España
Diego Camacho (6/10/2013)

Ronald Reagan y Juan Carlos
Ronald Reagan y Juan Carlos

La relación de las Fuerzas Armadas con la Corona era durante la restauración alfonsina plenamente constitucional al ser contemplada así en su texto. En nuestra realidad política esa dependencia–vinculación de los Ejércitos al Rey no lo es. Es simplemente lo que en política denominamos “jardín privado” al no estar contemplado en la Carta Magna y que en lugar de afianzar y fortalecer a la Corona la debilitan por su carácter ilegitimo, inconstitucional y perverso para el interés general.

La idea del político andaluz resucitada un siglo después para afianzar el trono durante la transición no tiene sentido, ahora es preciso acabar con la excepcionalidad jurídica que todavía sufren las Fuerzas Armadas, como requisito para recuperar el papel que deben desarrollar las mismas en una España moderna y que no puede ser otro que ser la propia nación en armas.

EL REY Y LA POLÍTICA EXTERIOR
Es en este ámbito donde el Rey también desempeña, a veces, un papel que no le corresponde según el desarrollo constitucional. Es como si la inercia del régimen anterior no hubiera permitido ubicar a la Jefatura del Estado en el lugar adecuado y que cualquier Constitución democrática reserva a un rey. El artículo 97 de la Constitución señala taxativamente que es el Consejo de Ministros quien dirige la política exterior y ejerce la función ejecutiva de la misma. Es decir, al rey corresponde la más alta representación del Estado, artículo 56, pero en ningún caso desempeñar una acción en el exterior que pueda considerarse como política, pues ello es responsabilidad del gobierno y esa función tampoco es delegable ni siquiera en la figura del Jefe del Estado.

El principal papel que debe tener asignada la Jefatura del Estado en las Relaciones Internacionales viene dado por el carácter que a la Corona se le asigna en la Constitución. Es un ámbito de representación, continuidad y permanencia. Por todo ello, el Rey debe de estar volcado en el incremento y fortalecimiento de algo tan importante como es el prestigio internacional de España, condición indispensable para que nuestra nación prevalezca y sea respetada en la comunidad internacional. La premisa básica es el que la Corona debe ser una herramienta y estar siempre subordinada a la soberanía nacional, y por lo tanto, si el interés de ambas diverge siempre debe prevalecer el interés general. El haber emprendido un camino político diferente no ha fortalecido el régimen de monarquía parlamentaria, no ha potenciado a la Corona al desviarla de su misión principal y ha debilitado al Estado y en consecuencia a la nación española al desarrollar una realidad política virtual que en su propio desarrollo es ilegítima.

En 1982 la euforia de Felipe González, motivada por la mayoría absoluta obtenida en las elecciones, unida a su inexperiencia en asuntos internacionales y a su deseo de caer bien en la Zarzuela, siguiendo el consejo del gobierno alemán y el deseo de Ronald Reagan, le llevaron a idear un papel para el rey en el exterior que en determinados casos le permitiera representar un papel más allá del que se le asignaba constitucionalmente. El modelo referido a los países árabes, sobre todo Marruecos y las monarquías del Golfo, fue Francia identificando al Rey con el Presidente de la V República francesa. Para los países Iberoamericanos, la meta era llegar a algo parecido a una Commonwealth y de ahí la idea de las Cumbres anuales de las antiguas colonias con las viejas metrópolis, España y Portugal.

Con referencia al modelo francés escogido, fue un notable error. El Presidente de Francia está elegido regularmente por el electorado, pero además la Constitución de la V República asigna al Jefe del Estado la responsabilidad en la gestión de las relaciones Exteriores, de la Defensa y de la Seguridad Nacional. El rey de España no tiene constitucionalmente ninguna capacidad de acción política en esos ámbitos sino el Consejo de Ministros. El poner al monarca español con un estatus internacional que no le corresponde, lo que es perfectamente conocido por las cancillerías extranjeras, debilita al Presidente del Gobierno y en consecuencia la postura negociadora de España.

La Corona que aparentemente es reforzada lo es sólo aparentemente, pues en cualquier momento la otra parte puede colocar a nuestro Jefe del Estado en su sitio y en definitiva, como en el caso marroquí, se le esta admitiendo a la otra parte que imponga el interlocutor para negociar los diferendos, pero además el Rey está prestándose voluntariamente a incumplir la Constitución sin que ello comporte ninguna ventaja a la nación sino todo lo contrario.

