Felipe VIMi Columna
Eugenio Pordomingo (28/12/2015)
No tenía intención de escuchar el Mensaje de Navidad del rey Felipe VI. Sabía de antemano –como la mayoría- lo que más o menos iba a decir y lo que no. El sistema es lo que es y hay que defenderlo a ultranza. Pero la actualidad manda y hay que estar al día, y además como la cosa política anda un tanto movida, pues me picó la curiosidad y me metí en la Casa Real, por supuesto a través de Internet, y ahí accedí al Mensaje de Navidad del Rey.

No fue un mensaje que atrajera demasiado el interés de los ciudadanos. De acuerdo con lo que han publicado los barómetros de opinión, el mensaje tuvo un millón y medio menos de audiencia que el pronunciado en 2014.

Si al mensaje de Navidad de 2014 le falto la mesa de camilla y el brasero, al de este año le sobró pompa y boato. El Salón del Trono del Palacio Real fue demasié para una España que va a lomos de las desigualdades más manifiestas.

El discurso gustó al PP, PSOE y Ciudadanos –me imagino que también a la CEOE a los del IBEX, las SICAV, etc.-, no es para menos, ya que estas tres formaciones viven y perviven de las subvenciones estatales, de decretos favorables a su ejercicio y de exenciones fiscales.  No he dedicado ni un segundo a mirar lo que opinan los “sindicatos mayoritarios” de trabajadores, lo sabemos de sobra, aunque con la boca pequeña pongan algún pero. Todos comen en el mismo pesebre.

El mensaje fue generalista –plagado de generalidades-, excesivamente prudente, en el que predominaron las alusiones a la unidad de España, al diálogo y a la concordia, pero obvió el aumento de la pobreza, el desempleo, la emigración española, las desigualdades sociales, los recortes en Sanidad y Educación, la salida masiva de científicos, la destrucción de la clase media, etc. La aparente  firmeza que tuvo el rey ante el secesionismo no la mostró con otros temas que preocupan, y mucho, a la sociedad española.

Tampoco mencionó la imputación de su hermana, la Infanta Cristina y su esposo, Iñaki Urdangarin, que se sentará en el banquillo el próximo 11 de enero.

Pero echemos un vistazo a alguno de los contenidos del real  Mensaje Navideño.

Felipe VI se refirió a España como un país que a lo largo de los siglos ha “tejido pensadores, científicos, creadores, y tantos y tantos hombres y mujeres, muchos de los cuales han dado su vida por España”, lo cual es cierto, pero no mencionó a los miles de científicos que en los últimos años se han visto obligados a abandonar la Madre Patria en busca de trabajo; tampoco citó a los miles de jóvenes –la mayoría titulados- que han sido expulsados literalmente de nuestro país por falta de trabajo o por vergonzosos salarios y jornadas humillantes. Obviamente, ni se le pasó por la mente aludir a las dificultades que se les ponen a los emigrantes españoles para que puedan ejercer su derecho al voto.

Menciona Felipe VI que todas las instituciones tenemos el “deber con los ciudadanos, las familias y especialmente los más jóvenes, para que puedan recuperar lo que nunca se debe perder: la tranquilidad y la estabilidad con las que afrontar el futuro y la ilusión por un proyecto de vida hacia el mañana”. Pero la realidad desmiente esas palabras. La pobreza en España aumenta, basta para ello consultar los datos, por ejemplo, del INE (Instituto Nacional de Estadística): 2.540.763 niños y niñas viven en hogares cuyos ingresos están por debajo del umbral de pobreza. Estos niños viven en hogares con una renta inferior al 60% de la renta mediana”.

Un 15,7 % de los niños y niñas españoles viven en hogares en situación de pobreza severa; 1.307.868 niños y niñas viven en hogares con una renta inferior al 40% de la renta mediana. La población en riesgo de pobreza o exclusión social crece hasta el 29%. Por si esto fuera poco, la Encuesta de Condiciones de Vida (INE), “con datos de 2013, refleja también una caída del 2,3% en los ingresos familiares”. ¡OH, casualidad!, los ricos son cada vez más ricos.

