Sin Acritud…
Alberto Buela (4/8/2011)alberto-buela
En la medida en que uno avanza en la meditación acerca de lo que somos, asáltale la idea de «repetición».

Repetición de lo que han dicho de verdad con anterioridad a nosotros; las grandes obras, el saber proverbial, la tradición oral que América ha producido. Y repetición de lo que venimos diciendo.

La recurrencia a pensamientos anteriormente expuestos es una tendencia natural del entendimiento del pensador que de estos temas se ocupa. ¿Será por aquello que decía Kierkegaard, que cuando uno sabe algo de forma convencida lo puede decir de muchas maneras para llegar a afirmar siempre lo mismo?

Cuando uno posee la certeza, esto es, la convicción subjetiva de la verdad de lo que dice, habla con «lenguaje hablante» como gustaba decir Merleau-Ponty, y no ya con «lenguaje hablado», que es el uso cósico de la lengua.

Al ocuparnos en estos ensayos reiteradamente de América, de nosotros mismos, reflexionamos «sin distancia». Esto es, estamos comprometidos existencialmente en aquello que decimos y afirmamos. Esta meditación parte de l’altra America, aguda denominación con que nos caracterizan el politólogo italiano Marco Tarchi y el muy estimado Enrico Berti, filósofo de Padova, cuando refiriéndose a nosotros, intuyen que somos «lo otro» de América.

Y, ¿qué significa ser lo otro en este caso? En primer lugar que somos diferentes al angloamericano. Pero al mismo tiempo compartimos con ellos el carácter de «alguien» que está en América. «Lo hóspito» como ser de América nos es común.

En segundo término el hecho de ser reconocidos como «lo otro» de América nos da la pauta de que en las más lúcidas inteligencias europeas se ha quebrado definitivamente el etnocentrismo político-cultural. Ellos saben que no son ya «el mundo» sino una parte. Que hay «otros».

El término otro, es sabido, proviene del alter latino, de donde se deriva alter-nativa. Y ésta supone en la base un conflicto. Un alter-cado, pues surge ante la posibilidad de ser diferente, de ser distinto.

Nosotros, los iberoamericanos, a pesar que el nombre de «americanos» se lo han apropiado- como tantas cosas- los norteamericanos, somos «los otros» de América. Que no es poca cosa, en nuestra opinión. Antes bien, ello nos dice que tiene también en nosotros, lugar la historia universal, contrariamente a la opinión de Hegel.

Nosotros después de quinientos años; y a pesar de las múltiples opresiones sufridas; de la actitud servil de nuestros hombres públicos a los variados centros de poder que han habido; de la mentalidad imitativa de nuestros culturosos intelectuales que traicionaron y traicionan la preferencia de sí mismos; nosotros decimos, llegamos a ser «alguien» caracterizado como «lo otro» en el universo Occidental.

Ser otro es ser diferente, pero al mismo tiempo es coparticipar con «los otros»(europeos y angloamericanos) del carácter de «alguien». En definitiva, hemos superado el carácter de «algo», de cosa, que nos atribuyera Hegel al comienzo del siglo XIX. Y no es poco.

Y por qué somos reconocidos como «lo otro» dentro del universo de discurso de Occidente. Porque a pesar de todos los males padecidos logramos «abrir un mundo», instauramos una totalidad de sentido, encarnamos una visión análogamente diferente de la europea y la norteamericana. Somos una cosmovisión actuante en la historia.

Porque desde nuestros inicios en el siglo XVI tomamos un camino diferente al resto de occidente. La modernidad y su discurso iluminista nos han salpicado periféricamente, pero de ningún modo han alcanzado nuestra entidad. La conciencia iberoamericana es premoderna y por ser esto la polémica modernidad-posmodernidad nos es extraña.

Nosotros constituimos una ecúmene político-cultural propia: Iberoamérica. Y pensamos el pluralismo, no dentro de la nación, a la manera del racionalismo-iluminista, moderno-mundialista, ejemplo el caso de la ex Yugoslavia o Líbano, sino allende cada ecúmene cultural de las que conforman lo que se denomina vulgarmente mundo. Es por ello que para nosotros el uni-verso es en realidad un pluri-verso.

