España
Diego Camacho (19/4/2012)rey-juan-carlos-i
La comparecencia del Jefe del Estado en el pasillo hospitalario reconociendo «haberse equivocado» ha sido una inteligente maniobra para intentar convertir un escándalo en un cuento de hadas. Tiene su lado de grandeza pero también de populismo, todo depende del grado de sinceridad que se conceda a sus palabras. El «arrepentimiento»  llega después de analizar los destrozos de una conducta impropia que coincide con las  conductas reprobables de otros miembros de la Casa Real y con unos correos electrónicos que implican al Rey y a la Infanta Cristina en la red de apropiación de fondos públicos desde el Instituto Nóos.

Es en este último aspecto donde reside la mayor gravedad de lo sucedido, pues de confirmarse quedaría acreditada que la Casa Real había derivado en «Familia», desde donde se saqueaban las arcas del Estado, con la complicidad de altos cargos de las diferentes Administraciones. Urdangarín quedaría sólo como el testaferro de lujo,  pues el verdadero poder emanaba del «Padrino». Las palabras de Jaume Matas en su entrevista televisada son esclarecedoras.

El Rey constitucionalmente es inviolable, es la única persona que no puede hacérsele responsable de sus actos ni civil ni penalmente, los españoles le concedieron un cheque en blanco en 1978, alguien debería haberle recordado todas las mañanas que semejante prueba de cariño debía ser correspondida con su no utilización, ahí radicaba la esencia de la ejemplaridad de la Corona y la solidez de su persona. Perdonar es un asunto que corresponde a Dios, a los ciudadanos sólo nos queda afear su conducta cuando esta es impresentable o sufrirle como el mal menor.

El problema hoy en España no se centra en si nuestro régimen de monarquía parlamentaria, fracasada con esta en dos ocasiones, debe de ser sustituida por una república, fracasada también en dos intentos, sino en erradicar la corrupción que es donde reside el problema de nuestra sociedad. Que Juan Carlos I se haya convertido en paradigma del problema se debe a su esfuerzo y a la complacencia de una clase dirigente, que riéndole lo que ninguna gracia tenía; o complaciéndole en lo que no podían, han coadyuvado a lo que hoy tenemos. Es tan obsceno contemplar hoy ese apoyo político y periodístico a una frase elaborada por el impacto que puede lograr en los medios de comunicación, sin ir al fondo del asunto, como ayer lo fue contemplar a un trofeo-de-cazaCongreso de Diputados en pie aplaudiendo al monarca por otra frase relacionada con la implicación de su yerno. Se hace de lo formal y de lo superfluo categoría, es como si viviéramos inmersos en la hipócrita sociedad victoriana de finales del XIX.

Otro aspecto nada baladí es el papel de la Reina, desairada y relegada al papel de florero institucional. Nadie se merece esa afrenta y ella aunque la veamos como extranjera y lejana no está siendo tratada con la caballerosidad que se merece cualquier persona y más si se trata de una dama.

Queda por ver si el Rey aprovecha el apoyo popular recibido gracias al reconocimiento de un error, no concretado, consiguiendo consolidar el régimen del que es titular y  convertir a la calabaza en carroza y a los ratones en estadistas.

N. de la R.
El autor es coronel diplomado en Operaciones Especiales, licenciado en Ciencias Políticas y miembro de la Junta Directiva de APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de África).