Economía
Manuel Funes Robert (13/9/2010)manuel-funes-robert-1
Obama y Bernanke han dado un nuevo impulso al mensaje keynesiano con un gasto público gigante a emplear en obras públicas. Es el método que resolvió Roosevelt con su famoso Tennessee Valley Authority. Organismo este al que encomendó la realización de 23 presas financiadas con dinero nuevo. EE. UU. salió de la crisis. Hoover mantenía la inacción del Estado con su frase «todo lo que tenemos se debe a la libertad de mercado y esa libertad nos sacará de la crisis». Lo dijo en 1929 y la crisis no desapareció hasta la obra de Roosevelt.

Pero en Europa había habido otra revolución semejante, la de Schact, ministro de Hitler absuelto en el proceso de Núremberg. Este convenció a Hitler que si le dejaba las manos libres en la administración del Reichsbank, cubriría Alemania de autopistas. Cuenta su experiencia en el libro «Mehr geld, Mehr Kapital, Mehr Arbeit» y que al llegar al banco central alemán se topó con unos estatutos que solo permitían aumentar la cantidad de dinero si previamente había aumentando la cantidad de mercancías. Y Schact vio claro que para aumentar las mercancías  tenía que aumentar previamente la cantidad de dinero, cosa que él llevo a cabo y que hizo a Alemania salir de la crisis, apoyándose previamente en la impresora de billetes.

Obama puede tropezar con el obstáculo de que el vulgo, dentro del cual hay muchos políticos y muchos economistas unidos por el interés y la ignorancia, caigan en el error de creer que el dinero público procede del público, cosa que intentó aclarar Bernanke anunciando que el nuevo gasto publico nada tenía que ver con los impuestos, sin atreverse, eso sí,  a decir que procedía de la santa máquina.

Durante siglos podíamos tener paro importante de personas y de equipo que no podían movilizarse por la escasez de financiación pues dependía del ahorro privado. El salto gigante del siglo XX ha sido legitimar el funcionamiento de la impresora cuando el dinero pasa de ser cosa valiosa y dato para los gobernantes a variable en manos políticos y el dinero por tanto, a una creación del estado tras la quiebra de los patrones metálicos. Esta revolución, todavía utilizada con reservas, permite que allí donde haya recursos ociosos se puedan movilizar con más demanda creada con más creación monetaria a coste cero en origen y sin más límite en su cuantía que la llegada al pleno empleo de recursos.

Y esa obsesión por déficit cero procedente de la aplicación de la contabilidad privada al sector público convierte al Estado en un ente privado que todos admitimos que no es. Sin embargo, con la práctica keynesiana aumentan de modo natural los ingresos del Estado y disminuyen los gastos extraordinarios del estado, llegando al equilibrio deseado.