Sin Acritud…
Pedro Godoy  P. (4/4/2013)

 Nicolás Chauvin
Nicolás Chauvin

El mismo barranco que separa la libertad del libertinaje es el que distancia al nacionalismo  del chauvinismo. Deriva de un francés,   a la sazón personaje mítico,  Nicolás Chauvin, al cual se le atribuyen encendidas piezas oratorias ensalzando a Francia y condenando a Alemania. Las profería en las plazuelas de París durante la guerra franco-prusiana de 1870. Hay quienes añaden que una de sus características es que siempre esquivó la trinchera prefiriendo la tribuna.  El derivado de su apellido sirve para designar esa vieja enfermedad equivalente al narcisismo que implica atribuir mil virtudes al país propio y todos los vicios a aquel presentado como adversario. En nuestra América -inmediatamente después de la emancipación, en su afán por acentuar su fisonomía propia- cada república  vigoriza el desdén y el recelo por el Estado vecino y, obvio, por su ciudadanía. Tales prejuicios legitiman tiranteces e incluso choques armados. Logran sobrevivir hasta este siglo. Los estimula la prensa y el texto escolar. Se instalan en el imaginario colectivo. Explotan en los estadios y suelen constituir doctrina en las cancillerías.


Esos prejuicios constituyen el chauvinismo que en la dicotomía entre «creencias» e «ideas» se alberga en aquellas y es refractario a éstas. Está blindado y pareciera eterno. Vencerlo supone viajar y cultivarse.  Las multitudes lo continúan consumiendo como una droga que evita pensar. Permite sobrevivir sólo repitiendo los que se denominan «lugares comunes». También se conoce como patrioterismo.  Apunta siempre a «cosificar» por motivos históricas, higiénicos y hasta estéticos a los habitantes del país juzgado enemigo de ayer, de hoy, de mañana y de siempre.


Mi país (Chile) no es el único afectado de esa dolencia sociopsíquica. Se expresa arremetiendo contra las patrias fronterizas hasta en un match de fútbol. Brota en puerilidades como sostener que nuestra bandera es «la más linda del mundo» -y agrega la maestra de escuela- «así se establece en concurso internacional de pabellones patrios». Se añade -con servil parche de francolatría- «nuestro Himno Patrio es el más hermoso, después de La Marsellesa». He aquí  algunas de las manifestaciones  del
enómeno que se intenta analizar.


N. de la R.
El profesor Pedro Godoy  P. pertenece al Centro de Estudios Chilenos CEDE de Chile.