Miguel de Cervantes Saavedra
Miguel de Cervantes Saavedra

Internacional
Pedro Godoy  (31/12/2015)
Por medio milenio el castellano es la lengua nacional de nuestra América. En todo el subcontinente impera el verbo de Cervantes que es el de Felipe II así como de Hernán Cortés y Francisco Pizarro y hoy de Miguel Ángel Asturias, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa.

No es impuesto, sino adoptado por la muchedumbre mestiza que se identifica con quienes son descubridores, conquistadores, exploradores y fundadores. Se convierte en la lengua del Nuevo Mundo. Sin ella 500 millones quedarían mudos.

El idioma no es sólo instrumento de comunicación. Es un modo de organizar el pensamiento y el vehículo de expresión de la emocionalidad. No es sólo una trenza de articulados fonemas sujetos a la normativa gramatical. También implica una vivencia colectiva y es el archivo de la memoria social.

Por el idioma el individuo se comunica con otro individuo, pero también es el idioma –aquel bien manejado y mejor pronunciado– el que da prestancia a la persona, es decir, la seguridad en sí mismo. Esta no sólo la confiere el vestuario o  el dinero, sino también la palabra que vende imagen de entereza y estatura.

Luego de la Independencia -los fragmentadores aspiran a crear un idioma por país-. Alegan que, así como el latín después del desplome del Imperio Romano se desintegra originando las lenguas neoromances, así también, al derrumbarse el Imperio, el castellano se atomizaría en idiomas «nacionales».

Es Andrés Bello quien ataja a los pulverizadores pseudonacionalistas. Publica su magnífica Gramática. En ese texto sostiene que el vínculo idiomático debe conservarse como vehículo de comunicación e instrumento de intercambio de la Comunidad Hispánica de Estados.

Desde luego que este castellano nuestro está enriquecido de modismos y de localismos. Así en el castellano de Chile hay abundantes quechuismos y mapuchismos. No obstante, el andamiaje vertebral del castellano –pese a variantes  que incluyen matices de entonación y giros propios– es uno solo.

Ello explica que en nuestra América -en el púlpito y el aula, en los medios y en el libro, en el cuartel- podamos oír y expresarnos sin mediación de intérprete ¡Distinto es la vieja Europa donde la frontera implica no sólo mudanza de bandera y moneda, sino pasar de una lengua a otra!

N. de la R.
El profesor Pedro Godoy P. es miembro del Centro de Estudios Chilenos CEDECH.