Economía
Manuel Funes Robert (15/11/2010)funes-robert
No es la primera vez que el G20 decepciona al mundo: ya en su reunión del 2009 acordó destinar un billón de euros/dólares a un Plan Marshall gigante que con anterioridad que yo había alentado desde mis páginas e informes. Recordamos las grandes frases: «ese acuerdo significaba una inflexión en la política económica mundial». Transcurridos tres años sus buenas intenciones cayeron  en el más profundo olvido. La reunión se ha centrado en apariencia en la guerra de las divisas y obvio y triste resulta ver la ignorancia no perdona ni a los más altos cargos. Vayamos al fondo.

La palabra divisas es moderna y surge como consecuencia de la fragmentación monetaria que el mundo afortunadamente sufrió con el abandono del patrón oro al que Keynes calificaba como una bárbara reliquia del pasado. Y gracias al olvido de esta reliquia, gran parte del mundo alcanzó Estado de Bienestar, sociedad de consumo y pleno empleo. Y es que la citada revolución había alterado la limitación secular de que la movilización y goce del mundo real estaba limitada por las disponibilidades monetarias, que fueron datos para todos los gobernantes de la época anterior. La revolución grandiosa que provocó aquel abandono tuvo un inconveniente importante. Las monedas formadas por oro o billetes cubiertos por oro tenían entre ellas un intercambio ligado rígidamente al contenido en oro de dichas monedas.

El panorama monetario mundial cambia radicalmente y como las distintas monedas siguen intercambiándose, ese intercambio no tiene el apoyo que antes tenía y esas razones de cambio quedaban en el aire.

Y en medio de ese aire aparecen los tipos de cambio como una variable novísima, que no es un precio sino el multiplicador que expresa en precios de la zona A los precios de la zona B. Cada país tiende a llamar divisas a las monedas extranjeras cuyo valor está intervenido por todos los gobiernos pues no había libertad de movimiento de capitales.

Y esas variaciones de unas monedas con otras alteraban los precios internacionales de las mercancías y por consiguiente, las corrientes nacionales cambiaban en cuanto cambiaban los tipos de cambio de las monedas. Cada gobierno descubrió que devaluando su moneda respecto a las  demás aumentaba la exportación y disminuía la importación. Con la devaluación conquistaban mercados ajenos y protegían los propios. Pero veía limitado el efecto deseado porque el país contrario contestaba devaluando  a su vez. El mundo real del comercio estaba regido por devaluaciones competitivas generalizadas con evidente daño para la economía real. Así nació la primera guerra de divisas y el FMI se crea en 1944 para acabar con aquel desorden monetario. Ese FMI se convierte en una autoridad y autorizaba o denegaba los propósitos devaluadores de los países. Esta es la primera guerra de divisas de la Historia.

Y rige hasta el fin del siglo pasado cuando se impone la libertad de movimiento de capitales con la cual reaparece la indeterminación y variabilidad de las equivalencias de precios. Una devaluación de un país o área no es en sí misma ni buena ni mala, depende de la cuantía y del impacto en las transacciones. Pero lo que es intrínsecamente malo es la variabilidad continua que supone la variabilidad continua de los precios internacionales con lo cual reaparece el mal que se quiso evitar en 1944.

Volviendo a nuestros días, los países se encuentran con el hecho de cuando uno de ellos se excede en su expansión monetaria su moneda se devalúa por si sola frente a las otras. Reaparece como digo la guerra pero a mayor escala. Y EE. UU., cuando acertadamente maneja el poder creador de dinero para crear la demanda cuya caída es la causa de la crisis, se encuentra con la queja de la UE y nosotros decimos que ese mal tiene el remedio de que la UE imite a América mediante la expansión monetaria que no tiene límite cuag20-en-seulntitativo con lo que se responde a la devaluación del dólar respecto al euro con la devaluación del euro respecto al dólar.

Fukuyama, que no era economista pidió que EE. UU. inundara el mundo de dólares, como si se hubiera llegado a una unión monetaria mundial. En el fondo de la discrepancia está la realidad grandiosamente negativa de que los gobiernos y los economistas ignorantes todavía no han captado el fondo y el trasfondo del fin del patrón oro. La televisión parece obstinarse en darnos una lección muda todos los días haciéndonos ver a la santa maquina impresora de billetes en funcionamiento. Función emisora que tiene que estar sujeta a razón. Fue la obra de Keynes en los años 30 y la mía en la actualidad. Nuestra pobreza nace de la ignorancia de las elites de nuestro tiempo.