España
Manuel Funes Robert (7/5/2012)el-rey-juan-carlos
En los consejos que Don Quijote le da a Sancho para el gobierno del ínsula Barataria figura este referente a la justicia: «hallen en ti mas compasión las lagrimas del pobre, pero no más atención que las razones del  rico. Y cuando doblares la vara de la justicia, que sea del lado de la misericordia y no del rigor, pues no alcanza mejor fama el juez severo que el compasivo».

En el aluvión de noticias y comentario sobre el caso del yerno del rey falta una que hoy toma significación importante. La primera nota de la Casa Real sobre este tema era para negar que hubiera relaciones comprometedoras entre ambos, nota que días después fue seguida por otra  que reconocía la existencia de relación. Pues bien, a medida que pasan los días salen a la luz documentos que comprometen cada vez más al Rey en los negocios de su yerno.

En la situación actual la gravedad nace de una condena a cárcel que situaría al Rey en el dilema de cometer una discriminación a través de un indulto a favor de un pariente, rompiendo el principio de igualdad de todos ante la ley; o no hacer nada y permitir que sus nietos, para ver a su padre tuvieran que visitarle en la cárcel. Una de las regla de la sabiduría es el arte de manejar el principio del mal menor. El indulto forma parte de los derechos de todos los reyes y no está sujeto a regulación alguna, todos los casos caben dentro de él.

¿Qué es el indulto para la ciudadanía? Naturalmente no es un derecho sino una expectativa de derecho en lo que se refiere al derecho a pedirlo cuando se presente el caso. Si se afirma que a Urdangarín no se le aplicaría (el indulto) llegado el caso, se le está privando de hecho de la facultad de pedirlo, con lo cual, invocando el principio de igualdad de todos ante la ley, a él se le está discriminando.

Pero si se le indulta, el Rey se expondrá a mil críticas que desaparecen en el acto si abdica en favor de su hijo y con ello se libra a la nación de un nuevo debate sobre republica o monarquía que no conviene, pues pondría al rojo el tema de la memoria histórica, y es preferible una tolerancia a favor de nuestro sujeto a un debate cuyas consecuencias podrían ser malas para la nación. Del otro modo la monarquía se salvaría, que con un acto de gracia impropio ha zanjado la cuestión de modo definitivo.