Pancartas contra la monarquía en la manifestación por la III República del 7 de junio. Foto: Javi Martinez
Pancartas contra la monarquía en la manifestación por la III República del 7 de junio. Foto:
Javi Martinez

España
Javier Castro-Villacañas (20/6/2014)
En contra de toda lógica, no son buenos tiempos para la república en España. La mayoría de la sociedad española responde aún con recelo ante la posibilidad, solo teórica, del advenimiento de un régimen republicano. ¿Por qué este miedo?

En contra de toda lógica, no son buenos tiempos para la república en España. Al menos, por ahora. ¡Quién lo diría! En el momento más crítico para la monarquía de los últimos 39 años (razón fundamental que ha llevado al rey Juan Carlos a presentar su abdicación), con la Corona por los suelos en la valoración de las encuestas (al ser considerada por la ciudadanía como parte integrante en el descrédito y la corrupción de las instituciones) la mayoría de la sociedad española responde aún con recelo ante la posibilidad, solo teórica, del advenimiento de un régimen republicano. ¿Por qué este miedo a la república en nuestro país?

Son varias las respuestas que se suelen dar a la anterior pregunta. Muchos afirman, y es verdad, que los desastres de nuestras dos experiencias anteriores no son el mejor aval para apostar por el éxito de una tercera oportunidad. Bastaría recordarles, a los que así piensan, que tanto la Primera como la Segunda Republica fueron consecuencia de los descalabros anteriores de tres reinados: el de Isabel II, Amadeo I y Alfonso XIII respectivamente; y, en lo que respecta a los mínimos políticos exigibles, ambos regímenes quedaron muy alejados de lo que significa un ideal republicano plenamente democrático. No vendrá, por tanto, de las banderas del ayer ni de la frustración del pasado la III República para España.

Otros opinan que el rechazo a la república se fundamenta, en tanto en cuanto ésta se presenta como un ataque frontal a la misma idea de España. Si aceptamos como espejo de lo que piensan y sienten los republicanos españoles, los mensajes que defendieron ciertos oradores en la tribuna del Congreso de los Diputados, durante la tramitación de la Ley Orgánica de Abdicación, habría que darles la razón a los que así se manifiestan: hubo más críticas a la unidad de España que a la monarquía. Pero todos sabemos que lo que defienden estos diputados y sus formaciones políticas no es la república para España y sí la independencia para Cataluña, País Vasco o Galicia. Los partidos republicanos separatistas no tienen el más mínimo interés por conseguir una república para nuestro país y sí su desaparición. Además, forman parte del ‘establishment’ nacionalista que es pieza clave de nuestro actual régimen político. Si no existe España, no existirá tampoco el régimen político que la sustente. La III República vendrá, por tanto, de la defensa de la nación española y no de su destrucción.

Y, por último, y quizá la razón más importante. Muchos españoles rechazan la posibilidad de una república porque creen que sería una continuación empeorada de nuestro actual régimen político. Si así fuera, habría que darles la razón también a los creen en esto. Porque si por república entendemos, mantener el actual régimen parlamentario, con los partidos políticos incrustados y formando parte del Estado; la falta de libertad política en la elección directa de nuestros representantes y del Gobierno; la corrupción como sistema; y la ausencia de separación en los poderes del Estado, casi mejor repetir la frase del chiste «virgencita, virgencita, que me quede como estoy». La III República o será democrática, es decir presidencialista, o no será.

Al igual que se dice que Iñaki Urdangarin ha sido el mejor ‘agente’ de los republicanos, las manifestaciones protagonizadas por la extrema izquierda se han convertido en el mayor favor a la causa de la monarquía y de Felipe VI. La III República no puede ser de izquierdas o de derechas. Y menos extremista. No puede ser un régimen excluyente. Tiene que establecer unas normas formales democráticas que permitan el juego, dentro de ella, de las diferentes opciones ideológicas.

Felipe VI hereda el trono en plena crisis de la Constitución del 78. Los dos partidos mayoritarios que se han alternado en el poder durante los últimos años (PSOE-PP), han sufrido en las últimas elecciones europeas un desplome electoral no anunciado. Habrá que esperar a los comicios municipales y autonómicos del próximo año para saber la trascendencia de esta caída y si, como se apunta, lo anterior es la punta del iceberg de una crisis más profunda. En su afán por aferrarse al poder, ambas formaciones carecen de la credibilidad suficiente para liderar las reformas radicales que nuestro sistema exige. De ahí el triunfo, todavía relativo, obtenido por los nuevos partidos. Un éxito que puede asentarse en las próximas citas electorales.

El régimen de consenso que, hasta el momento, había funcionado como regla de oro del ‘juancarlismo’, ha llegado a su fin. Separatistas catalanes y vascos, más la izquierda comunista han expresado públicamente su oposición al nuevo monarca. Quizá Felipe VI intente repetir la política de su padre, manteniendo una querencia interesada hacia la izquierda y los nacionalistas. Visto lo visto, nada bueno ni nuevo encontrará en esa dirección. La idea de una monarquía confederal que, como canto de sirena, ronda por las mentes de muchos de los asesores del nuevo rey, tiene un interés exclusivamente palaciego y atenta frontalmente contra los intereses nacionales y la soberanía del pueblo español.

Javier Castro-Villacañas
Javier Castro-Villacañas

Si Felipe VI intenta perpetuarse al frente de un régimen que representa la corrupción como sistema, la falta de democracia en su funcionamiento, la crisis económica y el sufrimiento de la población, y la desintegración nacional como precipicio inevitable, su reinado estará abocado al fracaso. Los desafíos anteriores los afronta el nuevo monarca sin capacidad de acción política, sin prestigio personal y representando el mero papel simbólico que le reserva la Constitución.

Ante el anterior escenario, nada desdeñable, es donde surge la posibilidad de una nueva república. Una república como única alternativa democrática y nacional a la crisis de la monarquía. Una república, sí la Tercera, plenamente democrática, constitucional, que garantice la separación de los poderes, la elección directa del poder ejecutivo y la representación de los ciudadanos. Una república española que fortalezca la unidad nacional, proteja las libertades individuales, la igualdad ante la ley y la justicia social. Una república sin miedos y sin revanchas y, eso sí, con mucha ilusión y esperanza. La III República. Sí, la definitiva. La de todos nosotros. Claro que sí.

N. de la R.
Javier Castro-Villacañas es abogado, periodista y autor de ‘El fracaso de la Monarquía’ (Editorial Planeta). Este artículo de Javier Castro-Villacañas, colaborador nuestro y director de cvbradio, publicado por el diario ‘El Mundo’, lo publicamos con las debidas autorizaciones.