Alexis Tsipras y Pablo Iglesias
Alexis Tsipras y Pablo Iglesias

Europa
José Luis Heras Celemín
(9/1/2015)
El episodio será un simple paso de baile, o “pidikhtós”, un salto con ruido pero sin estruendo para “seguir bailando en Europa”.

El Sirtaki, o Syrtáki, es una danza popular griega que tiene su origen en la palabra syrtos. Con ese nombre, syrtos, existe un grupo de bailes tradicionales, que tienen música propia, en los que entre los compases lentos, que hacen la danza armónica y tranquila, aparecen unos movimientos rápidos (pidikhtós) y algunos saltos con ruido pero sin estruendo. 

También conocida como la danza de Zorba, que popularizó Anthony Queen en la película “Zorba el griego” con música de Mikis Theodorakis, el baile se hace poniendo las manos en los hombros de los compañeros, moviéndose según apetece a cada uno, y comunicándose con gestos y palmadas en omóplatos y espaldas.

Dice la leyenda que esta forma de danzar la inventó Teseo, el mítico rey de Atenas. Éste, tras matar al Minotauro y salir del laberinto de Cnosos con la ayuda de su esposa Ariadna, como ofrenda al dios Delos, bailó con una serpiente en los hombros evocando las dificultades que había superado.

Hoy, el “sirtaki político griego” es una mezcla de historia helena pasada y reciente, de carga de serpiente constrictora económica y de jerigonza de bailongo de barrio en el que los danzarines, agobiados por la culebra que asfixia la realidad político-económica griega, se mueven ante la mirada y el análisis interesado de todos a los que afecta la danza.

Entre lo que se analiza, está como reptil gravoso la realidad económica, que es más importante que la danza en sí, porque afecta a los que bailan y a los que contemplan. Y porque es básica para encarar un futuro en el que aparece, ¡horror dioses del Olimpo!, el neologismo recién acuñado en el argot económico anglosajón “Grexit”, contracción de “Greece” y  “exit”; y expresión rotunda para señalar la posible salida de Grecia de la zona a la que ahora pertenece: Europa.

Se ha llegado a esta posición, de ponerse las manos sobre los hombros y ver qué se  baila, por una serie de hechos que han ocurrido en Grecia, consecuencia de una historia de milenios, de unos hábitos de siglos, y de una forma de actuar y de ser. Los análisis y cifras hablan de descontrol económico, de dispendios, y, como curiosidad, hasta del número de piscinas privadas que en Atenas disfrutaban de agua gratuita a cuenta del erario público.

A más abundamiento, existe un trabajo, de Begoña Castiella, en el que se recopilan los siete grupos de “disparates que condujeron a Grecia al colapso”: Gastos y mentiras de los gobiernos griegos a los socios europeos sobre situación de finanzas, deuda pública, déficit y despilfarros. Exceso de funcionarios (un millón en un país con 11 millones de habitantes) con empleos múltiples y sueldos por no hacer nada, como los diez jardineros en un hospital que no tiene jardines. Jubilaciones sin apenas haber cotizado y prejubilaciones anticipadas. Subvenciones con dinero público para actividades ficticias.

Evasión fiscal, de profesionales liberales que no declaraban ganancias; y actividades mercantiles sin facturas para ocultar ingresos. Corrupción generalizada, con el fakelaki, o sobrecito de soborno, habitual en los servicios públicos que permitía cobrar pensiones de ciego a videntes, tener varios oficios remunerados sin trabajar, o percibir durante años la pensión de jubilación de un difunto. Privilegios gremiales, con monopolios que hacían subir los precios, regulados por leyes laborales impuestas por los sindicatos, y origen de unos salarios altos que encarecían los productos hasta convertirlos en no competitivos.

Frente a esa realidad, los danzantes, con algunas propuestas intermedias u ocasionales (intentona de Papandreu rompiendo el PASOK), ofrecen dos opciones: La conservadora Nueva Democracia, de Andonis Samaras, que ha gobernado y gobierna Grecia en coaliciones diversas (PASOK socialista e Izquierda Democrática DIMAR) y que propone acabar con la inestabilidad y seguir con las reformas para salir de la crisis. Y la de la Coalición de la Izquierda Radical Syriza (Synaspismós Rizospastikís Aristerás), que lidera el ingeniero Alexis Tsipras y que, según los últimos sondeos electorales, podría ser la fuerza política más votada en las elecciones convocadas.

El posible triunfo de la coalición Syriza, beneficiado por la ley electoral griega que premia al vencedor con 50 escaños para facilitar la gobernabilidad, hace que la persona de Tsipras y sus propuestas merezcan atención.

El líder es un hombre joven que ha aumentado la presión ante la posibilidad de que la austeridad impuesta por el Gobierno dé resultado. Tiene una formación sólida, de ingeniero en construcciones civiles. Ha bregado en la lucha política en una formación con altibajos. Y parece dispuesto a suavizar la radicalidad de sus primeras propuestas con otras más suaves: No destruir a Europa, sino cambiarla. No rechazar las propuestas de la “Troika Europea” (CE, BCE y FMI) sino negociar. Como medidas populares, propone el Programa Salónica, con 2.000 millones de euros dedicados a necesidades urgentes de la población;  y garantizar los depósitos bancarios de los ciudadanos.

En esta situación, la “solución Syriza” es algo más que una entelequia de la que se pueden sacar conclusiones. Puede ganar, sí. Pero, como aventura José Ramón Pin, “si ganan no pueden y si pierden se hunden”. El hecho, paradójico, es que hay dos posibilidades embarazosas: Si la Coalición de Izquierda Radical gana las elecciones, para hacer lo que ofertó ha de “negociar” con Europa; y ésta no puede ceder ante la amenaza que para la Unión Europea significan las propuestas de Syriza. En consecuencia, o se rechazan las propuestas electorales, o éstas se atemperan a una realidad que el Ingeniero Tsipras ya trata de suavizar. Si, por el contrario, la oferta electoral de Syriza sale derrotada, significará que los helenos han rechazado una oferta que no tiene otra razón de ser que convertirse en un mero valor testimonial, controlado en el parlamento nacional griego.

En ambos casos, la situación de la coalición de izquierdas quedará deteriorada.

Al tratar de relacionar lo que ocurre en Grecia con la realidad española, aparece en escena Podemos, un partido en formación, con propuestas más radicales que las griegas, sin la experiencia que tiene la coalición helena y con unos dirigentes que aún no han demostrado la capacidad de los que gestionan Syriza.

José Luis Heras Celemín
José Luis Heras Celemín

Es obvio que la realidad griega y lo que le ocurra a Syriza va a influir en Podemos y, menos, en la realidad política española del futuro. Pero también parece evidente que en este sirtaki político griego los danzantes y los que les jalean, Podemos entre ellos, si quieren seguir con una danza armónica, no tienen otra opción que “seguir bailando en Europa”. El episodio, puede que hasta intento, será un simple paso de baile, o “pidikhtós”, un salto con ruido pero sin estruendo.

Ocurre además que las elecciones griegas van a ser inmediatas y que va a dar tiempo a conocer cuál va a ser el trato que Europa dé a Grecia y los efectos de ese trato, se produzca el “Grexit” o no.

Todo ello, con el concurso de los danzantes en el sirtaki europeo y la ayuda de un Podemos inexorablemente unido (y no por candidez) a sus correligionarios, va a favorecer a quienes, como Rajoy, desde Europa pretenden superar la crisis y la continuidad del estatus europeo.