Con los países de America se actúa de manera tímida y acomplejada, al no contar con la mayoría de los estados de los EEUU, que en su día también fueron colonias de la monarquía hispánica o al no querer utilizar un discurso que pareciera “demasiado político” cuando todo aquello que se refiere a las relaciones multilaterales ha de ser a la fuerza muy político. El gran capital de relación con las naciones del hemisferio occidental la constituye sobre todo la cultura común. Es difícil por no decir imposible exportar aquello en lo que no crees o lo que se cuestiona de manera sistemática por la política interior que desarrolla el propio Estado. El paradigma de lo anterior es el trato que se da al idioma español en algunas Comunidades Autónomas. Nuestro idioma además de ser uno de los principales del mundo, ni siquiera hemos conseguido en Europa ponerlo a un nivel equivalente al que tienen el inglés, el francés, el alemán o el italiano. De esa manera nuestro principal caudal de exportación para conseguir solidez internacional que es la cultura, no resulta utilizable por nuestra propia insidia, aldeanismo y complejo.

rey-juan-carlos-iEl Rey indudablemente puede desempeñar un papel importante en esa comunidad Iberoamericana de naciones como representante de nuestra unidad, permanencia y cultura comunes, aunque no en el plano político. Las similitudes que algunas veces han intentado sacarse con el imperio británico o con la Corona inglesa se ajustan más al deseo que a la realidad, por varias razones las más evidentes las encontramos en las diferentes maneras de descolonizar y de entender la identidad nacional. En ambas el resultado final es claramente favorable al Reino Unido. El prestigio exterior de España ha de nacer en el interior de la nación y para ello es condición inexcusable que la Corona adopte el papel que le asigna la Constitución, salirse por vanidad o cortesanía debilita en gran manera al país.

La solidez y fortaleza de nuestro país depende en gran medida de la imagen que en el exterior se tiene el monarca, no sólo entre los regímenes monárquicos sino también entre los republicanos. El prestigio nacional se compone de un conjunto de factores interrelacionados que actúan como vasos comunicantes, el aumento o disminución en uno de ellos tiene su impacto en los demás. Por esta razón cuando hablamos de política interior o exterior estamos efectuando una división de carácter administrativo y que facilita la  explicación  de la gestión política, pero no porque ambos ámbitos sean compartimentos estancos. No es factible desarrollar una política exterior coherente si el mismo gobierno aplica una política interior errática. En ese conjunto armonizado para el éxito o el fracaso que es la imagen de la nación es donde la Corona tiene un papel primordial como símbolo del Estado.

La imagen actual es ambivalente, por un lado Juan Carlos I es reconocido mundialmente como un estadista al haber sido capaz de llegar a un sistema al menos formalmente democrático partiendo de una dictadura coronada y sin que casi nadie fuera entonces capaz de apostar por él. Por el otro, su participación en la descolonización inconclusa del Sahara, el 23–F y en su complicidad para el ocultamiento a la opinión pública del GAL y del 11–M; hacen pensar que su paso por los libros de historia va a tener numerosos claroscuros.

Respecto al Sáhara Occidental puede entenderse, aunque no compartirse, que en 1975 fuera para el rey de España más prioritario afianzar el trono que proteger a unos nómadas del desierto. Hoy no tiene pase que nuestro monarca siga respaldando la invasión marroquí en el Sáhara y proporcione cobertura a un sultán teocrático y feudal que utiliza el terrorismo de Estado y la violación de los Derechos Humanos como principal arma política, sin que hasta la fecha un solo país del mundo haya reconocido la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. Por su vulneración sistemática del Derecho Internacional, Marruecos es un verdadero Estado gamberro. El Rey por su actitud de entonces está obligado a trabajar para que esos antiguos ciudadanos españoles, a los que España abandono a su suerte por afianzarle a él en el trono, puedan elegir su futuro. No hacerlo, como hasta la fecha, supone el descrédito internacional de la antigua metrópoli y del Rey de España. Con sus apoyos personales a Mohamed VI y sus viajes al país vecino, sin ir acompañado de un ministro responsable, y antes de hacerlo a Suiza, está colaborando decisivamente a ese desprestigio. Puede decirse que en este caso concreto los intereses de la Casa Real divergen de los intereses de España en 180º.

