Sin Acritud…
José Manuel González Torga (2/9/2010)bernard-m-baruch
Aunque nacido en el siglo XIX, Baruch  adquirió y ejerció su protagonismo en el siglo XX. Convertido en financiero por sí mismo y no por herencia, actuó de cerebro gris, durante largo tiempo, en la alta política USA y también asumió cargos de gran responsabilidad con dimensión internacional.

Alardeaba de ser un especulador, remontándose al origen latino del término. Entendía, pues, que speculor -espiar, observar- caracteriza a alguien que investiga para hacer una previsión sobre lo que estar por venir y se anticipa al futuro antes de que llegue. Lo consideraba una cualidad inapreciable en todos los asuntos humanos, incluidos los referentes a la paz y a la guerra.

Simón Baruch, el padre de Bernard, era un médico alemán, de familia judía, que había emigrado a Estados Unidos para no tener que enrolarse en el ejército prusiano. Luego fue médico militar en la Guerra de Secesión, del lado de los confederados, al que estaba abocado por su residencia en Carolina del Sur.

Antecedentes negreros
Por línea materna Bernard descendía de Isaac Rodríguez Marques, llegado a Nueva York antes de 1700. Tenía antepasados judíos hispano-portugueses. Convertido en naviero, Isaac R. Marques incluía en las rutas de sus barcos el transporte de esclavos africanos. Todavía el abuelo materno de Bernard M. Baruch, cuando llega la Guerra de Secesión «era un rico propietario de esclavos», cosa que consigna el propio nieto.

De sus años colegiales a nuestro hombre le queda el recuerdo de no haber tenido acceso a las denominadas fraternidades, pretendidas «sociedades secretas», células estadounidenses con algún supuesto carácter iniciático.

El porvenir de un Bernard juvenil resultó alterado sobre las previsiones familiares que habían pensado que siguiese los pasos de su padre en la profesión médica. Examinado por un frenólogo, dictaminó que podía llegar a ser un buen médico, pero que le veía mejor futuro en las finanzas o en la política. No da la impresión de que errara en el pronóstico reconociendo las prominencias de su cráneo.

La entrada personal en Wall Street reviste los caracteres más modestos; pero va aprendiendo desde abajo y además sigue con continuidad las páginas de Financial Chronicle. Asimila, entre otros aspectos de su entorno, la realidad del arbitraje, que permite tomar decisiones a partir de las diferencias de cotización que un mismo valor alcanza, el mismo día, en Nueva York, Baltimore, Boston, Amsterdam o Londres, por citar diversos mercados dentro y fuera de las propias fronteras. El oportuno entrenamiento con la información y el cálculo de los cambios de monedas, permite obtener beneficios.

Al estilo de Rothschild
Juega fuerte, actúa sin duelo, saca partido a la información y reacciona contra reloj.

Consideraba una experiencia inolvidable la que se le presentó en el fin de semana con la fiesta del 4 de julio de 1898, que lo pasaba con sus padres en Long Branch (New Jersey). Avanzada la tarde del domingo, Arthur Housman, titular de la firma de Wall Street en la que trabajaba como asociado, le telefonea para comunicarle lo que había sabido por un periodista: que la armada estadounidense había destruido la flota española en Santiago de Cuba. Después del resultado de signo parecido en la bahía de Manila, resultaba previsible el final próximo de la guerra hispano-norteamericana.

Como al día siguiente la Bolsa USA estaría cerrada; pero no así la londinense, había una ocasión de las que pintan calvas para obtener pingües beneficios, comprando acciones estadounidenses  en el mercado de la capital inglesa. Pero para eso tenía que ir a Nueva York y telegrafiar bien temprano a Londres.

La noche se había metido de lleno y ya no quedaba ningún tren regular para la urbe neoyorquina. Baruch decidió alquilar una locomotora y un vagón y en ese convoy especial llegó para dictar los telegramas antes de la salida del sol.

bernard-m-baruch1Esa acción le permitía a Bernard Baruch rememorar la legendaria jugada atribuida a Nathan Rothschild sobre la derrota de Napoleón en Waterloo. Ganó a todos por la información, en el mercado de la City, algo que ciertas versiones complican añadiendo una previa comunicación intoxicadora, que habría falseado el signo de la batalla.

Hombres de negocios y economistas
Baruch
al margen de su trabajo, especula por cuenta propia. Trabaja con el voto de silencio de un monje para sus secretos de ventajista en los negocios. Con treinta y pocos años ya había amasado una fortuna personal. Su tendencia a apostar resultaba frenada por la prevención, en los frenesís bolsísticos y la aproximación a los pánicos. Se mantenía al día; pero, además, repasaba archivos del New York Herald, dialogaba con cronistas financieros y consultaba bibliografía a tener en cuenta, como «Las ilusiones extraordinarias del pueblo y la locura colectiva», de Charles Mackay o también «Finanzas locas», de Thomas W. Lawson (sobre este último ya se trató en espacioseuropeos.com, bajo el título «Publicaciones y figuras con etapas de crisis al fondo«.

Un alto nivel de información y un buen olfato bursátil pudieron librar a Baruch de los perniciosos efectos del «crack» del año 29.

