Chile
Pedro Godoy P. (19/9/2013)

Salvador Allende y Fidel Castro
Salvador Allende y Fidel Castro

El 40ª aniversario del cuartelazo de 1973 desencadena un huracán de retractaciones, autocríticas y perdones. La UP y sus ediciones posteriores -Concertación y Nueva Mayoría- se empeñan en exigir que «los malos de la película» las publiciten, mientras ellos, de rebote, se exhiben como «blancas palomas». Es un maniqueísmo muy frecuente en el país. Hoy reiteramos que observar aquel hecho en blanco y negro es ausencia de objetividad. La historia ostenta matices.

Los 1.000 días de Allende son el antecedente de lo ocurrido en 1973. N hay hechos históricos que se produzcan por generación espontánea. Siempre hay causas. Presentar la UP en La Moneda como modelo de democracia es ausencia de objetividad. El mandatario es un socialista democrático, pero en la segunda mitad de 1972 ya el Programa de la UP está rebasado y no mueve un dedo para contener el alud. Pequeños y medianos establecimientos comerciales, agrícolas y fabriles son intervenidos.

El influjo de Beatriz Allende -de confesadas simpatías con el MIR y esposa de Luis Fernández de Oña, 2º hombre de la Inteligencia de Cuba- acentúa su influjo sobre el Presidente. Un número indeterminado de ciudadanos de otras repúblicas aparecen matriculados en las Universidades y hasta en servicios públicos. Se rumorea que la coalición de gobierno se fundirá en una sola colectividad: el Partido Único atemoriza. Se anuncia la Cartilla de Racionamiento.

Las capas medias retroceden ante una eventual marcha a un socialismo totalitario tipo cubano que es la versión suramericana del modelo soviético. La emisión descontrolada de circulante desata una inflación galopante. Se comenta «sobra el dinero, pero no hay nada que comprar». Todo escasea y hay colas para los víveres. La estabilización de precios genera el mercado negro y el acaparamiento clandestino de «artículos de primera necesidad».

La visita de Fidel Castro cosecha antipatía y acentúa los temores. Se extralimita en contactos, torrente oratorio y alcanza casi un mes de permanencia. Al final de su gira se permite amonestar al Presidente Allende porque el Estadio Nacional esta medio vacío. Al despedirse enfático manifiesta. «Llegué radical, me voy más radical que nunca». Opositor anota: «Se ofreció socialismo con vino tinto y empanadas caldúas. Ahora la UP da un socialismo con vodka ordinario y caviar añejo».

El sectarismo no es sólo de los mandos medios… el mismo Allende insensatamente expresa «No soy Presidente de todos los chilenos. Yo soy Presidente de la UP». Ese estilo es congruente con extraño anuncio días antes del golpe: «en el país dispone de harina sólo para dos días». Adherentes, en voz baja, comentamos «si así fuese para que lo proclama». Ante una producción paralizada se incrementan importaciones, por ejemplo, de China, Bulgaria u Holanda.

Líderes de partidos de la UP como el PS y el MAPU -léase, Altamirano y Garretón- ambos ABC1 exigen «avanzar sin transar». Son los primeros en huir de la hecatombe y, obvio, no concurren a La Moneda a defender al jefe de Estado. Logran fama con discursos tremebundos que legitiman el pronunciamiento de los uniformados. Antes, se vulneran normas aduaneras, retirándose desde el aeropuerto, «extraña carga» proveniente de La Habana. Se sabe, al final, que es armamento.

La Contraloría, el Poder Judicial y el Congreso emiten dictámenes que privan de sustento jurídico al Dr. Allende. Éste, acosado por la derecha y la DC y por los «ultrones» de la misma UP, baraja convocar a plebiscito. La iniciativa es secreta. Se afirma que el 10 de septiembre de 1973 la anunciará en mitín. El general Prats juzga el recurso tardío y recomienda que el Presidente se ausente del país con autorización de las Cámaras. Recibe tajante negativa. Al día siguiente será el golpe.

Los errores de la UP no justifican los horrores de la dupla Pinochet-Contreras. Sin embargo, ameritan un mea culpa. Imposible que provenga de Allende que mora en la República del Más Allá, sino de sus acólitos que usan y abusan de su genio y figura. Ricardo Lagos sostiene, con su clásica soberbia, que el régimen depuesto en 1973 está eximido de autocrítica. Seamos objetivos, hubo equivocaciones y afanes imitativos así como infiltraciones extranjeras y no sólo de la CIA. Ello exige un «nunca más».

N. de la R.
El autor, profesor Pedro Godoy P., es miembro del Centro de Estudios Chilenos CEDECh.