Europa está saliendo ahora de la modernidad. La denominan postmodernidad. Sus discursos universales se han hecho añicos. Sus pensadores más avisados se plantean el problema de identidad, pero no ya nacional como pretendió el discurso moderno sino europea.

La exaltación de los nacionalismos que tanto preocupa a Fukuyama es, simplemente, la reacción de aquellos pueblos que quieren inscribir su impronta en la historia.

El surgimiento de los regionalismos tan preocupante para los nacionalistas de fronteras adentro, es la reacción de aquellos pueblos que al ver diluirse el Estado-Nación que los engloba, por la pérdida de la titularidad del poder político a manos de las transnacionales, no quieren dejar de existir.

En cuanto a los Estados Unidos, como Cartago, vive bajo el imperio de las circunstancias. Vive al día. En Roma había valores. Su función de scheriff de la «aldea planetaria» lo mantiene en un estado de agitación permanentemente. Su proclamado «nuevo orden mundial» es en realidad un gran desorden. Pues los pueblos luchan por su arraigo para existir genuinamente en la historia.

Si nosotros somos «lo otro», ¿qué son los otros para nosotros? Los hemos vivenciado como dominadores. España primero, Inglaterra después y los Estados Unidos en el presente siglo.

Claro está, cabe acá hacer una distinción, pues no todos los gatos son pardos. Ciertamente que España nos dominó, pero nos colonizó. Nos legó su lengua, su religión, sus instituciones; y por intermedio de España heredamos a Roma y Grecia. Inglaterra nos dominó, pero como factoría. Su legado ha sido el churchiliano: «sangre, sudor y lágrimas». Y en cuanto a los Estados Unidos nos domina actualmente como su «patio trasero».

america-espanolaNo obstante este triste panorama, los más preclaros pensadores iberoamericanos, jamás dejaron de reconocer a «los otros» como «alguien» (1). Lo que muestra a la claras el temple y la disposición de la conciencia iberoamericana. Que desde el fondo de su historia y debido a los elementos estructurales que la conforman sabe desde siempre que es «una parte» de la conciencia del mundo. Y no «la conciencia del mundo» como se autopostuló la conciencia moderno-mundialista.

La consideración de nosotros como «lo otro» desde los centros de productividad de sentido presenta dos actitudes dispares.

Unos, los pensadores lights, herederos del racionalismo iluminista nos consideran como irreflexivos. De ahí que el «normalismo filosófico beca-universitario», especialistas de lo mínimo, haga en nuestras tierras todo el esfuerzo por parecerse al centroeuropeo y anglosajón por vía de la imitación.

La otra actitud, encarnada por muy pocos pensadores «centrales» (vgr. Tarchi, Fernández de la Mora, Steuckers, Ricoeur, Morse) nos asumen como «lo otro», en tanto que «alguien más» que junto con ellos conforman el Occidente.

Y si son pocos «los otros», genuinamente europeos o norteamericanos, muchos menos somos «nosotros» los iberoamericanos que planteamos el tema de nuestra identidad a partir de la preferencia de nosotros mismos.

Nuestro esfuerzo es doble, pues debemos expresarnos reflexivamente no sólo a partir de la proposición de Paul Ricoeur: «El proverbio da que pensar», sino también «Pensar a partir del proverbio», tratando de explicitar el pensamiento que lo posibilita.

La hermenéutica del pensamiento que generó ese «saber proverbial iberoamericano» (vgr.Fierro, Facundo, Doña Bárbara, Araucana, etc.) es una de los caminos-methodos- menos mediatizados para llegar a un saber de «lo que somos».

NOTAS
(
1) Un solo caso en contrario nos consta, el boliviana Melgarejo quien hizo imprimir los mapas de Europa sin la isla de Inglaterra.

N. de la R.
Alberto Buela Doctor en Filosofía, ensayista y director de
Disenso.

 

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