Madrid (España)
José Manuel G. Torga (31/10/2011)alberto-miguel-arruti
Ante el umbral de los 80 años, sin renunciar  a su condición de  emérito, se ha jubilado de la vida Alberto Miguel Arruti. Sólo así podrá descansar de una irrefrenable actividad que le mantenía vivo y con presencia. El retiro para él no estaba en este mundo. Con una familia reducida, seguirá en el recuerdo de toda una pléyade de amigos, compañeros y discípulos en el Periodismo y la Universidad.

Al Periodismo llegó sobre los 35 años, y por entonces le conocí; pero tuvo tiempo para  realizar una labor intensa y variada. De esto he sido testigo próximo. Lo anterior lo supe por él  y por otro viejo amigo, José María Arias Carrillo, químico.

Arruti, como prefería ser llamado, por el carácter más identificativo que su nombre de pila o su primer apellido, hizo varios cursos de  Ciencias Químicas. Abandonó esa carrera cuando, por lo desmañado que era en el laboratorio, tragó alguna substancia tóxica, al aspirar más de la cuenta con una pipeta. Sufrió una crisis y se fue a Paris a la aventura. Sobrevivió algún tiempo recogiendo papel usado por los pisos y transportándolo a pedal para ganar un puñado de francos viejos. En bastantes casas le despachaban con un airado «Merde!», que resonó, sin duda, en sus oídos muchos años, como muestra de hospitalidad francesa. Una novia alemana, con la que realizó viajes europeos, debió de mostrarle otra cara del mosaico continental. Y una chica nicaragüense –Angelita– también aportaría la variante centroamericana; la familia de ella encargó el ajuar en Bélgica y el champán en Paris, para un enlace frustrado en los días finales, con la parentela americana por la vieja Europa. Después volvió a haber preparativos -no más- de boda, con Margarita.

Culturalmente al estudiante de Ciencias, con inquietudes humanísticas, le había deslumbrado la lectura en extenso de Ortega y Gasset, cuyo pensamiento y brillantez de estilo recordaba asiduamente.

De vuelta a Madrid convalida asignaturas y finaliza la carrera de Ciencias Físicas. Da clases en academias de preparación para alumnos muy diversos, incluida la preparación para el ingreso en Escuelas de Ingeniería, que por entonces representaban una dificultad máxima.

Comparte aquella labor de muchas horas con la Escuela de Periodismo de la Iglesia, en la que se gradúa. Personalmente nos conocemos cuando viene a verme, a través de mi hermano Carlos, al diario especializado 3E, en el cual yo era redactor-jefe. Pudo ser en 1966 y, desde entonces, seguimos reforzando la amistad.

Periodismo audiovisual
Arruti ingresa, por oposición, en Radio Nacional de España. Poco después pasa a dirigir la emisora de esa cadena en Asturias y, al cabo de poco tiempo, regresa a Madrid, donde pasará a ejercer la jefatura de Informativos de RNE. Un compañero andaluz, que había entrado con él en la misma redacción radiofónica, Diego Moreno, decía, con su peculiar gracejo, que a Arruti le habían hecho jefe enseguida porque, como no sabía escribir a máquina, necesitaba una secretaria. Siempre dictó sus artículos y demás textos periodísticos.

Cuando pasé de redactor-jefe a Nuevo Diario venían por allí Alberto con Cirilo Rodríguez, otra vocación tardía y descollante del Periodismo y cenábamos por los alrededores del Eurobuilding, por entonces sin rematar.

Los cargos que desempeñó el físico reconvertido en periodista fueron muchos. En TVE también dirigió los Servicios Informativos y, luego, pasó a funciones asesoras en el Ente Público RTVE.

Doctorado en Ciencias de la Información, impartió docencia en la correspondiente Facultad de la Complutense; pero asimismo, en diferentes etapas, en la que actualmente se denomina Universidad Europea de Madrid,  en el Universidad San Pablo CEU y en la Universidad Internacional de Andalucía. Antes, por su otra faceta de Ciencias, dio clase en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos. Sus alumnos de licenciatura, de doctorado y de maestrías se cuentan por miles. Otra lista amplia corresponde a los tesinandos que dirigió hasta el grado académico superior.

Como periodista ocupó la subdirección de la agencia Central Press, colaboró en publicaciones como «Economía», «Empresa Cooperativa», «Cuadernos de Encuentro» y «Altar Mayor». Ha dirigido, además, la revista del Colegio de Físicos.

Formó parte de directivas en la Asociación Española de Periodismo Científico, en el Club Internacional de Prensa y en  otras entidades diversas.

La política y los sapos
En política anduvo, durante la transición, por formaciones de etiqueta liberal. Llevó temas de Prensa con Antonio Garrigues Walker. Relataba experiencias como una corrida de toros, en plena canícula, en Albacete, donde concertaron que un matador brindara un toro al político, pese a que ninguno de los dos sabía absolutamente nada del otro. «¿Quién es este político?», preguntaba el diestro. <<Este torero es «un matao»>>, comentaba el líder.

Para mantener sus muchas relaciones políticas y sociales, Arruti se tragaba frecuentes sapos, como, al parecer,  reconocía Clemenceau, desde el desayuno, entre quienes concurrían a la vida pública. Arruti, de vez en cuando, comentaba que le esperaba una comida o una cena desagradable. «¿Por qué vas, entonces?», le preguntaba. Como respuesta, simplemente se encogía de hombros.

Le hubiera gustado ser reconocido, en sus últimos años,  como un intelectual católico en España, algo que no logró, pese a que contara con bagaje para ello. Su claridad de ideas y de expresión resultaba proverbiales.

Solterón y desorganizado, en la vida doméstica tropezaba con limitaciones extremas que, según testimonios, llegaban hasta no acertar a atarse los cordones de los zapatos.

Conocí ya personalmente a varias de sus relaciones femeninas, en distinto grado: las dos hermanas a quienes denominaba «Las Navarras», Cristina, Pilar, Marisa y Mari Luz, quien ha sido su importante valedora en los últimos años.

jose-manuel-gonzalez-torgaNotas distintivas de Arruti, entre otras: probidad económica, aires de sabio distraído, sentido del humor y pesimismo profundo sobre la condición humana, aunque siempre estuviera dispuesto a pedir un favor. Y, desde luego, a hacerlo.

Paradojas, algunas. Sabía matemáticas y había efectuado -según presumía- una aportación propia, con los «puntos arrutianos», que en alguna ocasión me explicó, pero que no soy capaz de poner en pie. Repetía largas formulaciones matemáticas y químicas y, sin embargo, necesitaba papel y bolígrafo para repartir la cuenta de un restaurante.

En fin, corto en aras de facilitar la lectura. Serán legión los que no olvidarán con facilidad al amigo, al colega, al maestro.

Arruti: echaremos de menos tu palabra. Con una pena añadida, cuando la prospectiva política queda sin preguntas para ti. La teoría de la relatividad te permitirá salir de nuestro orden cronológico. Y hasta  evitar sapos con los yantares.