explosion-nuclearEconomía
Manuel Funes Robert (9/7/2012)
Japón ha decidido seguir explotando  la energía nuclear haciendo la salvedad de que en Fukushima la producción de esta energía tendrá que esperar cuarenta años. Desgraciadamente la energía nuclear está sometida a este fatal principio: una unidad de electricidad que se consume en un instante, produce una unidad de subproducto nuclear que vive eternamente, lo cual nos lleva a que el coste de la defensa contra el peligro eterno tiene que ser también eterna. Y por tanto ocurre algo nuevo en la economía: el precio infinito.

Cuando comenzó el desmantelamiento  de la central d e Zorita se nos dijo que la tarea llevaría diez años y 60 millones de €  y tras ello los restos habrá que acumularlos y recubrirlos bajo capas de hormigón que habrán de ser vigiladas a perpetuidad con un coste que nunca tendrá fin. Y es que lo nuclear ha introducido en la historia de la economía un precio que nunca existió: el precio infinito. La peligrosidad física es también infinita, en Chernóbil hemos visto a niños que parecen tener dos años y tienen veinte. Lo mismo ocurrirá en Fukushima.

Buen momento es para recordar la inmortal película. La hora final de Stanley Kramer. Se imagina una guerra atómica desatada por error que ha acabado con la vida en el hemisferio norte, manteniéndose ésta en el sur y en particular en Australia. Allí se encuentra un submarino norteamericano que recibe señales Morse del hemisferio norte lo que hace pensar a los tripulantes que en algún punto de ese hemisferio hay restos de vida.

 Llama la atención que las señales que se reciben no se corresponden con el alfabeto Morse pues son anárquicas y desconocidas a efecto de lectura. Pese a ello el submarino se va aproximando al foco de la presunta llamada y la encuentra en la bahía de San Francisco y acercándose descubre que una botella de Coca Cola movida por el viento está accionando el mando del aparato emisor. Regresan a Australia y encuentran que la población se dispone a morir porque llega la nube atómica y la aglomeración humana que se abraza en despedida se cierra con esta frase. «Hermanos se acabó el tiempo, unos transistores que funcionaron mal, acabaron con nuestra civilización».