa y asintiendo con la cabeza cuando los Diouf y demás líderes africanos le echan la culpa de sus males a la tacañería de los ricos, removiendo los pecados y complejos de las sobrealimentadas almas del Primer Mundo.

No, no es tan fácil hacer política de forillo con el arte que tiene Zapatero (gracias a la asesoría de Moratinos). El entonces secretario de Agricultura de EE. UU., Ed Schafer no pudo aguantar más cuando Diouf reprochó a los países ricos no hacer lo suficiente para erradicar el hambre mientras, en sus casas, «el consumo excesivo de los obesos cuesta 20.000 millones de dólares anuales a lo que hay que sumar los costes indirectos de 100.000 millones de dólares por las muertes prematuras y las enfermedades relacionadas». Quizás, sugirió en su intervención el representante estadounidense, Diouf proponana-camachoía resolver el problema del hambre con un novedoso programa que mata dos pájaros de un tiro (el del hambriento y el de los problemas de salud de los obesos), sometiendo a los glotones un régimen severo obligatorio y el pobre al lado, comiendo sus sobras, con el estimulante lema de «adelgace, salvando al mundo».

Para colmo la delegación americana fue de las que más levantó su voz contra el presidente Mugabe y, ya lo conté en su momento, le obligó a marcharse a su casa sin poder meterse contra el abyecto capitalismo. Fue así como a EE.UU. le tocó cargar, una vez más, con el sanbenito de potencia egoísta y estrecha de bolsillo a pesar de ser el primer donante de la FAO y tener previsto para los siguientes dos años un gasto solidario de casi 5.000 millones de dólares sólo en el capítulo de la lucha contra el hambre.

La pena es que tanta arte diplomatica de Zapatero se pierda ahora en una crisis por Melilla que además, estará quitándole valioso tiempo que debería estar dedicando, como había prometido, a los objetivos del Milenio. Pero es que, al parecer, hay tiranos que no están dispuestos a conformarse con un valioso silencio de quien, en cambio, debería hablar alto y claro por el bien de los pueblos que sufren.

 N. de la R.
Este artículo, y fotografía de portada, se publican con la autorización de Ana Camacho, periodista, activista intelectual y física, de los derechos humanos, que también se puede leer en su blog enarenasmovedizas.