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José Manuel González Torga (20/2/2011)
Últimamente, libros como «Don Juan y Juanito»  (de Abel Hernández) o «La travesía de don Juan» (de Pedro Carvajal Urquijo), han actualizado el salto dinástico, cuyo proceso culminó en 1969, quedando descartado oficialmente  el padre para ceñir la Corona de España, que Franco decidió reinstaurar en el hijo: Juan Carlos de Borbón y Borbón.

En plena fiesta de los Reyes Magos, el 6 de enero de aquel año, el Príncipe supuestamente recibe, en el Palacio de La Zarzuela, al entonces director de la agencia EFE, Carlos Mendo, que habría recogido unas declaraciones de aquel en forma de entrevista.

Ante la pregunta, según la redacción del diálogo periodístico, de  si consideraba valiosas las leyes fundamentales del régimen, el Príncipe contestaba: «Naturalmente. Yo soy español y como tal debo respetar las leyes e instituciones de mi país, y en mi caso, de forma muy especial». Una de aquellas leyes fundamentales, la de Sucesión, sería alegada por Franco, unos meses después, en carta a Don Juan: «La Ley de Sucesión me faculta para proponer a Las Cortes la persona que deba sucederme. Y considerando las diversas circunstancias y el sentir del país, me he decidido a llevar la propuesta en favor de vuestro hijo, el Príncipe Don Juan Carlos«.

Aquella pieza periodística signada por  Carlos Mendo representó el tanteo para comprobar si el Príncipe estaba dispuesto a dar prelación a las normas del franquismo sobre las dinásticas. Ahora bien, aunque la finalidad con que se concibió el texto en forma de entrevista -que incluía someras descripciones del camino a la Zarzuela y del hogar principesco en la fecha elegida- resultó cumplida, toda la puesta en escena ha sido cuestionada.

Otra versión
En efecto, Juan Antonio Pérez Mateos, en su «historia íntima» de ABC, da otra versión sobre lo acontecido. Según consta en esa fuente,  el paso adelante del Príncipe habría estado organizado entre él mismo, Manuel Fraga (Ministro de Información) y su  jefe de Gabinete, Gabriel Elorriaga.

Elorriaga redacta el texto de las declaraciones acordadas y, con algunos retoques que son incorporados en casa del marqués de Mondéjar, el propio Elorriaga se las remite a Mendo. Fraga telefonea al director de Efe para que vaya a verle, y le pide que firme la entrevista, «de repercusiones históricas para España». Carlos Mendo suscribe el texto recibido,  con mínimos matices de estilo periodístico, que él aporta. A través de la agencia llega a todos sus abonados nacionales y también a agencias internacionales. Cuando en ABC, el redactor-jefe, Andrés Travesí, pretende incluir algunas fotos de la entrevista, queda de manifiesto que no existe.

 Mendo iría a La Zarzuela «a posteriori», el día 8 de enero, invitado, con su esposa, a almorzar con los Príncipes.

La publicación de aquel texto periodístico en toda la Prensa española desató las especulaciones. Las declaraciones incluso terminaban con un párrafo significativo para columbrar alguna alteración en la herencia dinástica: «Ninguna Monarquía, repase usted la historia, se ha reinstaurado rígidamente y sin algún sacrificio». ¿El sacrificio sería para el pretendiente que residía en Villa Giralda?

Carta de advertencia
Durante la segunda quincena de nuevo-diario-u-don-juanenero de 1969, la tensión política en la vida nacional lleva un ritmo creciente y, hasta el punto que, el día 25, se publica la declaración del estado de excepción en toda España, por tres meses.

Los días más conflictivos me correspondió estar  de director en funciones de Nuevo Diario, por ausencia del director, Juan Pablo de Villanueva.

El jueves día 16, por la tarde, Josep Meliá llegó al periódico procedente del Palacio de las Cortes y traía la reproducción de una carta de Don Juan a su hijo, que le entregó algún procurador, como se denominaban entonces los titulares de los escaños del hemiciclo. A Meliá, que llegaría a ser secretario de Estado para la Información, con Adolfo Suárez de presidente del Gobierno, le pregunté si le constaba la autenticidad de la carta. Me contestó que sí y decidí publicarla por su interés informativo, sin atender a ninguna otra razón política.

