Sin Acritud…
José Manuel González Torga (21/9/2010)toros
Me metí en polémica ante un texto firmado por «Cordura», no por su crítica a la tauromaquia sino porque entraba en liza cuando su postura podía interpretarse en sintonía con una medida prohibitiva en Cataluña, imponiendo  -quieras o no- una diferenciación más respecto al resto de España.

Mi preocupación por la nación española y su integridad supera con mucho a la que suscita el toro de lidia. Millones de españoles, a través de los siglos, han lidiado desafíos contra nuestra nación y una auténtica legión ha perdido la vida. Creo que merecen nuestro respeto, recuerdo y homenaje.

Nací y vivo en una nación reconquistada frente al último reducto de Boabdil, e independizada de Napoleón. A Unamuno le dolía España. Pues, eso.

Pueblos como los judíos, los armenios o los gitanos, errantes por diversas causas, mantienen la identidad de sus estirpes, independientemente del territorio. Aquí se vive, por parte de muchos, en una especie de ciudad alegre y confiada. Sin estimar la nación española, mientras los sefarditas añoran Sefarad y un islamismo beligerante reivindica Al Ándalus en versión extensiva.

El toro de lidia constituye para mí, en tales circunstancias, sólo una materia derivada al polemizar en este caso; pero, pese a todo,  no he querido eludirla.

La puntilla a la ganadería brava
Terminar con la lidia será dar la puntilla a la cría del toro bravo, que lleva una vida relativamente larga y regalada,  hasta que suenan los clarines en la plaza. No he sabido de ninguna vaca brava convertida en vaca loca por una alimentación impropia. Ahora bien, si dejara de existir el toreo, el estadio de toro bravo resultaría inalcanzable ya que el final se anticiparía para los terneros, en el matadero. Una alternativa peor que la de cambiar las orejas por el rabo.

En el extremo opuesto está la sacralización de las vacas en la India. Las he visto tan famélicas como respetadas por las calles de Delhi. Augusto Assía, en alguna de sus magníficas crónicas, las había comparado con perros callejeros. Él, que sin seudónimo periodístico -como Felipe Fernández Armesto– llegó a tener, en su Galicia de origen, una de las ganaderías modélicas de vacuno.

Mi paisano Antonio de Valbuena (Miguel de Escalada), otro periodista cotizado en su tiempo, escribió sobre las peleas de toros dentro del costumbrismo de la época en los aledaños leoneses de los Picos de Europa. El toro semental de cada aldea, mimado con la hierba de un exclusivo «prado  del toro», se peleaba espontáneamente con el semental del pueblo colindante. Esa tendencia natural daba pié para que los vecinos de los pueblos organizaran las peleas de toros como espectáculo. Las embestidas entre aquellos ejemplares terminaban dejando ganador a uno; pero la vida de los dos proseguía  y, en años sucesivos, volvían a enfrentarlos. La costumbre terminó y la monta de las vacas en los concejos, también. Los jatos que hubieran actualizado a  aquellos sementales pueblerinos, no llegan a término, desde hace mucho tiempo; han venido al mundo para una corta existencia con la carnicería como meta inmediata.j-m-torga

Tengo entendido que en alguna región de Japón sí subsisten aún peleas de toros.

Cordura…y templanza
En definitiva, aludir en este cruce de opiniones, a los autos de fe, creo, desde luego,  que es sacar las cosas de quicio. La invocación del término «salvajadas» tampoco considero que deba alcanzarme, ni siquiera por  el lado del buen salvaje roussoniano.

Amigo contradictor, temple su maximalismo. Cuando a uno le preocupa la piel de toro, como metáfora, no tiene nada contra el toro. Entre otras aproximaciones a la especie bovina, he «llendado vaques» (guardado vacas, en bable) en prados de Nava (Asturias), de niño.

Pienso, como casi todo el mundo, que estoy cuerdo, estimado cofrade del columnismo digital, con el capirote «Cordura». Sólo que en la denominada por algunos (con mayor o menor propiedad) taurofobia, no soy de la cuerda.

Y un último deseo por mi parte: ¡larga vida a los toros bravos!

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