Alexis Tsipras
Alexis Tsipras

Sin Acritud…
Cordura (3/6/2012)
Tres casos sintomáticos de nuestro tiempo. La evolución en cada uno de ellos marcará en grado relevante la marcha global de los acontecimientos. En los tres se vive una realidad postelectoral (en el caso griego, también preelectoral). Completaremos el panorama en la segunda parte con un repaso de situaciones no menos decisivas para el futuro del planeta, incluida la española.

Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones,
Amor mío, al alba…

(Luis Eduardo Aute [versión personalizada])

Grecia, entre el chantaje y el riesgo de pinochetización
Se empiezan a recoger los frutos de la estrategia imperial-sistémica basada en atemorizar (aún más) al pueblo griego. Frente a los datos de encuestas previas que daban ganadora a la coalición de izquierda SYRIZA -que promete abolir el memorándum de austeridad impuesto por la Troika-, nuevos sondeos indican que los conservadores recuperan posiciones. El 80% de los griegos, según la misma fuente, quieren conservar el euro. El pánico a perderlo y los mensajes fatalistas y amenazadores de los caciques internacionales estarían doblegando a muchos ciudadanos («más vale lo pésimo conocido que lo bueno por conocer»). El presidente del BCE, Mario Draghi, dejó caer hace dos semanas que Grecia podría salir del euro. Poco después, Angela Merkel, la canciller alemana, propuso por teléfono al presidente heleno, Karolos Papulias, un referéndum sobre la permanencia de Grecia en la eurozona (luego, al hacerse público el asunto, su cancillería corrió a «desmentirlo»). Más directa fue Christine Lagarde, directora del FMI, bien conocida por su gélido maquiavelismo: los griegos -advirtió- tienen que pagar sus impuestos como precio para seguir en el euro y no deben esperar simpatías. Preguntada sobre las mujeres que en Grecia deben dar a luz sin comadronas y sobre la falta de medicamentos para los enfermos, respondió que le preocupan más «los niños de una escuela en un pequeño pueblo de Níger, que van dos horas a clase, tienen que compartir una silla entre tres y pese a todo están ansiosos por recibir una educación». Comparación, a poco que se piense, tan odiosa como ociosa (por africanos que sean esos niños concretos, su referido drama no parece mayor que el de los griegos por los que se le preguntaba). Más aún cuando se recuerda que la autora de tales desprecios gana 551.700 dólares al año y, además, libres de impuestos.

Si, con todo, fracasase esta guerra psicológica contra el pueblo griego y ganase SYRIZA, no parece en absoluto descartable una salida aún más brutal. En Grecia ya se impuso desde fuera a un primer ministro, Papademos, sin que la mayoría del pueblo reaccionase para impedir esa modalidad de golpe de estado de origen externo. Antes, el inconsecuente Papandréu había anunciado la convocatoria de un referéndum sobre el «rescate» a Grecia. Se desdijo a los pocos días, pero el anuncio estuvo entre las razones fundamentales de su caída. Acompañando al mismo, el entonces primer ministro había cesado a la cúpula del ejército griego entre rumores de un posible golpe de estado militar. No quedó claro a qué respondía el descontento de esos generales. Se especuló con que estaban a favor de un pueblo cada vez más maltratado, pero es llamativo que el principal partido de la derecha oficial griega, Nueva Democracia, declarase que revertiría esas destituciones en caso de llegar al poder. Tampoco es irrelevante recordar que el presupuesto militar griego viene siendo, proporcionalmente, el más alto de la OTAN (a excepción de Estados Unidos) y que se ha incrementado en plena carrera obsesiva por controlar el déficit público. Hecho que ha favorecido, precisamente, a los dos países más duros a la hora de exigir dicho control financiero: Alemania y Francia, casualmente los máximos proveedores de armas a Grecia. Y se da el caso de que uno de los puntos del programa de la coalición de izquierda habla de rebajar drásticamente el gasto militar.

Europa vive unos tiempos de vertiginoso retroceso social (el [pen]último episodio: Irlanda vota sí a la esclavitud). En el último tercio del siglo pasado, cuando se aplicaban estas políticas económicas en países del Cono Sur hispanoamericano, seguramente casi nadie imaginaba que lo mismo acabaría ocurriendo en el Viejo Continente. Y el hecho es que allí triunfaron bárbaros golpes de estado militares promovidos por agencias imperialistas. En Grecia se vienen imponiendo similares medidas («neoliberales») en política económica, y el experimento de cambiar el primer ministro sin consultar al pueblo ha funcionado bastante bien. Por todo ello, y dada la implacable determinación que viene mostrando el Sistema-Imperio, no parece descabellado pensar en la tentación de ir más allá si gana SYRIZA, optando por una pinochetización del país heleno. O si las nuevas elecciones vuelven a dar como resultado mayorías insuficientes para gobernar.

Francois Hollande
Francois Hollande

Francia: Obamización de la presidencia
La victoria electoral de François Hollande causó alegría en mucha gente dentro y fuera de Francia. En parte era comprensible: su predecesor tenía tal aureola de «triunfador» y prepotencia que costaba creer que se le pudiera derrotar. Y aunque solo fuera por bajarle los humos, ciertamente hacía falta. Echarlo del gobierno era cuestión de pura higiene democrática. A la vez, de Hollande no cabía esperar grandes innovaciones reales. El Partido Socialista Francés, como el PSOE en España y el PASOK en Grecia, no es más que una de las dos principales alas del régimen sistémico. Entre ambas, mantienen atrapado al grueso del electorado en una dicotomía absurda que muchos ingenuos siguen tomando por pluralismo democrático (cuando en realidad, ni siquiera cabe hablar de bipartidismo: ver).

