Internacional
Cordura (10/6/2012)plan-siria
En esta segunda parte se repasan los últimos acontecimientos relacionados con el belicismo hegemónico sin olvidar sus efectos liberticidas sobre los propios países occidentales.

«Toda la guerra se basa en el engaño.»
(Sun Tzu, El arte de la guerra)

Los motivos para el acoso a Siria e Irán son múltiples. Desbordan lo económico (petróleo, gas, dólar, euro…) y lo geopolítico (control de Oriente Medio -implicación sionista- y de Asia Central, cerco a Rusia y China). Es un error pensar, como a menudo se hace en ámbitos marxistas pero también antimarxistas, en clave meramente economicista. Ni siquiera la voluntad de poder, con ser más abarcante, agota las razones de tamaño furor belicista. Como veremos al final, existen además aquí peculiares motivaciones de origen religioso (pero no musulmán, pese a la geografía implicada) que muy raramente se tienen en cuenta.

Aunque no se desdeña a ningún país que apoye a los palestinos -casos también de Siria y de la ya extinta Libia de Gadafi-, el gran objetivo del imperialsionismo es Irán, previsto como la última parada del tren imperialista. Pero en todos estos años de política hostil y de difamaciones contra ese país no se han logrado superar los obstáculos para atacarlo abiertamente. Son numerosos los portavoces del bando agresor que, a pesar de alguna exhibición de arrogancia, han reconocido los grandes problemas implicados en tales planes (ver 1, 2 y 3). Así que de momento se limitan, que no es poco, a realizar acciones terroristas en su territorio (drones, asesinatos de científicos…) y a castigar a su población con sanciones económicas. A la vez, machacan a su aliada Siria por medio de mercenarios vinculados a Al Qaeda y a los Hermanos Musulmanes. Se busca de este modo lograr el máximo aislamiento iraní para quebrar su resistencia y, llegado el caso, proceder a la invasión del país.

Siria: Acoso implacable, apoyos precarios
En su carrera fatal para acabar con el régimen de Asad (ver), los dictadores del mundo se han anotado otro tanto estas últimas semanas, puede que de los más decisivos. Ha sido tras la matanza de Hula, al hilo de la cual hemos vivido (la mayoría sin enterarse, claro está) otro monumental episodio de desinformación. Los medios sistémicos corrieron a imputar la masacre al gobierno sirio pese a las protestas de este, y los países (pro) imperiales se apresuraron a expulsar a los embajadores sirios. Resultaba curioso que, casi a la vez, el secretario general de la ONU y fiel servidor de Occidente, Ban Ki-moon, reconociera al fin la existencia de «grupos terroristas establecidos» en suelo sirio.

Entre los asesinados, decenas de niños… ¿Cabe algo más absurdo que imputárselos al gobierno sirio, obsesionado como está por evitar la invasión de su país que anhelan los codiciosos líderes occidentales? Como dice Alfredo Embid: «Hay que hacerse siempre la pregunta clave: ¿Quién gana con esta masacre? El gobierno ha aceptado el plan de paz, ha llevado a cabo elecciones, emprendido reformas, ha liberado presos, etc. Los opositores no lo han aceptado, han violado el alto el fuego repetidamente con numerosos atentados terroristas. El gobierno no quiere la intervención de la OTAN. Por el contrario los opositores han dicho que quieren la intervención militar en repetidas ocasiones y lo han reiterado últimamente.» Pero, como de costumbre, las potencias occidentales y sus siervos no se andan con escrúpulos. El subsecretario general de la ONU para las Operaciones de Paz (sic), Hervé Ladsous, habló de «sospechas contundentes» para incriminar a Damasco. Expresión delirante que refleja el uso de un lenguaje manipulador con las peores intenciones. Se acusó enseguida al gobierno sirio de emplear artillería pesada contra la población civil (ver también 1 y 2), pese a que los cadáveres no mostraban signos de ser despedazados. Hasta medios supuestamente críticos propagaron el montaje de los poderosos. Ante las delatoras evidencias de que las víctimas murieron de otro modo (más individualizada y sañuda), se «pulió» la versión acusando a unas milicias pro Asad (los Shabiha) de cuya existencia hasta ahora apenas teníamos noticias, ni pruebas de sus acciones.