El rey dijo que hay que apostar por “Un crecimiento que permita seguir creando empleo —y empleo digno—, que fortalezca los servicios públicos esenciales, como la sanidad y la educación, y que permita reducir las desigualdades, acentuadas por la dureza de la crisis económica”. Pero resulta que los salarios en España caen a pasos agigantados, los contratos sobrepasan la indignidad. El SMI es actualmente de 648,60 euros y se andan peleando por aumentarlo un 1%. Sobre la Sanidad y la Educación, los escribanos deberían informar mejor al rey, pues los recortes a los que nos obliga la UE –aceptados complacientemente por nuestra clase dirigente- ofrecen un mapa muy diferente al que pinta el monarca.

El rey habló de solidaridad, coraje, de nuestro carácter, de nuestro talento, de nuestra capacidad de superación –lo leo y se me pone la carne de gallina y la pelambrera se me eriza-, pero cuando uno ve que sus hijos se han visto obligados a tener que emigrar para conseguir algún trabajo, o que han tenido que abandonar la Universidad por el elevado coste de las tasas –y encima los malditos y carísimos master-, pues inevitablemente las ganas de maldecir se le acumulan en el cerebelo. Ya lo dijo Confucio: «Donde hay justicia no hay pobreza».

Habló también el rey de “nuestra forma de vivir” y de “entender la vida”, pero lo cierto es que unos la entienden mejor y la viven de narices por no mencionar otra palabra que alude a los testículos.

Hizo mención a que los españoles nunca “nos hemos rendido ante las dificultades, que han sido grandes, y siempre las hemos vencido”, pero esas actitudes épicas se producen cuando existe un liderazgo ejemplar, y no cuando día tras día vemos como salen a la luz casos y casos de corrupción, protagonizados por políticos, diplomáticos, grandes empresarios, banqueros, Honorables, e, incluso, miembros de la Casa Real. Y lo peor es que el método para acabar con esa corrupción sistémica e impune, como dijo Pablo Neruda, es aplicar “el fuero para el gran ladrón, y la cárcel para el que roba un pan”.

Eugenio Pordomingo
Eugenio Pordomingo

El rey reitera lo del diálogo y compromiso, además de “con sentido del deber y con responsabilidad; sintiendo y viviendo, cada día, cada uno de nosotros, ese compromiso ético que hace grande a un pueblo; uniendo nuestros corazones, porque hace décadas el pueblo español decidió, de una vez por todas y para siempre, darse la mano y no la espalda”. Estas ideas-fuerza estuvieron a punto de hacerme saltar y salir a la calle gritando las bonanzas de nuestro país, pero de sopetón volví a la realidad y me encontré con una España dividida en 17 reinos de Taifas, con miles de políticos profesionales viviendo de la “sopa boba”, con prebendas inimaginables; y lo que es peor, sin tener que rendir cuentas de su gestión.

Lo que ya me destrozó el ánimo y debilitó mis esperanzas en un futuro mejor fue escuchar esto: “Con esa emoción, con esa confianza en nuestro futuro —en ese futuro de España en el que creo— os deseo a todos una muy Feliz Navidad…”.

Por desgracia, la mayoría de los que van a leer esto, tienen una vida más o menos placentera y  acomodada, con lo cual lo que aquí escribo les sonará a chino mandarín. Pero esa otra España, a la que no alude ni conoce el rey, existe. Es la España que se ve obligada a acudir a Cáritas, a los Bancos de Alimentos, a Mensajeros de la Paz, para subsistir. Es la España que no puede cuidarse su dentadura, ni comprarse unas lentes; es la España que busca en los contenedores de basura a ver, si como en un cuento, le aparece la Lámpara de Aladino, en forma de bocadillo de jamón.

Esa otra España es la España que pierde su vivienda y se ve obligada a mendigar un hueco donde alojar a su prole. Es la España de los “pobres energéticos”, que no pueden poner la calefacción, ni disponen de luz eléctrica.

Para muchos, eso es harina de otro costal, pero existe.