gallo-francesFrancia/Europa
Hugo Moreno, Antoni Domènech y Gustavo Búster (25/4/2012)
Las elecciones presidenciales francesas tienen una gran importancia, y no sólo para Francia. En ellas se dirime también la quiebra o la continuidad del nefasto eje franco-alemán de Merkozy, que está imponiendo al conjunto de la UE una suicida política procíclica de consolidación fiscal, en plena inmersión del continente en una segunda recesión.

Lo primero que merece destacarse de la primera vuelta del 22 de abril es el elevado índice de participación: cerca de un 80%, holgadamente superior al comúnmente pronosticado. Se diría que el electorado francés ha entendido la gravedad política del momento, para Francia, no menos que para el conjunto de la UE.

Los vanílocuos delirios de parvenu de un presidente que se creyó Rey han recibido un correctivo importante: Sarkozy apenas recogió un 27,2% del sufragio, contra un 28,8% del candidato que ahora va en cabeza, el socialista Hollande. Caso inédito en la historia de la V República: no hay precedentes de un presidente en el cargo que obtenga en la primera vuelta menos votos que su principal contrincante. Aun así, la diferencia de 1,45 puntos que le ha sacado Hollande son menos de lo pronosticado, habida cuenta del descrédito generalizado en que ha venido a parar el frenesí zascandilesco de la presidencia del marido de la señora Bruni y meritorio de la señora Merkel.

El Frente Nacional, partido abiertamente xenófobo y racista, heredero de la derecha fascista, se coloca en tercera posición, rebasando sorprendentemente el 17% del sufragio y quedando muy por delante de la gran revelación de estas elecciones, el sólido candidato del Frente de la Izquierda, el socialista de izquierda Mélenchon, que ha tenido que conformarse con algo más de un 11%. El FN se ha presentado como un partido antisistema, casi como el partido del cuarto estado, enemigo de la banca y de la gran empresa plutocrática, y como el gran defensor de la soberanía nacional en una  República convertida por la UE en mera gestora de intereses timocráticos: ha recogido el voto de la mayoría de jóvenes entre 18 y 24 años. De poco o nada le ha servido a Sarkozy esconder vergonzantemente a Merkel (que se ofreció a ayudarle en campaña) y escorar espectacularmente su campaña hacia los peores tópicos de la extrema derecha y vestir al maniqueo (al inmigrante) con traje prêt à porter de apresurada confección. La presidencia erráticamente neoliberal y rendida a Berlín de Sarkozy ha desbaratado políticamente al centroderecha republicano francés gaullista -de ascendencmerkel-y-sarkozyia netamente antifascista-, regalando de barato a la derecha neovichysta del FN la bandera de la defensa de la soberanía nacional –«la excepción francesa»– y de los intereses de un menu peuple aterrorizado por la crisis del «sistema» y por la espuria gestión de los políticos del «sistema». Et pour faire la bonne mésure, la campaña de Sarkozy ha contribuido a legitimar y a hacer «respetables» ante el grueso del propio electorado las botaratadas xenofóbicas lepenianas. 

Hollande no nació ayer. Su cargado pedigree es, en efecto, el de un político del «sistema» donde los haya (un Blair, un Schröder, un González o un Zapatero cualquiera), corresponsable como el que más de la ignara deriva neoliberal del socialismo y del necio diseño institucional de la UE que ahora nos ha puesto a todos al borde del precipicio. Pero ante la catástrofe económica y política en ciernes, ha tenido o reflejos o picardía o lucidez bastantes como para desmarcarse tajantemente del rumbo suicida -para la UE y para la República francesa- merkozyano. Ni siquiera se ha privado de lanzar proclamas «populistas» tan certeras como campanudas: «la banca es el enemigo». Para ganar en la segunda vuelta, el 6 de mayo, tendrá que contar con una amplia alianza. Es harto probable que discurra en su favor, por los motivos que luego veremos. Por lo pronto, cuenta con el voto seguro de los votantes de Jean-Luc Mélenchon -el Frente de Izquierda, que reagrupa al PCF, al Partido de Izquierda y a la Izquierda Unitaria- y de otras fuerzas  menores, más o menos grupusculares, como los Verdes de la señora Joly y acaso también de dos partiditos de la extrema izquierda postrotskista.