A la hora de requetedemonizar a Asad no ha faltado el ya habitual fraude gráfico. Esta vez consta al menos el efectuado por la BBC: una foto con hileras de cadáveres iraquíes (tomada en 2003), a la que se presentó como una imagen relacionada con la masacre de Hula. Descubierto el engaño, la cadena británica retiró el «documento», pero el daño ya estaba hecho. Por supuesto, para no variar, las ONG «humanitarias» al servicio del Imperio (HRW, Avaaz, Amnistía Internacional) han confirmado la inverosímil versión oficial y llaman más o menos explícitamente a una intervención de la ONU (o sea, de la OTAN). Los poderes belicistas han cosechado una condena unánime en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que significa que Rusia y China acordaron con Occidente un texto que dejaba en peor lugar al gobierno sirio que a los «rebeldes» contra el mismo. El hecho muestra cómo la postura ruso-china se va reblandeciendo a golpe de «evidencias» prefabricadas y presiones agobiantes.

Bien es cierto que luego ambos países votaron en contra de una resolución más descarada contra Siria en el seno del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Pero la evolución del lenguaje «diplomático» ruso-chino parece reflejar una correlativa adaptación del discurso de fondo. Según despacho de la agencia AFP, Liu Weimin, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, declaró: «La posición de las dos partes [Rusia y China] es clara para todos: la violencia tendría que detenerse de inmediato y el proceso dobama-y-clintone diálogo político debería empezar lo antes posible.» Añadió que «China y Rusia comparten la misma posición en estos puntos y las dos partes se oponen a una intervención extranjera en la situación siria y a un cambio de régimen por la fuerza». Como bien ha señalado el periodista Fernando Casares, estas declaraciones pueden indicar que ambas potencias estarían dispuestas a aceptar un cambio de régimen consensuado con Occidente y en el que «la fuerza» no fuera el elemento clave de la caída de Asad. Días antes, un Putin claramente a la defensiva se desmarcaba en alguna medida de Damasco en sus encuentros con Merkel, la canciller alemana, y Hollande, el flamante (y flamígero) presidente francés. Y en la, más reciente, cumbre de la Organización de Cooperación de Shangái, integrada por China, Rusia y otras cuatro repúblicas ex soviéticas, el comunicado incluyó la negativa a aceptar una «transferencia forzosa del poder»  (cursiva añadida). Por su parte, consciente de la debilidad relativa de Rusia, el gobierno estadounidense no deja de presionarla para que acepte esa transferencia. Seguramente como fruto de ello, el ministro de Exteriores ruso, Sergéi Lavrov, declaraba que «si los sirios se ponen de acuerdo entre sí (sobre la salida de El Asad), estaremos satisfechos de respaldar esa solución».

Mientras llegan ecos, más o menos amplificados y distorsionados, de ulteriores matanzas (Al Qubair, Hama…), el futuro sirio aparece cada vez más sombrío. Los «rebeldes» antisirios, tras sabotearlo metódicamente, consuman el fracaso del Plan de Anán y siguen reclamando la ayuda de la ONU-OTAN, confirmando así que tras más de un año de revueltas el pueblo no se ha puesto masivamente de su parte. Según algunas fuentes, el siempre dudoso Kofi Anán ya estaría acordando con la portavoz estadounidense una estrategia para la «transición política» en Siria.

Pese a ello, los medios del Sistema no dudan en recurrir una y otra vez a las medias verdades, cuando no a mentiras flagrantes, para precipitar la guerra contra Siria. A veces, como aquí, dando en una misma crónica tres cifras distintas (todas ellas, de fuentes opositoras) sobre los muertos en una matanza (en el titular, «un centenar»; el texto, sucesivamente, «al menos 78» y «24»). Y afirmando -a la vez que se imputan, como siempre, las víctimas a Asad-, que los «combates» llegan ya hasta «las afueras de la capital, Damasco, feudo del régimen aún pero cada vez menos inmune a los ataques de los alzados». Pero si estos tienen cada vez más fuerza, ¿cómo dar por bueno que hagan tan poco daño? ¿A ellos no se les «escapan» balas?  Las evidencias indican que son más bien ellos los principales responsables del terror que vive Siria (incluso ayer mismo en la propia capital siria, según la agencia oficial SANA).