Respecto al 23–F quedan en evidencia las consecuencias que tiene el fracaso de una operación política ilegítima que alienta y dirige un rey constitucional cuando asume un papel para el que no le capacita la Constitución, a pesar de contar con el respaldo de la clase dirigente. Como el quid de la cuestión estriba en no reconocer el error y mucho menos la responsabilidad del acto fallido, es preciso buscar un chivo expiatorio que pague todas las culpas ante la opinión pública y poder así reiniciar el proceso político en base a una gran mentira: gracias al Rey se salvó la democracia…y así de paso los que pudimos evitarlo nos salvamos también. El Ejército franquista haría honor a la última orden recibida de Franco en su testamento y se inmolaría en beneficio de la Corona que era la responsable fáctica del fracasado golpe de Estado. La no asunción personal del “impulso real” de la asonada evidencia, con la fuerza de los hechos, que el Rey se protegía detrás de unos artículos de la Constitución que había soslayado unos meses antes.

Durante todo el tiempo que duró el planeamiento y la organización del golpe contra el poder legítimamente constituido del Presidente Suárez. La consecuencia social inmediata sería la desconfianza generalizada hacía lo militar, lo que a su vez tendría unos efectos devastadores en la necesaria formulación de la política de Seguridad Nacional que nuestra nación necesitaba. En definitiva, otra vez los intereses de la Real Casa divergían de los que el país necesitaba pues su Fuerzas Armadas iniciaban un largo proceso de desprestigio y ostracismo social. Desde el punto de vista de la imagen internacional, la contemplación de un monarca escudado detrás de su ejército para eludir su responsabilidad, ofrece escasas garantías de fiabilidad y sí muestra caminos fácilmente transitables para influir en el ocupante del trono. También el intento de golpe de Estado visto desde fuera hacía sospechar de cuales eran las verdaderas intenciones de la élite política española en consolidar y profundizar la democracia.

El papel jugado por Juan Carlos I respecto al GAL, sirvió para que González pudiera eludir sus responsabilidades de la guerra sucia y saqueo de los fondos reservados. Se materializó al comienzo de las dos legislaturas de Aznar al impedir que este ubicara en el Ministerio de Defensa a un hombre de su confianza, Arias Salgado en la primera y Álvarez Cascos en la segunda. Fueron sustituidos, gracias a la indicación real, por Eduardo Serra y por Federico Trillo respectivamente, ambos muy vinculados a la Zarzuela. Serra nada más tomar posesión declaró sin ambages que los papeles del CESID, en cuya desclasificación se había fundamentado gran parte de la campaña electoral del PP “no se desclasificarían nunca”, con Trillo ni siquiera llegó a plantearse el tema. En este desafortunado episodio de los GAL, los intereses de la Corona se alinean con los del PSOE, mientras que el PP representa el papel de cooperador necesario.

El perjudicado el pueblo “soberano” que se queda sin conocer todos los detalles de la chapuza antiterrorista y cuyo principal responsable escapa de sus responsabilidades y de responder ante la justicia. La deslegitimación internacional a raíz de los GAL fue importante y no por la guerra sucia en sí sino por el miedo gubernamental en asumir su responsabilidad, en aquellos tiempos se comparaba la valiente actitud de la Primer Ministro británica en los Comunes, con la mantenida cobardemente por González en el Congreso de los Diputados. La errónea política antiterrorista del gobierno socialista español debilitaba a nuestro país en todos los foros internacionales de Seguridad y el encubrimiento directo de la Corona a la corrupción policial y política era motivo de los análisis de Inteligencia de nuestros principales aliados.

Es indudable que el 23 – F y el GAL, a pesar de pertenecer al ámbito de la política interior tuvieron un impacto muy negativo en la imagen exterior de España. A la vulneración de principios democráticos que nunca deberían ser violados se unía la chapuza en la ejecución, lo que señalaba la incompetencia de aquellos que jugaban a estadistas, la falta de asunción de responsabilidades ante el fracaso, lo que indicaba el talante cobardón de los inspiradores o lo que es lo mismo su falta de fiabilidad, y por último la apropiación indebida y masiva de los fondos del Estado, lo que no dejaba lugar a dudas sobre la verdadera catadura moral de la mayor parte de la clase política que se aprovechaba de los fallos del sistema político e instalaba la filosofía, a derecha e izquierda, de no tocar ni revisar la Constitución pues ello permitía entrar a saco en los fondos del Estado y poder sacar beneficio material inmediato.