El espléndido Mélenchon logró reunir masas enormes en sus mítines, superiores en número a cualquier otra movilización. Arrancó con una modestísima estimación de voto en torno al 3%, pero la consistencia ideológica, la solvencia política y la deslumbrante oratoria de su brillante campaña de político culto a la vieja usanza hizo esperar a muchos que, al final, rebasaría incluso al FN y se colocaría inopinadamente como tercera fuerza política. No ha sido así. En todo caso, está fuera de duda que la dinámica de la campaña Mélanchon ha contribuido a clarificar, a ilustrar y a radicalizar (en la buena dirección) posiciones. Su decidido internacionalismo -en su mitin del pasado 14 de abril en Marsella se acordó de la II República española y su auditorio, decenas de miles de personas, respondió con un unánime y emocionante «¡No pasarán!»– ha sido también un soplo de aire fresco en unas elecciones demasiado monopolizadas por las cuitas del Hexágono.

El centrista democristiano François Bayrou, obtiene 8,8  %; los Verdes Ecologistas de Eva Joly, 2,3 %. Por último, la extrema izquierda, el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista, una especie de trotstkismo postmoderno procedente de la LCR), que logró apenas un 1,2 %, y Lutte Ouvrière, otra corriente trotstkista más tradicional,  con un 0,6 %, cosechan lo que acaso merece un sectarismo miopemente cocido en su propio jugo: la insignificancia política.   

La primera vuelta de las elecciones presidenciales admite dos lecturas, una francesa y otra europea. La europea es francamente interesante: la probabilidad de victoria de Hollande en la segunda vuelta es muy alta, lo que traerá consigo la quiebra del asfixiante «grillete Merkozy», ese suicida dogal fiscal que está destruyendo a la Unión Europea: no es improbable que la victoria de Hollande el 6 de mayo sea celebrada (a hurtadillas) en los gabinetes de Madrid, Roma y Lisboa tanto o más que en las calles de París.

Hollande
Hollande

La lectura estrictamente francesa es algo menos esperanzadora. Hollande sólo le ha sacado 1,45 puntos a un desprestigiadísmo Sarkozy. Y el conjunto de la derecha (Sarkozy, Le Pen, Bayrou y el pintoresco Nicolas Dupont-Aignan suman cerca de un 56%) se ha impuesto electoralmente en la primera vuelta al conjunto de la izquierda (Hollande, Mélenchon, Verdes y las extremas izquierdas suman en torno a un 43,76%). En lo que hace a la segunda vuelta del 6 de mayo, se puede conjeturar que buena parte de los electores centristas de Bayrou, horrorizados con las piruetas extremistas de la campaña de Sarkozy, votarán a Hollande. Y Le Pen no llamará a votar en la segunda vuelta por Sarkozy. Sabe que la presidencia de Merkozy ha devastado al centroderecha republicano laico gaullista, de ascendencia antifascista. Marine Le Pen es una política joven (42 años), inteligente y ambiciosa, y aspira visiblemente a culminar la tarea destructora de Sarkozy, para convertirse ella en la jefa de la oposición al «sistema» y a Hollande, y construir a medio plazo una nueva derecha, más que fascista (al estilo de su padre), postantifascista. En esos cálculos probables, pero poco gloriosos y no demasiado esperanzadores por ahora, se fundan las posibilidades de victoria de Hollande en la segunda vuelta. 

N. de la R.
Hugo Moreno
(París), Antoni Domènech (Barcelona) y Gustavo Búster (Madrid) son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.
Este artículo se publica con la autorización de SinPermiso.info.