No hay duda de que en este país, aparte de las luchas internas, se libra una batalla por la influencia global entre las primeras potencias del planeta. Batalla en la que, por supuesto, tampoco están ausentes los intereses económicos. A este respecto resulta de interés leer el documentado artículo del analista sirio Imad Fawzi Shueibi. Su tesis es que el conflicto gira en torno al hecho de que en su país se encuentra «la más importante reserva de gas del planeta». La codicia, como siempre, detrás de los «humanitarios» movimientos imperiales. Mientras, el apoyo al pueblo sirio, que debería obedecer a principios elementales, se halla en realidad condicionado por el «pragmatismo» de gobernantes como Putin (véase además este crudo análisis al respecto).

Sabido es que sin el veto ruso-chino, la OTAN ya llevaría meses arrasando Siria. Sin embargo, el que ese veto se mantenga no significa que tal escenario no sea posible. Si Rusia y China estuvieran por la labor de impedir a toda costa ese ataque, ya habrían empleado un lenguaje realmente disuasorio, dando a entender que responderían militarmente. Pero ni lo han hecho ni lo harán. Siria no es Osetia del Sur, un país diminuto que formó parte de la URSS y se ubica en sus fronteras. Por triste que resulte, es más razonable pensar que el Imperio encontrará la manera de compensar (i.e., comprar) a Rusia a cambio de que esta permita la caída, en principio «pacífica», del régimen de Asad. Casares apunta a posibles acuerdos sobre el escudo antimisiles europeo y a los negocios del gas ruso hacia Europa. En cualquier caso, no es creíble que un país que, como Rusia, accede a que la OTAN se instale en su territorio se vaya siquiera a plantear una respuesta militar -más allá de suministro de material bélico- a un ataque occidental a Siria. Putin y los suyos han negado reiteradamente que se propongan una nueva guerra fría (ver 1 y 2). Y no engañan porque no olvidan cómo acabó la anterior y el terrible costo que supuso la carrera armamentista para el imperio soviético. Occidente lo sabe y por eso, consciente además de su superioridad económico-militar y cultural, se siente libre para presionar a Rusia y para agredir a países aliados de esta. Que nadie se engañe: para Rusia (como para China), Siria no vale una guerra.

Ceguera de izquierdas al servicio del programa imperialista
Los que sí se engañan son los que desde hace meses, contra toda evidencia, vienen asegurando que el Imperio no desea intervenir militarmente en Siria. Algunos, desde su apoyo a una supuesta «revolución» en ese país. Son los mismos, como Santiago Alba Rico, que se cubrieron de gloria prediciendo que la OTAN no atacaría Libia. Incapaces de escarmentar, extrañamente ciegos ante la realidad más palmaria, sostienen lo mismo para el caso sirio, a pesar de que se inspira en un guión básicamente idéntico al del precedente norteafricano. Los hay entre ellos que incluso afirman (¿rayando en la demencia analítica?) que «EEUU ya no es el EEUU de 2000, ahora ha retrocedido y la OTAN es muy débil como para intervenir en Siria. Rusia ahora ha comenzado a progresar explotando el retroceso de EEUU y apoya el régimen en Siria. Por tanto, no hay posibilidad de una intervención extranjera».

Asad, presidente de Siria
Asad, presidente de Siria

Estas palabras han sido publicadas hoy mismo. A los pocos días de que Estados Unidos haya invocado la carta de la ONU para actuar contra Siria. Con las amenazas francesa y británica de intervención todavía frescas. Aún cercano el precedente libio, con el brutal despliegue por parte de los dictadores del mundo. Y sin comprender que la economía de guerra es el núcleo del Nuevo Orden Mundial -modelo «productivo» incluido- que el Imperio está imponiendo. Aunque más serio y valiente frente a este, el admirable Thierry Meyssan también a veces se deja llevar por sus buenos deseos y llega a hablar de la «cancelación del ataque programado desde hace tiempo contra Siria y finalmente descartado».

Imperio: Todo bajo control
Con los países de la «Vieja Europa» definitivamente dóciles (Hollande, ya está visto, no hará temblar la adhesión franco-alemana), los enemigos de la humanidad pueden concentrarse en su programa de destrucción del mundo presente. El programa abarca tanto la esfera socioeconómica (con Europa como «laboratorio», según ya anunciara Javier Solana), como la militar, devastando los países que aún se resisten a su dominación. Para ello, la agresiva «diplomacia» estadounidense viene por ejemplo extendiendo su sombra en Asia y el Pacífico, sin duda con la mente puesta en poner límites a la expansión de la influencia china. La descarada decisión de mantenerse en Afganistán al menos hasta el año 2024 se enmarca igualmente en esos propósitos geopolíticos (aunque algunos seguirán creyendo que todo es porque Occidente está perdiendo la guerra allí).

