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Diego Camacho (10/11/2011)
El debate televisado entre Rajoy y Rubalcaba fue decepcionante; una burla escenificada en comandita para el ciudadano con el concurso acrítico de la mayor parte de los medios de comunicación social, cuyo interés prioritario era designar quien era el ganador, que evidencia el desprecio que el político tiene por el ciudadano y que sólo es superado por la mala opinión que este tiene de aquellos. Claro está que en ese desamor mutuo existe una diferencia notable, los ciudadanos sufren las consecuencias de la mala gestión política y además pagan las mamandurrias, mientras que los «servidores públicos» no sólo cobran generosamente por su actividad sino que además entran, con total impunidad, a saco en los fondos públicos gracias a la creación generalizada de redes mafiosas.

Los actores principales de este esperpento no son de recibo, aunque los dos tienen un origen común, ambos son candidatos a dedo. Una vez más se demuestra la importancia que tiene implantar en los partidos el mandato constitucional de la democracia interna. No hacerlo lleva a un resultado como el presente, la candidatura de dos personas poco adecuadas para una situación de crisis.

Rubalcaba esta inhabilitado para pilotar la salida de la crisis económica por haber estado sentado casi ocho años en el Consejo de Ministros, tampoco su impronta como ministro del Interior, factor esencial en todo el dislate alrededor de ETA o en el juicio del 15 M, hacen de él la persona idónea para liderar el esfuerzo que necesitan los españoles para salir del laberinto en el que nos colocó ZP y su desgobierno.

Rajoy durante sus años de oposición ha resultado francamente cómodo, no se ha preocupado en hacer su trabajo sino lo políticamente correcto para un electorado virtual, que según Arriola iba a llevarle a la Moncloa, es difícil pensar que quien de aspirante no se ha mojado vaya a hacerlo de titular, pues una vez Presidente del Gobierno las presiones sobre su persona serán mucho más intensas y difíciles de superar. La aparente victoria que obtuvo, frente a un candidato imposible, fue debida más a la torpeza de Rubalcaba que a su habilidad. No es admisible que pactara soslayar el tema de la corrupción, lo que certifica que esta lacra, en la que están inmersos los dos principales partidos, es un tema al que quieran poner remedio. No hay más que ver la cantidad de imputados, o a punto de serlo, que tienen en sus listas. Menos admisible aún es su acuerdo en no hablar de ETA ni de la politización de la justicia. La responsabilidad de esa lucha con tongo es sobre todo del líder del PP pues su oponente venía obligado, por los 5 millones de parados, a transitar por el camino que se le marcara.

Más arriba he señalado que ambos tenían  en común el ser candidatos por el dedo de su jefe. El día del debate volvieron a coincidir en su mutua desvergüenza al aceptar pasearsrubalcaba1e, con un gasto público de más de 500.000 €, por un plató ad hoc, cuando tenemos multitud de televisiones públicas con todo lo necesario.

Los ciudadanos tenemos el día 20-N la posibilidad de iniciar la senda política que termine con la corrupción, para ello es preciso que la detectemos y la erradiquemos antes en los afines que en los contrarios. Una auténtica utopía vista la realidad de las cosas.

Blanco sigue de ministro y portavoz del gobierno, y con toda la obscenidad que permite la impunidad dice que «es mi obligación interesarme e informarme de los proyectos empresariales que sirven para crear puestos de trabajo». Acabar con esta gentecilla es condición necesaria para poder salir del embrollo. PP y PSOE no lo harán si electoralmente no se les castiga.

N. de la R.
El autor es coronel diplomado en Operaciones Especiales, licenciado en Ciencias Políticas y miembro de la Junta Directiva de APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de África).