Cuando a la mañana siguiente -día 17- Nuevo Diario salió a la calle, produjo un fuerte impacto periodístico. La edición se vendió como nunca. Y comenzaron las reacciones. Vicente Zabala Portolés, cronista taurino del diario y afecto al círculo próximo a Don Juan de Borbón, me despertó con una llamada telefónica muy temprana. Periódicos de la tarde y de la mañana, que probablemente no habrían tomado la delantera en el tema, una vez roto el hielo, se apresuraron a incluir en sus páginas la misiva, que estaba fechada el 12 de octubre de 1968, en Estoril; pero que hasta ese momento no había visto la luz pública.

El matutino Ya, por ejemplo, al ofrecer la carta, en su edición de fecha 18, la precedía de una explicación según la cual ya disponía de copia o fotocopia de la misma con anterioridad, pero no la consideraron publicable hasta que la sacaron varios diarios (en realidad, por delante, Nuevo Diario de la jornada anterior, seguido por rotativos vespertinos de ese mismo día 17 de enero).

La carta empezaba con un paternal «Mí querido Juanito», si bien el contenido revelaba una fuerte carga política.  Don Juan trata de advertir a su hijo y heredero, mediante argumentadas  consideraciones, cuya significación medular puede captarse en los párrafos siguientes:

      «Tú sabes de sobra que siempre he aplaudido en ti la posición disciplinada y digna que guardas para mí y para el Jefe del Estado y que no es sino expresión absolutamente sincera de tu lealtad y reflejo fiel de mi concepción de lo que debe ser tu estancia en España».

      «Nadie deberá nunca confundir ese respeto tuyo con un asentimiento a ninguna maniobra, en su esencia, turbia, y para ti ofensiva».

      «El hecho de haber cumplido los treinta años no debe en manera alguna modificar en ti esa posición leal y disciplinada, pero sí debe darte una nueva entereza frente a los que quisieran desviar tu camino, y también como representante mío personal y legítimo, una nueva manera de dialogar e intervenir en torno al planteamiento del futuro español, para que, haciendo coincidir legitimidad y legalidad, quede el porvenir fuera de toda confusión o inseguridad vacilante».

Una visita de Satrústegui
Al ser publicada la carta en Nuevo Diario, fue a verme a la sede del periódico, Joaquín Satrústegui, conocido monárquico juanista.

Cuando diferentes personajes de la vida nacional acudían también como visitantes para expresar posturas concretas ante los múltiples conflictos del momento, la manifestación que me hizo Satrústegui, a bocajarro, resultaba extrema, desde su alineamiento político: «La situación -comenzó- es muy grave: el Príncipe ha traicionado al Rey».

Para él, estaba claro: el Rey era Don Juan.

La terminología me sonaba ajena; pero era lógico que pudieran compartirla quienes tenían la misma adscripción político-dinástica.

el-pensamiento-de-don-juan-de-borbonEl 18 de enero, Nuevo Diario  insertaba, un editorial en el que,  después de destacar el pisotón dado a la competencia, «como una de las primicias informativas más importantes de los últimos tiempos», resaltaba, en la doctrina expuesta por el progenitor a su hijo, el peligro de caer en «una incorrección dinástica, que inevitablemente recibiría interpretaciones ofensivas de deslealtad e infidelidad».

El Príncipe era un enlace, no un pretendiente
La onda expansiva de aquella carta saltó las fronteras. Así lo reflejaba el Abc del 21 de enero, en la crónica de su  corresponsal en la capital portuguesa, José Salas y Guirior, quien testimonia: «Con más o menos  extensión, todos los periódicos de Lisboa se ocupan de la carta enviada por el Jefe de la Casa Real española a su hijo el Príncipe Don Juan Carlos. Dicha carta, enviada el 12 de octubre del pasado año y divulgada ahora en Madrid, es reproducida íntegramente en los diarios de la mañana».

Todavía una temporada más tarde, la concepción de don Juan de Borbón  aparecía fijada en unas declaraciones inéditas que ofrecía la revista semanal Mundo: «El príncipe Juan Carlos era un enlace entre la Corona y el Régimen actual de España, no un pretendiente al trono». Don Juan, evidentemente, lo veía de ese modo. Pero Franco, con sus peones, con y la aceptación del Príncipe Juan Carlos, determinaron el sesgo de la historia.

Aportó bastantes datos -no todos, claro- en su día, el libro de López Rodó titulado «La larga marcha hacia la Monarquía».

Las obras recientes utilizan otras perspectivas; pero no completan algunas piezas del puzle.