España
Diego  Camacho (15/4/2012)rajoy-juan-carlos-i-y-zapatero
Podría ser un nuevo título para Luis G. Berlanga que retrató a la sociedad española durante la dictadura y la transición, en clave de humor surrealista y esperpéntico. Hoy  como ayer, la mayoría de españoles desean superar su momento histórico pero unos personajes mediocres, aunque resolutivos, en el plano político, lo impiden.

Mientras a los ciudadanos se les imponen grandes sacrificios por los responsables de la crisis económica, éstos son incapaces de renunciar a sus privilegios y dar ejemplo de austeridad. Lo importante para estos políticos es mantener su estatus, asegurar su mamandurria y protegerse mutuamente cuando son descubiertos en sus ilegalidades varias.

La imagen del Presidente del Gobierno huyendo de los periodistas, a la carrera y por la puerta de atrás del Senado, es el paradigma de la indignidad presidencial. Correr es de cobardes, sobre todo cuando refleja un miedo a enfrentar una obligación y el deber de la Presidencia es tener informados a los españoles y respetar la libertad de expresión. Ya va siendo hora, que los periodistas citados para las ruedas de prensa se ausenten de la misma cuando el convocante gubernamental no admite preguntas.

Rajoy, después, haciendo uso de ese surrealismo tan español pide confianza a los mercados internacionales asustado por el repunte sucesivo de la prima de riesgo. ¿Cómo van los mercados financieros a tener confianza en un país cuyo Presidente del Consejo de Ministros corre? ¿No hay ningún asesor, de los 650 de Moncloa, que le diga que el correr no está bien y menos si se goza de una mayoría absoluta? Pues parece que no.

El desprestigio internacional de España reside en acciones como la «carrera», pero también en la ausencia de liderazgo. Es como si Rajoy siguiera con la misma táctica que utilizaba en la oposición y eso es percibido nítidamente por nuestros aliados. Ese es el motivo por el que Sarkozy hace campaña electoral a nuestra costa, pero aunque nos duela tiene razón: no somos un ejemplo a seguir. En el exterior son plenamente conscientes de que nuestro principal problema no es el económico, sino el político. Está planteado el secesionismo en territorios periféricos y el gobierno central no parece tener ningún modelo como no sea deslizarse hacia lo inevitable. El PP, por ejemplo en Cataluña, está más preocupado en no perder votos que en desarrollar una opción no nacionalista. La Generalitat se ha rebelado contra las sentencias del Tribunal Supremo y ha amenazado con hacer del tema identitario lo que le convenga. Es decir, se ha puesto fuera de la ley y el gobierno pacta con ellos. ¿Cobardía, incapacidad? O ambas.

Para terminar de arreglarlo, el rey se va a cazar elefantes a Botsuana sin ponerlo en conocimiento de la Presidencia del Gobierno, con lo que está incumpliendo su papel institucional. Claro que, cuando el actual inquilino de la Moncloa se deja nombrar al ministro de Defensa por el monarca, ¿qué puede esperar? De esos polvos estos lodos.

La Corona es una institución que nos compete a todos, no sólo a su titular. El rey con sus acciones la está dañando. La familia real acompaña poco, si se exceptúa al Príncipe de Asturias, pero es como en un equipo de Alta Fidelidad, la calidad del sonido esta en relación directa con la calidad del peor de sus componentes y algunos son manifiestamente mejorables.

No es cierto que el Jefe del Estado haya cumplido con creces las labores de su cargo. Esa propaganda oficial es válida siempre que se acepte sin más; pero, actualmente, no resiste un análisis objetivo. De hecho nuestra realidad nacional no está consolidada. Somos una nación por definir, con poca solidaridad, con vocación a caminar por el abismo y donde la corrupción política ha tomado carta de naturaleza. Un rey, en un sistema constitucional debe ser ejemplar, si no lo es, no sirve como tal y Juan Carlos I está lejos de ser una referencia ética o política. Lo que pasa es que un sistema republicano no es hoy día la solución, pues nuestro verdadero problema no reside en tener rey o no, sino en acabar con la corrupción y en ello la Casa Real no ha puesto nada de su parte.        

Es preciso el liderazgo para enderezar el rumbo político. La peor consecuencia de no hacerlo no es que suba la prima de riesgo. Cada día se hace más acuciante una reforma constitucional profunda que empiece por garantizar la igualdad ante la ley de todos los españoles.

N. de la R.
El autor es coronel diplomado en Operaciones Especiales, licenciado en Ciencias Políticas y miembro de la Junta Directiva de APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de Áfric