España/Economía
Manuel Funes Robert (31/10/2011zapatero-y-salgado
En el mundo de la economía los políticos no versados en esa ciencia tienen como penitencia la obligación de hablar mucho teniendo muy poco que decir, lo cual les lleva a refugiarse en el tópico y en el lugar común: «coger el toro por los cuernos», «altura de miras», «sentido del Estado» y demás conceptos vacíos.

Otro fenómeno es el hecho de que cada decisión de los  líderes  se olvida al poco tiempo cayendo en el olvido. Así, en junio del año 2009 la prensa anunció con grandes titulares:

«EL G20 APRUEBA DESTINAR UN BILLON DE DÓLARES CONTRA LA CRISIS». De aquél plan nunca más se habló. Desgraciadamente, en la cumbre europea de la semana pasada se obliga a los bancos a aumentar su capital apoyándose en medios propios y privados, lo cual supone menos financiación y menos oferta de créditos, con lo cual a la falta de los mismos que nace de la falta de demanda, se une la menor oferta por obra de esa refinanciación que obliga a los bancos a dedicar recursos que en otra situación habrían dedicado a los créditos.

También ha pasado al olvido la oferta de los siete bancos centrales más importantes del mundo el nuestro, dispuestos a resolver con sus poderosos medios la crisis de liquidez que padecemos en la eurozona porque el BCE sigue ausente en nuestros planes con algunas excepciones tímidas y olvidables.

Es fácil pronosticar que este proyecto tendrá la misma suerte que los anteriores, es decir, pasar directamente al olvido tras haber nacido  con el aparato publicitario de siempre.

El error de base es doble. De un lado se olvida del instrumento básico de la solución, que debe provenir del BCE, llamando deuda a los déficits contables de los Estados, que empujados por la inoperancia del BCE, se ven obligados a endeudarse en el mercado privado. De otro, se mantiene la tesis de que lo primero es luchar contra la inflación que afecta a la capacidad adquisitiva de las monedas y no de las personas. Las personas tienen cada vez más cosas sin que lo impida el encarecimiento de las mismas.

Pero aún admitiendo que lo prioritarios fuera luchar contra la inflación, hay dos caminos: uno, el clásico reducir la demanda con medidas drásticas, congelando la oferta monetaria o aumentar la oferta de los bienes movilizando los recursos ociosos (industria parada, millones de desempleados) y a los que solo le falta financiación para ponerse en marcha. Así también se contendría la inflación por un procedimiento del todo incruento que es el aumento de liquidez, de que todos los Estados modernos disponen. Pero este segundo procedimiento no les conviene a los mercados financieros pues se les quita la posibilidad de hacer ganancias con la escasez de dinero.

Es preciso convencerse de que la solución es barata y al alcance de la mano: la monetización de la deuda, que es sencillamente transformar las deudas soberanas en dinero nuevo nacido del BCE.

Esta monetización no es una deuda porque el Estado, del cual forma parte el BCE no puede endeudarse consigo mismo y porque no le pertenece lo que crea, por crearlo de la nada. Se trata simplemente del cumplimiento tardío de una obligación.