Sin Acritud…
Manuel Funes Robert (22/8/2011)

Batalla de Lepanto
Batalla de Lepanto

La alusión a España por su contribución y defensa del cristianismo, que cobra más validez ante la visita del Papa y su acogida, nos lleva al recuerdo de otra frase importante: «España, espada de Roma, luz de Trento, cuna de San Ignacio, evangelizadora de la mitad del orbe (…) esa es nuestra grandeza y no tenemos otra» (Historia de los heterodoxos españoles, Menéndez Pelayo).

Trento fue el más largo de los concilios, se interrumpió tres veces y duró casi veinte años. Todos sabemos que el generalísimo en Lepanto, era español. Pero pocos saben que la iniciativa fue de otro Papa, Julio II, que en carta a Felipe II le dice: «yerran quienes creen que gente tan belicosa y rabiosa de señorear se conformarán con lo que ahora tienen (…) por los clavos de Cristo os pido que enviéis luego a Italia la mayor armada posible».

El segundo gran paso para la contención del islamismo fue la conquista y evangelización de América, obra principal de la Compañía de Jesús. Piénsese en una Iberoamérica musulmana y su significado actual para la civilización occidental.

En la frase citada de Menéndez Pelayo hay unas palabras que he suprimido intencionadamente, cuando atribuye a España el papel de «martillo de los herejes», tras la cual se esconde lo más negro de la Historia de la Iglesia: la santa inquisición sobre la cual el autor de nuestro Lazarillo de Tormes, escondiéndose en el anonimato, dice que dicha institución «estaba formada por gentes tan buenas y santas como la justicia que administraban». Es verdad que la Inquisición no nació en España. La creó a finales del siglo XIII, Gregorio III para combatir la herejía albigense. De esta mancha negra ha librado a la iglesia por la condena expresa que ningún papa hizo jamás. Juan Pablo II a cuya beatificación  ha podido contribuir, precisamente ese Papa por esa condena expresa. A los santos crímenes de aquella institución.  Refiriéndose a la cual nuestro Juan Valera afirma: «en verdad era una delicia vivir en aquella época (…) con el san Benito, la muerte en la hoguera y más allá de este mundo, con las inextinguibles llamas del infierno».

Volviendo a Trento, diremos que lo que allí se hizo fue revisar y aceptar lo que había de bueno en la reforma protestante. Como anécdota curiosa diremos que en Trento se impuso la obligación de poner rejillas en la parte de  los confesionarios dedicados a las mujeres.