25 ANIVERSARIO REY JUAN CARLOSDe manera simultánea y a lo largo de todo el tiempo de su reinado, el mundo ha asistido al irresistible enriquecimiento del monarca español sin que hasta el momento se sepa de donde provienen la mayor parte de sus ingresos anuales, ni si la mayor parte de su capital lo tiene en bancos españoles o en paraísos fiscales. Me parece evidente que un Jefe de Estado, sobre todo si es permanente y no está sujeto a unas elecciones, debe tener sus intereses más vinculados a la suerte del país que representa de lo que Juan Carlos I se vincula financieramente con España. Los regalos de todo tipo aceptados por la Corona, ya sea por particulares, jeques u otros Jefes de Estado y del que en mayor o menor medida han participado la familia real, deja un tufo de favores y privilegios que para nada se compadece con la imagen que debe tener la Jefatura de un Estado que quiere ser respetable y respetado. Es conocido que en política todo lo que se recibe debe devolverse de una u otra forma. Si el Rey necesita un barco, deben ser los presupuestos quienes corran con el gasto una vez debatido en el lugar oportuno si el gasto procede o si bien es mejor que navegue 15 nudos más lento y aplicar el gasto a otras medidas más urgentes. Aunque siempre se encontrará un cortesano tonto, y dispuesto en convencer al común en que la aceptación del regalo enriquece el patrimonio nacional.

Hasta la fecha a mi no me han comunicado que día me toca navegar y sin embargo sí puedo cuando yo quiera contemplar una pintura de Goya que también pertenece al Patrimonio. Personalmente me parece obsceno que el Rey acepte regalos de potencias extranjeras, comerciantes, fabricantes o particulares. La obscenidad está en relación directa con el valor material del regalo. Nuestro Jefe del Estado no es responsable judicial de sus actos, pero evidentemente sí es criticable por los mismos. Es evidente, que el mayor símbolo y representante del Estado no debe presentar una vulnerabilidad tan nefasta para el interés nacional. También es un hecho que las hojas del calendario no pueden ir hacia atrás, pero si es deseable que en este aspecto el heredero a la Corona no siga el ejemplo paterno.

Esa deriva frívola ha tenido su guinda en el comportamiento delictivo de una hija del Rey y su cónyuge, Cristina e Iñaki, que han entrado a saco en los fondos públicos utilizando la cobertura de una empresa “sin ánimo de lucro” y que contando con la Hacienda Pública y con la Fiscalía, como colaboradores necesarios, para disimular el delito e incluso la imputación de la Infanta. Para esta gente de alta cuna y de baja cama vuelve a ser prioritario quedarse con un dinero que no es suyo aunque con ello quede herido de muerte el Estado de Derecho. Con semejante panorama es ridículo ni siquiera plantearse en que consiste el prestigio nacional y mucho más como puede la Casa real y el Rey impulsarlo.

Esta moral de aceptación de regalos por favores para alcanzar un enriquecimiento rápido ha transcendido a la sociedad y ha llevado, incluso, a una ministra a declarar que el dinero público no es de nadie. Filosofía muy útil para todos aquellos que aspiran desde el servicio público hacer un capitalito en poco tiempo. Creo que si en este campo la Corona hubiera actuado de manera cuidadosa y ejemplar el problema no hubiera alcanzado las proporciones que hoy tiene. Internacionalmente el asunto es aún más grave si se considera desde un gobierno, aliado o no, que la Jefatura del Estado de un país objetivo esta a priori interesada en aceptar presentes cuanto más costosos mejor.

En definitiva, la ejemplaridad de la Corona unida a la armonización de los intereses de la Casa Real con los de la nación deberían ser las prioridades personales e institucionales de todos sus miembros. Otra cosa deja a la Jefatura del Estado vacía de contenido y presa fácil de la frivolidad, mal endémico de las clases acomodadas. En la primavera del año 2011, el mundo contempló la boda en Londres del hijo del príncipe de Gales. Enlace al que asistieron los príncipes de Asturias, mientras los barcos de la marina británica violaban repetidamente las aguas territoriales en Gibraltar e impedían a las lanchas de la Guardia Civil detener a los contrabandistas. La boda familiar a la que asiste el heredero al trono de España constituye una frivolidad cuando prima su presencia en un acto a cualquier otra consideración política, como es el caso. El prestigio nacional no debe estar, en ningún caso, subordinado a un interés particular, aunque este último esté vinculado con la Zarzuela.

Encuadrar el papel de la Corona en la letra y el espíritu de la Constitución es la intención del anterior análisis. El camino político hacia otros derroteros aparentemente más complacientes para la vanidad humana, llevará inevitablemente al fracaso político una vez más. Juan Carlos I para afianzarse en el trono, además de los apoyos mencionados ha contado con el favor de la mayor parte de los ciudadanos que a veces han mirado para otra parte para protegerlo, sobre todo de él mismo, en los agujeros negros de nuestra historia reciente. Para terminar podría decirse que, desde Fernando VII, nunca en España uno ha debido tanto a tantos.

N. de la R.
El autor es Coronel del Ejército y Licenciado en ciencias Políticas y Sociología.

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