España
Carlos Ruiz Miguel (6/1/2011)aeropuerto
La crisis económica también tiene ventajas. Una de ellas es dejar al descubierto algunas prácticas de las administraciones públicas que podían haber tenido algún sentido en época de bonanza, pero que resultan cuestionables en momentos de depresión económica. Entre esas prácticas citemos el delirio en la construcción de aeropuertos y la subvención de determinados vuelos.

Sería conveniente que se llevara a cabo una cuantificación exacta del dinero que nos hemos gastado en aeropuertos en estos años. Se habla, con razón, del gasto que supone la «ciudad de la locura» del Monte Gaiás en Santiago de Compostela, pero se habla menos de lo que ha costado la mastodóntica y lujosísima nueva terminal del Prat, en Barcelona, que tiene partes completas de la misma sin uso ninguno. Se habla, con razón, de la irracional planta de los tres aeropuertos de Galicia, que no compiten contra Oporto, pero se habla menos del gasto inútil que ha supuesto la construcción de aeropuertos como el de Lérida, el de León… o el de Ciudad Real.

Igualmente, falta un cálculo objetivo acerca de si el gasto en subvencionar determinados vuelos produce verdaderos beneficios en las sociedades que los subvencionan. Gracias a la crisis, ya es de dominio público que existen compañías aéreas, como la compañía irlandesa Ryanair que no son más que un negocio a base de subvenciones. Cuando el gobierno regional de Galicia en las últimas semanas discutió con la compañía antes citada el «mapa de rutas», todos recordarán que esa empresa «amenazó» con abandonar esas rutas si no recibía las subvenciones que reclamaba.

Ambos problemas creo que están interrelacionados. Cuanto más pequeños son los aeropuertos, más débil es su posición negociadora. En toda España, Galicia incluida, se ha cometido el gravísimo, y carísimo, error de multiplicar el número de aeropuertos.

¿Cuál hubiese sido la solución idónea?

Lo lógico habría sido haber creado pocos y buenos aeropuertos, situados estratégicamente, con una amplia red de transportes, sobre todo de autobuses, para conectarlos con las localidades de las que provienen los viajeros. Todo el mundo sabe que un viajero de Galicia puede encontrar en el centro de las grandes ciudades de Galicia un autobús que le llevará de y le traerá desde el aeropuerto de Oporto. Pero, ¿cuantos autobuses, no ya desde Oporto, sino por ejemplo desde el centro de una ciudad gallega comunican directamente con el aeropuerto de otra ciudad gallega?

Volvamos a las subvenciones a los vuelos y las rutas.

¿Se atrevería la compañía irlandesa a amenazar a aeropuertos como el de Oporto o Madrid y a sus respectivos gobiernos?

¿No es hora de plantearse un diseño global de los tres aeropuertos con una buena interconexión de los mismos y las principales ciudades gallegas?

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de su autor, Carlos Ruiz Miguel, Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela, que también pueden ver en desdeelatlantico.