Economía
Alberto Montero (3/11/2011)cumbre-europea
Hoy publico en el periódico Público una columna en la que analizo sintéticamente la Eurocumbre de la semana pasada. Podéis leerla pinchando aquí o bien, como no es excesivamente larga, a continuación.

La semana pasada se celebró una nueva cumbre del Eurogrupo para tratar de ofrecer, ahora sí, respuestas definitivas a la crisis de la región. Si recordamos, los acuerdos alcanzados fueron básicamente tres: la aprobación de un segundo rescate para Grecia, condicionada a una «supervisión permanente» por parte de la UE de sus finanzas, junto a una quita sobre los bonos griegos del 50% de su valor; la ampliación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera hasta un billón de euros, esperando que gran parte de ellos sean aportados desde el FMI y los fondos soberanos de países emergentes (especialmente, China); y la recapitalización de los grandes bancos aumentando sus ratio de capital del 5% al 9%.

Sin embargo, estos acuerdos no pueden ser calificados como la solución esperada, sino que  abren un escenario muy negativo en el que se agudizarán los problemas.

En primer lugar, porque son parches paliativos y parciales urgidos por la angustia actual y la necesidad de dar la imagen de un gobierno económico de la Eurozona que ni existe ni se le espera. La oferta a participar en el fondo de rescate tanto al FMI como a China, en lugar de financiarlo por la vía del recurso al BCE, supone una cesión de poder decisión sobre la Eurozona hacia terceros países con intereses en juego. Sería ingenuo pensar que esa ayuda, de concretarse, será a título gratuito y solidario.

En segundo lugar, porque el diagnóstico de la crisis sigue centrado en la deuda soberana y la insolvencia bancaria y se focalizan todos los esfuerzos en la salvación de los bancos con desprecio de sus consecuencias sobre los ciudadanos. Con ello se obvia un diagnóstico alternativo basado en los defectos que tiene la Eurozona desde su nacimiento, cuando los Estados se desprendieron de dos instrumentos de intervención pública sobre los desequilibrios económicos, las políticas monetaria y cambiaria, y los sustituyeron por un instrumento de ajuste «invisible»: la flexibilización del mercado de trabajo. Y todo ello sin que en el horizonte apareciera la creación de un mecanismo de intervención supranacional capaz de corregir los desequilibrios generados por la dinámica de mercado en una región integrada por economías muy diferentes en sus estructuras productivas y de bienestar social, esto es, una Hacienda Europea. A ésta, tampoco se le espera.

En tercer lugar, porque agravarán las condiciones de ajuste sobre las clases populares, erosionando cualquier perspectiva de recuperación de la demanda y, con ella, del crecimiento económico. Baste tener en cuenta que los fondos para la recapitalización se estiman en 106 mil millones de euros, por lo que, en el contexto desconfianza actual, no sólo es previsible que los bancos cierren el grifo del crédito sino que puedan llegar a necesitar de ayudas públicas, dando una nueva vuelta de tuerca a los problemas de deuda soberana de algunos Estados.

Y, finalmente, porque es una triste ironía que el país en el que nació la democracia sea el primero en ver la suya amenazada y a la troika actuando como brazo ejecutor de la dictadura impuesta por los mercados.

Afortunadamente, en un arranque desesperado de dignidad que permite, al tiempo, honrar su contribución a la historia de la ciencia política, el gobierno griego ha decidido convocar un referéndum para que sea el pueblo quien decida finalmente si está dispuesto a aceptar la quita sobre la deuda y, con ello, el plan de ajuste posterior. La histeria y consiguiente hundimiento de los mercados pone de manifiesto una cosa que, para algunos, ya era evidente: cuando la democracia entra por la puerta, los mercados saltan por la ventana.