Entretanto, en el principal país imperial el teatro electorero viene desarrollándose sin sorpresas. En las primarias «republicanas», se trataba -decisión político-mediática- de optar entre diferentes versiones para la continuidad de una misma política criminal. Por supuesto, Ron Paul -la única alternativa seria- estaba descartado desde el principio, pese a su indudable carisma. A este respecto, es penoso constatar el sectarismo de nuestros amigos de la izquierda real. Para una vez que se presentaba, y con ciertas posibilidades, un candidato que propugna medidas tan avanzadas como el fin de las guerras imperialistas, la eliminación de la CIA, de la OTAN, de la Reserva Federal, la abrogación de toda la legislación liberticida, el respeto a Cuba y a Hamás…, en países como el nuestro se le ha dispensado el más completo vacío. Entre las huestes izquierdistas, al parecer obsesionadas con el «programa máximo», incapaces de comprender los signos de los tiempos, ha prevalecido el hecho de que Paul sea un paladín de la libertad de mercado (a pesar de que es a la vez un adversario del dominio oligopólico por parte de las grandes corporaciones). En su propio país, la realidad no es mucho mejor. Preguntado hace unos años sobre si en una hipotética elección entre Hillary Clinton y Ron Paul votaría por el segundo, Noam Chomsky -principal referente de la izquierda estadounidense- respondió con un seco «No». (Hace unos meses, sin dejar de reconocer que Ron le parece «un tipo majete», Chomsky insistió en sus prejuicios hacia él).

Así es como la izquierda contribuye a allanar el camino al imperialismo irrestricto. (Muy distinta, por cierto, es la consideración que tienen por Paul amplios sectores del movimiento Occupy Wall Street, a su vez elogiado por el candidato libertario).

Ron Paul es precisamente una de las principales voces estadounidenses, si no la principal, contra la deriva fascista de su país (ver también). La que incluye, con alcance global, la política de Obama de «asesinatos selectivos», que a la hora de la verdad parecen poco selectivos. En el último crimen por él ordenado, y perpetrado por sus drones en Pakistán, habrían sido asesinadas al menos quince personas, cuando el objetivo declarado era el presunto número dos de Al Qaeda, Abu Yaha al Libi. Sigue así la farsa de la «Guerra contra el Terror», pese a que ya nadie pueda negar que, tanto en Libia como en Siria, Al Qaeda sea cómplice de la OTAN. Y sigue, lo que es aún peor si cabe, la progresiva consolidación de una tiranía planetaria ante la que casi todos callan, por la cual el Nobel de la Paz de 2009 puede decretar la muerte de cualquier persona en cualquier punto del planeta que él y los suyos hayan decidido que es un peligro para su país, sin presunción de inocencia, juicio previo ni garantía jurídica alguna. Como dice el periodista Pascual Serrano, «Obama es dueño de tu vida». Lo cual se suma a otros pisoteos de derechos y libertades que se vienen padeciendo tanto en Estados Unidos como en Europa, incluida España.

ron-paulLo que todavía muchos no comprenden es la estrecha relación entre las guerras de agresión y estas violaciones de derechos. El estado de guerra permanente instaurado por Bush y mantenido por Obama es el marco ideal para perpetuar una excepcionalidad legislativa que acaba siendo la norma en el camino al totalitarismo global. Egoístas y miopes, la mayoría de los occidentales siguen sin conceder la relevancia que tienen las campañas y amenazas bélicas lanzadas por el Imperio contra otros países. No es solo, aunque ya debería bastar, el desastre de la guerra en sí, compendio de todas las barbaries. Es además la excusa que proporciona para poner fin al estado de derecho (incluyendo, por supuesto, el estado de bienestar).

Pero esas guerras, como apuntábamos arriba, tienen causas muy profundas que las tornan poco menos que inevitables, por irracional que sea en el fondo promoverlas y apoyarlas. Aunque no hubiera alicientes económicos y geopolíticos, es probable que se emprendieran igualmente debido a razones «mesiánicas» que a su vez dan aliento al sionismo. Y no tanto al sionismo judío, que también, como a otro de orígenes más oscuros y que está en la base histórica de aquel, a la vez que le sirve de soporte fundamental. Un asunto este que merecerá atención mucho más detenida en el futuro.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura.