Genocidio armenio
Genocidio armenio

Armenia
Arthur Ghukasian
(21/2/2015)
Durante los últimos cien años el pueblo armenio luchó incansablemente para el reconocimiento de la mayor tragedia que sucedió en pleno siglo XX y que continuamente niega el gobierno turco. Décadas enteras mintiendo y manipulando a su propio pueblo, y presionando a los países, cuyos parlamentos debatían el tema en sus sesiones. 

Casi dos millones de mis compatriotas  fueron matados sin piedad en sus casas y sus jardines, en su tierra natal de Armenia o en el largo camino al que les obligaron los turcos hacía el desierto donde encontrarían la muerte. Los que conocen estas páginas de la historia, saben que la “culpa” de esas personas era solo por ser armenios y cristianos.

Pero el principal motivo que condujo al exterminio no fue sólo su pertenencia nacional y religiosa. Tanto los jóvenes turcos, como los círculos oficiales de Turquía contemporánea sabían y conocían perfectamente que los armenios vivían en sus territorios, y el objetivo final de las matanzas masivas en 1915 fue privar de la patria al pueblo ancestral armenio a través del genocidio.

Una vez terminaron con la existencia de los armenios, las autoridades turcas hasta la fecha no han detenido su afán de destruir todos los monumentos históricos que indicaban sus orígenes armenios, y que por ello deberían de desaparecer inmediatamente. ¡Ningún objeto, ningún rastro que indicara la milenaria cultura armenia, ni que llevara a preguntar por la Cuestión Armenia!

Además de los supervivientes de este monstruoso crimen contra la humanidad, la historia conoce los nombres de los testigos europeos y otros personajes que escribieron sobre los actos terribles y sus consecuencias. Uno de ellos, Henry Morgenthau, el embajador entonces de Estados Unidos en Estambul, describió lo sucedido en un dramático reportaje  como el “Asesinato de una Nación”, y lo que cuenta en sus informes y memorias es algo verdaderamente espeluznante y trágico, coincidiendo con los demás testimonios. En los innumerables escritos, de los que no se puede dudar de su objetividad, aparecen las escenas trágicas de la devastación de las ciudades y los pueblos, y las inacabables caravanas que conducían a la muerte segura.

Dos millones de víctimas, bienes confiscados y robados, decenas de iglesias demolidas, cientos de cruces de piedra destruidas, millones de niños que no nacieron, una diáspora esparcida en todo el mundo a consecuencia de esta barbarie, un genocidio silenciado…

 “El panturquismo se convirtió en una suerte de ídolo y se tomaron las medidas más duras contra los elementos no turcos…”, explicaba  Johannes Lepsius, un pastor alemán, al que permitieron en 1915 llevar a cabo una investigación sobre el tema. Y por mucho que la propaganda panturquista quiera esconder los verdaderos acontecimientos de la época de hoy, resulta imposible hacer creer a todos los demás las falsificaciones, en las que no creen ya ni sus propios ciudadanos.  (Nos consta que muchos intelectuales de este país, ignorando el famoso artículo 301 que condena cualquier opinión, si según los criterios del gobierno turco hace daño a los intereses nacionales, en voz alta hablan sobre el genocidio, organizado y llevado al cabo por sus antepasados).

Pero mis ojos siguen mirando aún ahora a las víctimas de este brutal asesinato de mi Nación, y ello me hace inclinar la cabeza ante el Uruguay, un país de habla hispana, que el primero entre todos los demás, ya en 1965, reconoció el Genocidio armenio y cuyo gobierno ha decidido abrir un Museo a la memoria de todos los caídos del Genocidio armenio. José Mujica, el presidente del país, que es un ejemplo en muchos sentidos y para mucha gente en todo el mundo, el pasado enero una vez más ha expresado su convicción: “No podemos alterar el pasado, pero tenemos que aprender de él y reconocer las barbaridades que los hombres hemos hecho, para que las próximas generaciones no caigan más en ellas, a las que el hombre está expuesto por ser el único animal capaz de tropezar varias veces con la misma piedra”.

Son millares y millares las miradas de los mártires que a través de mis ojos expresan sus sentimientos de agradecimiento al pueblo de Argentina, que al nivel de su Parlamento tuvo la misma valentía para decir las cosas con sus nombres y donde han empezado los trabajos para la fundación del Museo del Genocidio. Allí mis coterráneos, junto con otras comunidades, fundaciones y organizaciones se preparan para conmemorar el centenario de la catástrofe más cruel de nuestra historia. A este hospitalario país llegaron décadas antes los supervivientes, que abrieron en Buenos Aires y otras ciudades sus iglesias y colegios, sus teatros y asociaciones… Allí se formó la ya tercera generación que recuerda todo aquello lo que sus abuelos no fueron capaces de olvidar.

Puedo asegurar que no pararé de mirar con los mismos ojos de los sacrificados, dirigidos en el momento que escribo, hacía Venezuela, donde tampoco faltaba el coraje, cuando hace justo diez años, (en 2005) los diputados de su Parlamento aprobaron la resolución del reconocimiento del Genocidio armenio.

El coraje de los diputados venezolanos fue más que suficiente, no sólo para llamar las cosas por su nombre, sino también para solicitar a la Unión Europea que postergara la admisión de Turquía hasta que reconociera lo sucedido. En Venezuela, hoy en día, los que con motivo del Centenario quieren con un minuto de silencio respetar la memoria de los masacrados, a los que recordará siempre la comunidad progresista, pueden acercarse a la plaza monumento a las Víctimas del Genocidio Armenio que se encuentra en el Distrito de Caracas. Desde allí con los ojos abiertos de los difuntos puedo ver a los venezolanos con el amor humano que ellos merecen.

Dentro de mis ojos puedo contemplar a tantos y tantos seres humanos, que muertos por la sed y el hambre, las palizas y los sables, siguen viendo, con un profundo sentido de gratitud hacía la nación chilena que unió su voz a las voces de aquellos países que condenaron los espantosos delitos del estado turco. Los senadores que votaron esta ley, estaban bien informados sobre el primer genocidio del siglo XX, sobre la política de negación de los ideólogos pro turcos, que por cierto, no tardaron de oponerse a la ley del Senado de Chile, como han hecho en los otros casos, sobre el incontable número de víctimas, sobre los feroces y por cierto fracasados intentos de enterrar el caso. Y en honor a ellos, se les repita de nuevo que eligieron el camino contra su conciencia, contra la verdad y justicia. Las almas de los asesinados, que durante cien años no han dejado de estar entre nosotros, envían sus palabras y sus sentimientos por ser finalmente escuchados.

Con mis manos escriben estás líneas cientos de autores e intelectuales, que por culpa de los cómplices estatales de los verdugos  de aquellos años no alcanzaron cruzar al umbral del 1916. En sus frases a los bolivianos aprecian su voluntad para la aprobación a finales del 2014 la resolución, en la que se dice exactamente: “La Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia comparte y es solidaria con el pueblo armenio, por la lucha de sus reivindicaciones, la conservación por los derechos humanos, y el establecimiento de la verdad y la justicia, y declara su firme compromiso con los derechos humanos, la verdad y la justicia y su solidaridad y condena contra toda política negacionista respecto al genocidio y los crímenes de lesa humanidad sufridos por la Nación Armenia».

En lo más profundo de mi interior no dejan de hablarme mis antepasados que me exigen que pronuncie en voz alta  sus mejores deseos al País Vasco, Cataluña, Navarra, y las Islas Baleares, que reconociendo y condenando el hecho de la aniquilación del pueblo armenio en 1915, dan un ejemplo al Parlamento Español, para que no tarde demasiado en ser justo en este caso y que pregunte a los políticos presentes: ¿Qué ha pasado con aquellos millones de personas en los principios del siglo pasado, por qué no volvieron nunca a sus casas, donde y como encontraron sus muertes, quienes habitan hoy lo que fueron un día sus hogares? T3

En mis oídos escucho cada día los nombres de países, como Francia, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Suiza, Suecia, Rusia, Polonia, Lituania, Grecia, Eslovaquia, Chipre, Líbano, Canadá… Son los que reconocieron el Genocidio Armenio, que con sus decisiones llaman a todas las fuerzas de nuestro mundo hacer lo mismo, para que no se vuelva a repetirse algo parecido a lo expresado por Hitler: “¿Quién recuerda hoy sobre la matanza de los armenios?” para justificar su plan del holocausto judío. Y mientras no se recuerde el primer exterminio, cada uno que tenga los mismos poderes que los jóvenes turcos o los nazis en su época, va a repetir la misma frase en el intento de razonar su odio hacia otras razas, sus planes inhumanos, sus acciones bárbaras, su vandalismo.

En mis agitados sueños no faltan las caras de todos aquellos a los que no he visto nunca, pero reconozco. Ellos me aseguran que vendrá el día esperado por mí y por mis compatriotas, cuando la humanidad entera recordará conmigo a todos los caídos del Genocidio Armenio y yo les creo. Creo sin duda, y con esperanza, que llegará ese momento.

N, de la R:
Arthur Ghukasian
, armenio, es periodista.