Abdelaziz Boutefklika y Jacques Chirac.
Abdelaziz Boutefklika y Jacques Chirac.

Argelia/
Ana Camacho
(14/5/2012)
El Gobierno del presidente argelino Abdelaziz Bouteflika no sólo ha vuelto a ganar las elecciones, sino que lo ha hecho por goleada. Se ha demostrado así que, entre el optimismo de los islamistas moderados de la Alianza Verde (AV), la coalición que ya se veía triunfando a tope, y los que en cambio advertían que Argelia no es Túnez (ni mucho menos Marruecos) se equivocaron quienes consideran ya como un axioma inalterable que el cambio que exigen los pueblos de los países árabes y musulmanes vaya asociado con el empuje del fundamentalismo islámico.

La victoria del FLN, en efecto, no supone un «queremos todo siga como está»,  sino simplemente un aprobado a las reformas emprendidas por el partido que gobierna el país desde la proclamación de la independencia en 1962 y que ha tenido como principal capital el legado de la lucha contra el colonialismo francés. El propio Gobierno argelino reconoce que el pueblo que ahora les ha dado el triunfo quiere más y que tendrá que seguir respondiendo adecuadamente a sus expectativas para que vuelva a repetirse el éxito en la otra prueba que tendrá que afrontar en breve con las elecciones presidenciales a las que Bouteflika no volverá a presentarse por sus problemas de salud.

De hecho, para el Gobierno argelino ha habido un dato más importante aún que haber sumado el 47,6%  de los votos y con ello, 220 escaños de los 462 en juego; más importante incluso que el haber conseguido que la alianza de los tres partidos islamistas de AV no solo no haya cumplido con las expectativas de fuerza favorita (como decían incluso en España),, sino que se haya quedado en tercer lugar, por detrás de la Asamblea Nacional Democrática (RND), del primer ministro Ahmed Uyahia, (que logró un 14,71% de la cámara con 68 legisladores: lo que realmente afianza a Bouteflika y el FNL ha sido la mejora en la tasa de participación ciudadana al lograr que votasen un 43% de los 21 millones de argelinos llamados a las urnas.

La cifra desde luego es baja y justifica el acento que la prensa española ha puesto en la «apatía» y los colegios electorales vacíos. Pero el Gobierno de Buteflika había desafiado a los críticos que amenazan con montar un primavera árabe en el país si no hay un reforma creíble, asegurando que el pueblo argelino prefiere un cambio desde dentro y no una de esas sacudidas con final incierto como ha ocurrido en Libia (donde la instabilidad no ha parado de producir nuevos huidos a Argelia). Se propuso demostrarlo apostando porque no sólo iban a ganar sino que iban a cosechar un incremento en  el número de electores respecto a 2007, cuando no lograron más que el 35% de los escaños y, lo que fue mucho peor, sólo votó (según los datos oficiales que se sospechan contaron al alza), apenas el 37% del censo.

La participación argelina desde luego no se puede comparar con la avalancha a las urnas que se produjo en Túnez tras la primavera que acabó con la dictadura de Zine  Ben Alí y que propició el triunfo aplastante de los islamistas de En Nahda. Sin embargo, comparemos con las elecciones de Marruecos que el pasado noviembre auparon al frente del Gobierno, con una victoria abrumadora, a los islamistas moderados del Partido Justicia y Desarrollo (PJD): la tasa de participación no pasó del 25,5% de los marroquíes en edad de votar pese a los datos oficiales fueron más optimistas y señalaron el 45% de participación del censo electoral. Puede que, como aseguraron en Rabat, hubo una mejoría respecto al preocupante pasotismo registrado en las elecciones de 2007 (la tasa no pasó entonces del 37%) pero, el ministerio del Interior hizo trampa al airear ese 45% que consistió en obviar el importante detalle que en las últimas elecciones en el censo solo estaban  inscritos 13,6 millones de marroquíes, casi la mitad de los 24 millones (contando los 3 que viven en el extranjero) que constituyen la masa electoral completa.

La diferencia entre elecciones en el Magreb hay que leerla no sólo en números y porcentajes: en estas elecciones argelinas el FNL se enfrentaba a 44 nuevos partidos, incluyendo formaciones que llevaban tiempo intentando legalizarse sin lograr la autorización de las autoridades. Por primera vez, el Gobierno argelino consintió la presencia de observadores occidentales, incluyendo una misión de la Unión Europea, lo que de por sí era una apuesta arriesgada, teniendo en cuenta la poderosa influencia francesa en Bruselas que nada favorece al Gobierno del FNL, al que cualquier gobierno francés (da igual que sea de derechas o de Hollande) preferiría ver finiquitado, aunque fuese a costa de un triunfo islamista. Pero, la misión de 120 observadores europeos, por cierto dirigida por un español (el eurodiputado popular José Ignacio Salafranca), si bien ha señalado algunas imperfecciones del proceso, ha emitido un dictamen inequívoco sobre la limpieza del proceso electoral.

Ya pueden los islamistas de la Alianza Verde levantar la voz como ya han hecho y denunciar a la misión de falta de objetividad o acusar al Gobierno (en el que participaron en la anterior legislatura) de haberles robado unos cien escaños: los mismos que advertían que los islamistas partían como favoritos, subrayaban que uno de los problemas del Gobierno de Buteflika para hacerles frente era precisamente que las votaciones habían sido organizados de tal manera que no había lugar para la trampa. No hay margen, por lo tanto, para que los perdedores intenten tomarse la revancha con una «primavera árabe» en las calles de Argel.

El  primer ministro y líder del RND, Ahmed Ouyahia, con el presidente argelino.
El primer ministro y líder del RND, Ahmed Ouyahia, con el presidente argelino.

Incluso en Washington se han pronunciado a favor de los resultados oficiales alegrándose del desarrollo pacífico y modélico de las votaciones. Lo extraño hubiese sido lo contrario después de que  la ministra de Exteriores Hillary Clinton haya alabado por activa y por pasiva el avance reformista y democratizador del rey Mohamed VI en Marruecos, pese a la feroz censura de prensa que hay en Rabat, las detenciones de discrepantes, la práctica de la tortura y la patada al derecho internacional en relación al Sáhara Occidental. Que menos que considere aceptable un proceso electoral que en Argelia ha permitido con total libertad el debate político tanto en las tribunas de oradores como en la prensa y, pese a los ataques terroristas registrados en la Cabilia con los recurrentes conatos secesionistas o las acciones de grupos yihadistas en el sur del país, no ha empañado su historial con acciones represivas dignas de la atención de organizaciones como Human Rights Watch.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Ana Camacho
, periodista, activista intelectual y física, de los derechos humanos, además de secretaria de la asociación APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de África), que también e puede leer en su página de Internet En Arenas Movedizas.
La fotografía de portada pertenece al Ministère des Affaires étrangères, es de F. de La Mure, en la que se puede ver al presidente argelino Abdelaziz Boutefklika en París, en 2005, con Jacques Chirac, con el que las relaciones fueron especialmente tensas.