Por cierto, hay una cita de Baruch que deja en mal lugar a los economistas en general, sobre los cuales  decía: «… dan como un hecho que saben muchas cosas. Si realmente supieran tanto, tendrían todo el dinero y nosotros no tendríamos nada». Es decir, que prácticamente son los hombres de negocios -como él-  quienes saben cómo se gana dinero y no los economistas. (La cita aparece recogida en «La élite del poder», de C. Wrigth Mills).

Presidió la Junta de Consejeros de la Casa Blanca
De los círculos de la alta finanza, Bernard  Baruch pasó a asesorar a siete sucesivos presidentes de EE. UU., de Woodrow Wilson a Dwight D. Eisenhower. Durante la I Guerra Mundial desempeñó en su país la presidencia del Comité de Industrias de Guerra. Después de la II Guerra Mundial estuvo al frente de la Delegación USA en la Comisión de la Energía Atómica de las Naciones Unidas. Una interrumpida cadena, pues, de poder, a la luz o en la sombra.

Él publicó un tomo autobiográfico -que fue traducido al francés- pero anunciaba un segundo volumen, del cual no hay noticia. Curiosamente sobre su libro, la revista editada en Madrid por dependencias oficiales, El Español, publicó una amplia referencia, con abundante ilustración, todo ello bajo el rótulo «El libro que es menester leer».

Donde también había aparecido un texto extenso sobre Baruch por los tiempos de la Gran Guerra era en  el semanario The Dearbon Independent, de Henry Ford, así como en el libro que el industrial publica con su firma: «El judío internacional». Podíamos leer sobre el antes financiero y luego presidente de la Junta de Consejeros de la Casa Blanca, entre otros pasajes, el siguiente: <<Se ha dado en llamarle el «Procónsul de Judá en América» mientras que a si mismo dicen que se titula el «Disraeli  americano». Ante una comisión extraordinaria del Congreso, declaró dicho individuo: «Que durante la guerra tuve probablemente más poderes que ningún otro político en América, de esto no quepa duda». Con estas palabras no exageró nada; poseyó mayor poderío que nadie -aunque sus poderes no fueran siempre muy legales ni constitucionales- según él mismo admitía. Sus poderes alcanzaron a la familia, al negocio, fábricas, bancos, ferrocarriles, comprendiendo hasta ejércitos enteros, y Gobiernos. Gozó un poder ilimitado e irresponsable, y el poder de este hombre y de sus cómplices obligó a que le acataran los ricos no-judíos, facilitándole así una omnisciencia y con ello un sinfín de ventajas que no se pagan con miles de millones.

baruchDos etapas
Vale la pena traer a colación, que cuando, en abril de 1947, fallece Henry Ford I, La Vanguardia Española, de Barcelona, publica una detallada crónica necrológica por Francisco Lucientes, desde Nueva York. Junto a abundantes elogios que justificaban el título – «Una historia de inteligencia, entusiasmo y trabajo»– figuraba un párrafo, al mencionar algunos reveses, que viene a cuento: <<Ford fracasó igualmente como publicista doctrinario. Su periódico  The Dearbon Independent sólo le procuró disgustos y pleitos y el rencor semita por comentarios que Ford no escribía ni inspiraba, ni leía. El famoso libro de Henry Ford, «El judío internacional», no está escrito por Henry Ford y está repudiado por Henry Ford a causa de su antihebraismo». Más bien parece que en Henry Ford I hubo   dos etapas por lo que respecta a tal cuestión y, por medio, el miedo a verse en la ruina.

Baruch, en su obra autobiográfica encuadra a Ford como antisemita; pero por otro lado, consideraba el lanzamiento de uno de sus modelos  primeros de automóviles – el T– como una de las especulaciones más gigantescas de todos los tiempos, algo que en la mentalidad del financiero judío ya veíamos que no merecía su repudio.

Desde la hamaca
La chismosa comadre de Hollywood, Hedda Hopper, recibió el encargo de mostrar a Baruch la epatante finca y residencia de William Randolph Hearts en San Simeón (California). Por contraste, reseñaba en sus memorias –«Lo sé de buena tinta»– que el retiro de Baruch, en su plantación de Hobcaw Barony», en Carolina del Sur, ofrecía solo tesoros naturales, «así como San Simeón estaba lleno de tesoros traídos de todo el mundo».

«Los días de sol– según Hedda HopperBaruch se sienta en una hamaca, en su jardín. Su sabiduría la ha adquirido allí, sobre la tierra, cara al cielo». El teléfono más cercano quedaba a una distancia de veinticinco millas, y ni siquiera cuando tuvo como invitado allí a Franklin D. Roosevelt permitió que instalaran un teléfono en la casa.

Ya no estaba pendiente de operaciones bolsísticas de arbitraje. Podía meditar. Así tramaría planes y gestaría ideas. Como concibió, según se dice, la expresión «guerra fría». Un periodista célebre la extendería: Walter Lipman. Estuvo en uso  varios decenios. Sobrevivió  a ambos, ya que Lipman desapareció en 1974 y Baruch había fallecido en 1965.