Sin Acritud…
Amanda Marcotte (26/5/2011)el-poder-corrompe
Un día más y otro político más cuyo adulterio se hace público. Y esta vez la historia no va a desaparecer fácilmente de los titulares a la velocidad habitual. Esta vez el adúltero es Arnold Schwarzenegger, doblemente conocido como ex-gobernador de California y gran estrella de cine. Para hacer más escabrosa la historia, el engaño se produjo con una sirvienta, con la cual tuvo un hijo, un asunto ocultado -por lo que parece, incluso a su mujer- durante un decenio.

Ay, ¿mencioné ya que está casado con un miembro del clan Kennedy, Maria Shriver? ¿Y que es una destacada activista feminista? ¿Y que ella utilizó sus credenciales de demócrata liberal feminista para responder por él cuando reconoció décadas de acoso sexual durante la campaña de 2003, cuando también se le denunció por haber participado en los 70 en lo que de acuerdo con su descripción [de él] suena sospechosamente como una violación en grupo? ¿Y que mientras su mujer se dedicaba a trabajar en pro de las mujeres, Schwarzenegger empleaba su tiempo en despotricar contra los males que representa ser madre soltera? Ya se sabe, sólo por asegurarse de que ninguno de los posibles defensores en el futuro de su mal comportamiento pudiera decir: «Al menos, no es un hipócrita».

Si te lo presentaran en forma de novela o guión de cine, te lo echarían atrás con una nota diciendo: «Trata de hacerlo más creíble».

Pero a despecho de la locura de esta situación particular, la historia esencial del político adúltero se ha convertido en un lugar común. ¿Hay alguna situación que confunda más en la política que poner al descubierto el adulterio en las filas de los políticos ambiciosos? Una o dos veces esperas que el hombre (pues en su mayoría son hombres) la fastidie y le cacen, pero el incesante desfile de infieles y sinvergüenzas desafía al sentido común. ¿Por qué, se pregunta el ciudadano medio que os vota, alguien que ha dedicado su vida a alcanzar el poder lo arriesga todo por una fugaz experiencia sexual? ¿Por qué, en especial, aquellos hombres que se creen no sólo líderes políticos sino morales se muestran tan dispuestos a hacer excepciones con sus propios deslices? 

La mayoría de nosotros jamás lo sabremos, porque la mayoría no formamos parte opulenta de esa elitista clase mimada para que olvide que no puedes tener todo lo que quieras cuando tú quieras. Para la mayoría de nosotros, hacer la limpieza de la casa, prepararnos la comida y volar en clase turista nos proporciona una dosis diaria de humildad que puede sernos de ayuda para recordarlo cuando se presentan las tentaciones sexuales. 

Para empeorar las cosas, hasta los políticos masculinos más progresistas tienen no sólo este tipo de mimos propios de su clase sino que tienden también a vivir en un mundo en el que se da fácilmente por hecho a las mujeres. Para muchos políticos masculinos, las mujeres parecen existir con el propósito de hacerte la vida más agradable y más fáciles de realizar tus ambiciones. No se trata sólo de que lo más probable es que sean mujeres quienes se ocupen de la comida, te ahuequen la almohada y te organicen la vida mientras tú te sientas y hablas de política y estrategia en grupos de estrategas y asesores mayoritariamente masculinos. Se trata asimismo de que tu esposa quede degradada de pareja a animadora número uno, alguien de quien se espera que comprometa sus principios y ambiciones para que tú puedas llegar al poder.

Maria Shriver constituye un perfecto ejemplo del modo en que el papel de esposa de político rebaja y cosifica a las mujeres. Durante la campaña electoral de 2003 para gobernador de California, cuando Schwarzenegger quedó sepultado bajo un aluvión de imputaciones de acoso sexual, Shriver hizo uso de su sólida reputación de mujer feminista y con poder a modo de escudo contra las acusaciones que apuntaban a su sórdido marido. Cuando un hombre como Schwarzenegger vive en un mundo en el que las mujeres se le muestran tan serviles que tiran su reputación por la borda por el bien de las ambiciones políticas de él, no resulta sorprendente que no sepa demostrar el respeto básico por las mujeres necesario para no trajinarse a la servidumbre a espaldas de su esposa. 

Para dejarlo claro, hay dos clases de políticos egotistas que engañan de un modo bastante estúpido, y no deberían confundirse: están los que valoran el consentimiento y están los que tratan a las mujeres como juguetes sexuales a su alcance, con poca consideración por lo que las mujeres en cuestión sientan al respecto. Hombres como Bill Clinton y Newt Gingrich son sinvergüenzas infieles, pero, por lo que sabemos, trazan una línea en lo que concierne a la violencia coarnold-schwarzeneggerntra las mujeres. Por desgracia, cuando se levanta una cultura que deja hacer abrumadoramente a los hombres, como es ésta en la que viven los políticos, no se puede esperar que entiendan todos que, si bien es malo engañar y mentir, acosar y agredir es exponencialmente peor.

Se trata de algo que vale la pena tener en mente cuando se contempla la situación de Schwarzenegger, y su larga historia reconocida de acoso a las mujeres, anterior a estas revelaciones. Pero es algo que vale la pena también recordar en relación con los cargos de violación, agresión sexual y detención ilegal formulados contra el director del FMI, Dominique Strauss-Kahn. Sea cual fuere el resultado de su caso, no hay excusa para quienes no distinguen entre una verdadera agresión y un comportamiento canallesco pero consentido. Confundir los dos no hace más que amplificar una cultura del dejar hacer por derecho a quienes disfrutan de un modo de vida elitista con escasas responsabilidades, borrando la línea divisoria entre lo que es tratar mal a las mujeres y tratarlas de un modo criminal.

 N, de la R.
Amanda Marcotte
escribe diariamente en pandagon.net, y colabora semanalmente con un «podcast» en RH Reality Check desde Austin, Tejas, donde reside.  La traducción es de Lucas Antón. Este trabajo se publica con la autorización de Sin Permiso.