Sin Acritud…
Manuel Funes Robert (21/3/2011)desastre-nuclear
Esta terrible frase aparece al final de la película «La hora final», estrenada a finales de los años 50. También esta otra: «unos transistores que funcionaron mal arruinaron nuestra civilización». Inspirada en la novela «En la playa», del australiano Nevil Shute, en dicho final los supervivientes de una guerra nuclear se concentran en Melbourne, a donde todavía no ha llegado la nube radioactiva provocada por el conflicto bélico nuclear. Dichos supervivientes reciben  las pastillas que, provocando su muerte, les librará del tormento de la radioactividad.

Y no dejaba yo de recordar esta película a lo largo de esta semana en la que minuto a minuto hemos seguido la catástrofe  de Fukushima. Simultáneamente han aparecido en escena dos clases de catástrofes, cada una de las cuales pone en peligro la vida en la tierra. Hace unos meses ya afirmé que no vivimos un cambio climático, sino la iniciación ya de forma abierta de un ciclo cósmico después que puede acabar convirtiendo el planeta en un astro inerte y sin vida. El número, la extensión e intensidad de los fenómenos destructores parte en dos la historia de la tierra.

Pero al mismo tiempo se empieza a hacer manifiesta la peligrosidad infinita de la energía nuclear, una combinación de fenómenos destructores. Habiendo nacido la energía nuclear como superación y sustitución de las energías convencionales, a diferencia de estas, el tratamiento de los residuos generados es infinitamente más caro que en aquellas. Una unidad de electricidad que se consume en un instante produce una unidad de subproducto radiactivo que vive eternamente frente a la cual hay que tener cuidados de coste creciente. Dentro de 25.000 años tendremos que seguir gastando dinero en vigilar y defendernos de esos residuos radiactivos y si el uso de la energía atómica se multiplica y se extiende, el coste no será solo infinito, sino continuamente creciente. Es por tanto, el producto más caro que ha inventado la humanidad.

Pero esa característica se une además la peligrosidad sin precedentes. Se dice que cuando Einstein descubrió la potencia de esa energía, donde las partículas chocan a la velocidad de la luz, se asustó, pensando ocultarlo al ser consciente de su peligroso potencial, tanto en uso civil como militar.

En Fukushima se han puesto de manifiesto la combinación de los dos fenómenos: el natural e inevitable y el de una tecnología que si puede ser evitable. La frase que da titulo a este articulo se funda en una presunción que ahora vemos que no es imposible.

La energía del planeta en su movimiento con la aportación del hombre demuestra que puede demostrar hacerse visible.