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Alejandro Nadal (10/5/2012)
España se hunde de nuevo en la recesión. Es el último golpe a la economía europea en lo que promete ser una larga cadena de malas noticias. La crisis nunca se ha ido.

El anuncio sobre la recaída del PIB lo hizo el Instituto Nacional de Estadística: la economía española se contrajo 0.3 por ciento durante el primer trimestre de este año (ver detalles en www.ine.es). En el último trimestre del 2011 el retroceso también fue de 0.3 por ciento: la economía española ha entrado ya oficialmente en su segunda recesión en tan sólo veinticuatro meses.

En 2008 la economía española comenzó su primera contracción: la evolución del PIB pasó de una tasa de crecimiento anualizada de 2.8 por ciento a una tasa de -4.8 por ciento a mediados de 2009. Por un momento algunos pensaron que la crisis había tocado fondo. En julio de ese año el PIB comenzó a salir del bache y creció a una tasa de 1 por ciento a mediados del 2011. Ahí reinició la declinación hasta llegar a esta segunda recaída: es la recesión en forma de W. Y los pronósticos no son buenos para los próximos dos años: para 2012 y 2013 se prevén contracciones de 1.5 por ciento y 0.5 por ciento respectivamente.

Decididamente algo anda muy mal con esta crisis. Alguien dijo que quizás su gravedad ha sido subestimada, o quizás la respuesta de política económica fue equivocada. Creo que son ambas cosas. Pero el único juego que se practica en Europa es la austeridad. Como la aritmética no miente, mañana el panorama será más oscuro.

El desempleo en España casi alcanza el 25 por ciento. Es el nivel más elevado en dieciocho años y coloca a más de 5.6 millones de personas en el paro. En cuatro de las regiones autónomas el nivel de desempleo es superior a 30 por ciento, y a nivel nacional el paro en menores de veinticinco años es 52 por ciento. Eso no parece preocupar al gobierno del señor Rajoy. Su severo plan de austeridad ciertamente va a agravar este triste paisaje en el mercado laboral.

Su cerebro no da para entender que eso traerá aparejadas otras dificultades macroeconómicas en un feroz círculo vicioso.

La primera consecuencia de la nueva recesión será una caída en la recaudación. Eso hará más difícil alcanzar las metas de reducción del déficit que ya se han tenido que modificar. Los «mercados» financieros no van a titubear en bajar el grado de calificación sobre la deuda española, lo que incrementará el costo del refinanciamiento. El gobierno ha dado señales de querer incrementar el impuesto al valor agregado, además de mantener firmes sus recortes salariales y golpes a las pensiones, lo que representa un nuevo azote a la ya débil demanda de los consumidores.

Una segunda consecuencia de la contracción es la merma en la capacidad de pago de las deudas que ya cargan los hogares españoles. Esto ya se observa en el aumento de la cartera vencida de préstamos, en especial de hipotecas, y eso supone que en algún momento el gobierno español tendrá que intervenir para rescatar a los bancos.

La semana pasada las agencias calificadoras mostraron lo que saben hacer, denunciar con alarma las posibilidades de impago para ahuyentar el espectro de una restructuración de deudas (aunque en Grecia les salió el tiro por la culata). Standard & Poor’s redujo la calificación sobre la deuda soberana de corto y largo plazo del Reino de España. La agencia explicó la medida por el deterioro en la trayectoria del déficit para el período 2011-2015, así como por la probabilidad de que el gobierno intervenga para ayudar a un sector bancario en dificultades. Algunos analistas colocan el monto de la «ayuda» que necesitará el sector bancario en unos 120 mil millones de euros para este año.

Ahora se presenta el problema de la recapitalización de los bancos y eso representa un serio problema para el gobierno. A diferencia de 2008, hoy el gobierno se encuentra en una situación complicada. Una forma de reunir recursos es colocando deuda en el mercado internacional, pero eso será costoso e implica un mayor deterioro en la posición crediticia del gobierno, agravando la crisis de la deuda soberana y afectando negativamente los estados financieros de los bancos que obtengan los nuevos bonos.

Hay que aceptar que la flexibilización de la política monetaria del Banco Central Europeo a través del programa de refinanciamiento de largo plazo (LTRO) es insuficiente frente a la ola de austeridad que la torpeza y cobardía de la clase política impuso en toda Europa. El mecanismo LTRO fue puesto en marcha en diciembre 2011 y su objetivo emapa-de-europas inyectar liquidez en el sistema bancario. Los bancos pueden ahora tomar recursos del ECB durante tres años a una ridícula tasa (1 por ciento) para reinvertirlos como mejor les parezca. Deben dar una garantía al BCE que puede consistir en bonos de deuda soberana, lo que se traduce en una especie de intervención indirecta en ese mercado soberano por parte del Banco Central Europeo. De esta forma, el BCE guarda incólume sus dogmas neoliberales y piensa que puede ayudar a reducir la inestabilidad en el mercado de bonos soberanos.

Las cosas no han salido del todo bien. Es posible, como señala Paul de Grauwe, uno de los analistas financieros más lúcidos en esta crisis, que la inyección de liquidez haya sido mucho mayor a la que se hubiese requerido a través de una intervención directa. De todos modos, la inestabilidad en los bonos soberanos no se ha eliminado. Por otro lado, la austeridad está empujando a las economías europeas a una recesión más profunda y en esas condiciones, ni los hogares, ni las empresas, quieren tomar nuevos créditos. La crisis en el frente de bonos soberanos regresará y con venganza.

Quizás lo más importante aquí es que la flexibilidad de la política monetaria en la versión del BCE no permite asegurar la recapitalización de los bancos. Las utilidades que pueden obtener los bancos a través de las operaciones con los recursos del LTRO en el mercado de bonos soberanos no son suficientes. Esas ganancias asociadas al llamado «carry trade» tienen sus costos y el resultado neto no es suficiente como demuestra un cálculo de Atsushi Ito de UBS (puede consultarse en www.bidus.eu). Así que no sólo no hay reactivación económica, sino que tampoco hay recapitalización de los bancos. Este será el fracaso de la política monetaria y la profundización de la crisis.

Europa se enfrenta a un doble efecto: por un lado el potente freno de la austeridad, y por el otro, el pseudo-motor de la liquidez en aumento por las operaciones del BCE. El resultado es evidente: la milagrosa receta de austeridad está ganándole la partida a la flexibilización monetaria.

N. de la R.
Alejandro Nadal
es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
Este artículo se publica con la autorización de SinPermiso.