Sin Acritud…
[SEPA/VF] Diario el Peso (1/9/2012)el-arte-de-predecir-el-futuro
Existe una natural tendencia humana a creer en la previsibilidad de los acontecimientos. Los oráculos y taumaturgos de las edades antiguas invocaban sus fórmulas crípticas para predecir lo que se desconoce. Grandes imperios de la antigüedad ataron sus destinos a la profecía oscura, como aquel gran rey que preguntó al oráculo sobre su suerte en la próxima batalla y recibió como respuesta que sus actos provocarían la caída de un gran imperio. Sólo luego de la batalla, que emprendió con garra y optimismo, comprendió que el imperio caído era el propio.

Algunos taumaturgos modernos bajo la genérica denominación de las «leyes de los grandes números» pretenden describir el comportamiento promedio de una sucesión de variables aleatorias. Una de estas ilusiones numéricas explica por qué el promedio de una pequeña muestra azarosa de una gran población tenderá a parecerse a la media de la población completa. Otra nos indica que la probabilidad de que cualquier evento posible (incluso uno improbable) ocurra al menos una vez en una serie, incrementa con el número de eventos en la serie.

Entre las técnicas de mercadeo se encuentran los simuladores de conducta que pretenden adelantarse a las preferencias de las personas. Estos simuladores trabajan con conductas hipotéticas tomadas de una muestra representativa, para indicar cuáles son las tendencias en relación a cualquier producto prototípico antes de ser lanzado al mercado. El arte está en elegir las variables significativas.

En este orden de ideas se inscribe un proyecto de científicos suizos, que están intentando crear un proyecto que implica la construcción de un modelo computarizado de la vida en la tierra que sería capaz de predecir el futuro mundial. El «Living Earth Simulator» (Simulador de la Tierra Viva) es una idea antigua y es tan compleja que, según los previos cálculos de los expertos del Instituto Federal de Tecnología de Zúrich requerirá al menos 10 años y una cantidad de dinero cercana a los 1.000 millones de euros.

La idea es en este caso estudiar los efectos peligrosos que amenacen la vida humana. ¿Qué datos se cargarán en el simulador en tiempo real?: Clima, sistemas financieros, sistemas institucionales, patrones de migración animal, datos de las redes eléctricas, del internet y muchos otros más. Al procesar la información, el modelo utilizará los datos para determinar cómo estos sistemas funcionan e interactúan entre sí y lo determinará utilizando los computadores más potentes del mundo.

Está previsto que el simulador permitirá analizar y pronosticar el desarrollo de la sociedad mundial, predecir no solamente problemas económicos y políticos, sino también los mayores interrogantes de la existencia humana: desde patrones del clima global y la propagación de enfermedades, hasta las inminentes crisis financieras internacionales y redes eléctricas.

Analizando la información recolectada, el programa, sostienen los expertos, será capaz de calcular matemáticamente las tendencias, es decir, cómo se desarrollarían algunas situaciones bajo ciertas circunstancias. El proyecto ya ha despertado un vivo interés, y no solamente en el campo académico. El profesor Dirk Helbing, responsable del proyecto señaló que funcionarios del área de Defensa fueron unos de los primeros que se pusieron en contacto con él pero el científico rechazó la propuesta, deseando convertir su proyecto en un recurso abierto.

Por su parte, en el otro extremo del globo, un grupo de investigadores internacionales demostraron que ya es posible leer la mente humana y revelaron que mediante varios dispositivos «inocentes» (que ya están disponibles en el mercado), es posible filtrar los pensamientos junto con las órdenes que enviamos al ordenador sin que nos demos cuenta.

Científicos de la Universidad de Berkeley (Estados Unidos), Oxford (Reino Unido) y Génova (Italia), observaron a 28 personas usando dispositivos llamados «interfaces cerebro-computadoras» (BCI, por sus siglas en inglés). Se trata de un hardware que incluye un auricular (un electroencefalograma o EEG) con sensores y se ocupa de entender la actividad cerebral de los humanos.

Orwel
Orwel

El BCI se utiliza generalmente en los centros médicos, junto con equipos costosos, pero los últimos años el producto, que empezó a aplicarse en algunos videojuegos y se hizo mucho más barato y accesible en el mercado.

Mediante este dispositivo los científicos fueron capaces de descubrir pistas sobre información privada, como la ubicación de las casas, rostros de gente conocida y hasta las claves de tarjetas bancarias, PINs o fechas de nacimiento.

Para poder extraer la información necesaria de la mente humana, los investigadores crearon un programa especial. Unos 300 milisegundos después de haber mostrado al sujeto una serie de imágenes de objetos y números desconocidos, en el cerebro humano aparecía una señal eléctrica muy específica, llamada «la respuesta P300», que permitía acceder a la información de ciertas zonas del cerebro.

Una parte del estudio consiste en solicitar a los usuarios memorizar un número de cuatro dígitos, tras lo cual se les mostraban una serie de números al azar. Como resultado, los expertos lograron adivinar el número memorizado a la primera en el 30% de los casos. No es la mejor probabilidad, afirman los investigadores, pero el método podría ser mejorado, por lo que la posibilidad de revelar cualquier información privada una vez deslizada por la mente humana pronto podría llegar a ser una realidad para los delincuentes informáticos.

Por último, algunos investigadores han advertido que explorar estas posibilidades implica un riesgo, ya que no estamos ante una actitud pasiva como la de un mero observador que interpreta la realidad, sino que además de estudiar variables para predecir acontecimientos se puede intentar modificar de manera artificial la preferencia de las personas sin su voluntad, utilizando los datos obtenidos para generar los estímulos apropiados. En este contexto el proyecto supera y perfecciona a las peores fantasías orwelianas.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Diario el Peso.