Por ello, aunque en círculos sistémicos relevantes cundía el nerviosismo por su probable victoria, hoy pueden respirar tranquilos. Algunos medios «progresistas» saludaron a Hollande como el impulsor de una «nueva Europa» (ver, hacia abajo). Sin embargo, su apuesta por flexibilizar el Pacto de Estabilidad y su énfasis en el crecimiento, en los eurobonos y en un nuevo papel del Banco Central Europeo -y decisiones como restaurar la edad de jubilación a los 60 años-, con ser todas ellas iniciativas interesantes, no cuestionan la filosofía de fondo, que sigue anteponiendo el pago de la deuda a los mercados sin preguntarse cómo se gestó. Como recuerda Vicenç Navarro, las propuestas de Hollande no amenazan realmente los pilares del «neoliberalismo». En palabras de otro comentarista, tales propuestas solo pueden ilusionar al «neoliberalismo acomplejado».

Por lo demás, ya durante la campaña electoral Hollande se mostró fiel a las líneas básicas del imperialsionismo, anunciando que visitaría pronto «Israel» y que comparte la política agresiva de Occidente frente al pueblo iraní (ver también). Después, ha bendecido el escudo antimisiles de la OTAN, algo que ha trascendido poco en España. Y estos días acaba de pronunciar unas amenazadoras declaraciones contra el pueblo sirio, en un papel de avanzadilla para este tipo de agresiones bélicas muy al estilo de su predecesor.

En resumidas cuentas, estamos ante un nuevo baile de máscaras: el cambio de presidente en Francia tiene todo el aspecto de ser un remake, a escala gala, de lo ocurrido hace cuatro años en Estados Unidos, con el reemplazo de Bush por Obama. Puro maquillaje para preservar lo esencial, si no para empeorarlo aún más (como viene ocurriendo en Norteamérica).

Vladimir Putin
Vladimir Putin

Rusia: A años luz de la guerra fría
Vladimir Putin, que ya lleva unos trece años, seguirá dirigiendo la política rusa durante al menos seis más. En su momento (finales de los noventa) medró gracias a su singular astucia y a su inmoral compromiso con el anterior residente (célebre fue el decreto de Putin «Sobre las garantías a los ex presidentes de la Federación Rusa y a los miembros de su familia», que dejaba impune la gigantesca corrupción del otro).

Ciertamente, el actual líder ruso no es el hombre preferido por el Imperio para seguir al frente de Rusia. Tras los años del mayor proceso privatizador de la historia, fuente de abismales desigualdades en el antiguo país «comunista», Putin decidió meter en cintura a los nuevos oligarcas financieros, buscando de paso asegurar su poder personal.

El subsiguiente control de la economía le alejaba de los patrones «liberales» dominantes en Occidente. Además, el hombre clave de la política rusa ha venido hablando cada vez más de convertir a su país en una «superpotencia económica», e incluso político-militar (con esquemas que recuerdan mucho a los estadounidenses, basados en el «complejo militar-industrial»). Es comprensible que el Imperio esté algo nervioso, y más con el aparente auge del BRICS (grupo del que cabría esperar actuase como contrapeso global, pero que en realidad dista mucho de constituir un bloque alternativo).En realidad, no hay razones para demasiados temores. La ideología de Putin no difiere esencialmente de la imperial.

Pese a su «democracia dirigida» de estos años, el político ruso es también, y cada vez más, un promotor de medidas neoliberales. Por ejemplo, se propone rebajar el déficit público al 1% (en Europa todavía el límite es oficialmente el 3%). Y aunque su gobierno pone énfasis en la reducción de la pobreza, sus planes de privatización (p. ej., de empresas productoras de materias primas) despiertan las crecientes alarmas de la oposición comunista (ver también).

En política exterior, conocido es cómo dejó hacer al Imperio en Afganistán, Irak y Libia. Justo por ello, sorprende la relativa firmeza que viene sosteniendo en el tiempo ante las amenazas occidentales contra Siria. Pero aquí la cuestión seguramente sea cuánto tardará en ceder… (en la segunda parte de este análisis sopesaremos este asunto). Putin es básicamente un hombre sin escrúpulos, como demostró por su manera de acceder al poder y ha venido confirmando en otros episodios de su mandato (p. ej. 1, 2 y 3). No parece que la suerte de los pueblos le importe tanto como ciertas cuestiones económicas y geopolíticas ni, por supuesto, como su propio poder personal.

¿Cuántos saben que el «pragmático» presidente ruso ha anunciado la instalación de una base de la OTAN en su país? Sorprendente, pero cierto. Con la excusa de la «preservación de la estabilidad en Afganistán»  y a pesar de considerar a esa organización un «atavismo de la Guerra Fría». Atavismo con el cual lleva años estrechando el grado de asociación de Rusia. Y, por si le tentara ser hostil a la mayor estructura militar del planeta, no está mal recordar que otros once países ex soviéticos tienen vínculos con la OTAN y al menos seis de ellos, en grado de colaboración especial. Pero no solo lo tienen rodeado, sino que Putin sabe que Occidente es capaz de manipular a la oposición interna rusa para forzarle a rebajar su resistencia a los planes imperiales.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura.